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La última vez que hablamos con Alicia Maguiña (Lima, 1938-2020) reuníamos historias de grandes maestros del Perú. Ella nos recordó que había enseñado el baile de la marinera limeña, pero renglón seguido, con la firmeza y elegancia que la caracterizaban, confirmó que fue muchísimo más que eso, y que el valor de su vida estaba íntimamente ligado a la música peruana. “Para inspirarme no establecí fronteras geográficas: yo le canté al Perú total”. Escribía la segunda parte de sus memorias. Decía no tener miedo a envejecer, aunque exigía le avisara con anticipación la fecha en que iría el fotógrafo a retratarla para Somos: debía sacar previamente una cita en la peluquería (¿para embellecer qué más?, le preguntábamos, y se reía renegando un poco). La cita no se concretó: un mal de sus rodillas (polimialgia reumatoidea, nos explicó) la tenía demasiado adolorida. Se nos quedaron muchas preguntas, pero en julio último, con la pandemia cambiándonos la vida en un abrir y cerrar de ojos, hablamos por última vez.
A cierta edad, con una trayectoria, ¿uno ve la vida de otra manera?
Antes, si estábamos frente a personas que se llamaban cantantes era porque cantaban. En cambio ahora da lo mismo si tienes voz o no tienes voz, no destacas por eso. Ha habido gente muy creativa, que imponía estilos, ahora no: todo el mundo canta igual. Este año, el 20 de diciembre, Jesús Vásquez cumpliría 100 años de vida. Ella es la máxima cantante de música criolla que hemos tenido, una voz privilegiada. Fraseaba muy bonito y dividía el vals de una manera muy de ella. Y si embargo, este año nadie habla de ella. La gente está en otra, viendo qué cosas mezclar. No es que sea malo, pero todo el mundo cree que puede aportar. Hablar de aportes ya son cosas mayores. Hay elegidos, no todo el mundo puede.
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¿Qué es para ti la vigencia o estar vigente?
Tener una línea, eso te da la vigencia. Cuando haces algo que no se parece a nada. Cuando marcas una época.
¿Quiénes fueron tus maestros? ¿Qué recuerdas de ellos?
El maestro que me marcó en la vida fue Oscar Avilés. Estoy escribiendo ahora un libro sobre la música criolla y andina. He estado escarbando en todo lo de Avilés, y él es quien le dio -aparte de Pinglo- un carácter a la música criolla, un orden, una armonía. Él sí aportó. Mis referentes han sido Felipe Pinglo, Jesús Vásquez y Oscar Avilés.
Avilés fue tu profesor de guitarra.
Sí, y me hacía cantar de determinada manera. Yo iba chiquilla a sus clases, tendría 13 años. He vivido muchos años en Ica, yo prácticamente abrí los ojos allá. Cuando llegamos a Lima les pedí a mis padres que me pongan a aprender guitarra, pero no les pedí un profesor sino que me llevaran donde Avilés.
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¿Y qué te dijeron tus papás?
No estaban de acuerdo con que yo cantara. “Una mujer de tablas, de ninguna manera”, decía mi papá. Así era en esa época. Mi mamá cantaba, pero dentro de la casa, ella era muy entusiasta, muy alegre. De alguna manera me impulsó a un montón de cosas.
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¿Y eso lo estás poniendo en tu segundo libro de memorias?
Sí. Pero sobre todo estoy poniendo la riqueza artística que ha habido siempre en nuestro país, no solo en la música, sino en la cerámica, los tejidos. Este segundo libro se llamará “Más que una pasión” (el anterior era “Mi vida entre cantos”, Universidad San Martín de Porres, Ministerio de Cultura, 2019).
Uno escribe sus memorias para ser recordado. ¿Por qué quieres ser recordada?
Como artista yo siempre integré la música del Perú. Desde mi primer long play (La dueña del santo, 1957). La música que llaman ahora negra, la música andina de la costa… Yo canté en quechua, en aymara, me llamaban la artista de la integración. Rodrigo Montoya escribió : “es la artista puente entre dos culturas que el Perú necesitaba”. Eso es como abrazar al Perú, ¿no crees? //