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A 30 años del luto más doloroso de la historia de nuestro fútbol, recordamos a los 'Potrillos' del club íntimo con esta sensacional composición de Augusto Polo Campos. (Foto/video: El Comercio)
Miguel Villegas

¿ESCOBAR SE LLAMABA ESCOBAR?
En la memoria es un crack infalible. Un definidor agresivo con cintura de hule. Y en los VHS, mejor aún: le hizo siete goles a Universitario, su rival de siempre, cuando ya no era un juvenil más, sino una marca. Decir Luis Escobar era hablar de Los Cotizados, una banda notable de muchachos de La Victoria, y referirse, además, al crack que bautizó a toda una generación: los ‘Potrillos’. Pero Escobar no era Escobar. Su madre, doña Carmen Agurto, alumbró en 1967 a un niño al que llamó Luis, hijo de un intenso romance con quien era llamado, en los callejones de Renovación, el ‘Negro Zarumilla’. Ninguna seña más para este miedoso padre de familia. “He rastreado mucho sobre su biografía –cuenta Elkin Sotelo, el periodista que más sabe de Alianza en estos tiempos– y solo sé que cuando lo inscribieron, en 1969, es decir dos años después, el padre evitó el trámite”. El hombre se apellidaba Ciudad y, sin quererlo, le había dado nombre a un barrio. En aquellos años, Matute también se llamaba Escobar.

¿DÓNDE NACIÓ EL APODO DE CAÍCO?
Símbolo de ese Alianza 87, José González Ganoza era más que un arquero de selección. Y ocultaba más de un secreto. Encargado de llevar la imagen del Señor de los Milagros al vestuario, usaba ese pacto divino para encomendarse por su grave problema de visión nocturna. De hecho, la leyenda dice que en Matute cuidaban no programar partidos pasadas las 6 p.m. Pese a esta ventaja, ‘Caíco’ tapó 14 temporadas ininterrumpidas en Alianza, fue al Mundial de España y mantuvo su arco invicto 738 minutos en 1976. ¿Y por qué le decían ‘Caíco’? Hace unos años, Juan Gonzales le contó a El Comercio el secreto, muy lejano de cualquier evento místico: “Es que tenemos un hermano mayor que se llama Carlos –el papá de ‘Mágico’ González, ex lateral íntimo– y cuando José era niño –quien tenía un frenillo pronunciado– no podía decirle Carlitos. Entonces solo le decía ‘Caíco’”. Listo. Hasta hoy, en estampitas y corazones. 

¿QUIÉN TOMÓ LA ÚLTIMA FOTO EN PUCALLPA?
Se trata de la última imagen del equipo formado de Alianza 1987. Es la postal de todos los homenajes: letrero de San Luis en la tribuna de palos secos, Alfredo Tomassini sentado en la esquina izquierda, un niño de mascota al centro y ‘Caíco’, el legendario ‘Caíco’, fuera de la toma, de perfil, yéndose. “La foto salió en el diario El Nacional –recuerda Jorge Esteves, director regional de Correo, fundador de El Bocón–. Incluso recuerdo que en un programa de radio, La mañana de El Veco, hablaban sobre ella”. Esteves no conoce este episodio por rumores: fue el encargado de la familia de ir a la morgue del Callao a reconocer si alguno de los cadáveres que llegaban era el de su hermano, Rodolfo Lazo Alfaro, el kinesiólogo de Alianza. Fue uno de los 10 cuerpos que el mar de Ventanilla se llevó. “No podría recordar el nombre del fotógrafo, solo que era un corresponsal de Pucallpa”, dice. Han pasado 30 años desde ese 8 de diciembre. Ese hombre tuvo la sensibilidad para pararse frente a ellos, esperarlos un segundo y apretar el botón. 

La última foto del equipo, publicada en el desaparecido diario El Nacional.
La última foto del equipo, publicada en el desaparecido diario El Nacional.

¿POR QUÉ ROBERTO MARTÍNEZ -ÍDOLO DE LA 'U'- ERA TAN AMIGO DE LOS ‘POTRILLOS’? 
En una panadería de Velasco Astete, cuando había vuelto a la TV gracias a El gran show, Roberto Martínez acabó con la absurda frontera de las camisetas: “Los ‘Potrillos’ eran mis hermanos”. En 1987, Martínez era un notable volante de San Agustín cuya presencia en las preselecciones se recitaba de memoria, como las de Escobar, Daniel Reyes o Pacho Bustamante. No importaba que fuera hincha crema. Se conocieron en los Juegos Odesur de 1986, eran amigos de las voleibolistas de moda –Roberto fue, por ejemplo, enamorado de Rosa García–, pero los entrenamientos les quedaban cortos. De hecho, antes de que viajen a Pucallpa y anochezca la desgracia, estuvieron en la casa de la madre de Martínez almorzando. “Nos prestábamos ropa, coincidíamos en lugares; éramos muy amigos. Mi mamá los engreía como sus hijos”, contó Martínez ese día, mientras pedía una Coca-Cola. El silencio duró 30 segundos, es decir, 3 siglos. No se volvieron a ver.

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