De los 23 niños awajún inscritos por Indecopi, trece son niñas, como Maricielo Taki. (Foto: JOAN RÍOS INCIO / INDECOPI)
De los 23 niños awajún inscritos por Indecopi, trece son niñas, como Maricielo Taki. (Foto: JOAN RÍOS INCIO / INDECOPI)
Oscar García

En un lugar de la selva, una hormiga llora porque ha extraviado su rumbo a casa. Tiene hambre y nada que comer. En ese estado se encuentra con su enemigo natural, el gusano, que lejos de querer comérsela le ofrece comida y la ayuda a recuperar su rumbo. La trama de “El gusano y la hormiga perdida”, contada con voz infantil por su autor, Nando Unkacham, un niño awajún de diez años, resuena fuerte en el contexto de un país partido, en el que hasta hermanos se han vuelto enemigos irreconciliables. Es una historia que reconforta y regala esperanza.

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Nando, que de grande quiere ser ingeniero civil, ya puede sumar a su currículo de estudiante primario y de niño que gusta de jugar a “la mancha” (un juego infantil parecido a las chapadas) el de autor registrado en Indecopi. La historia de cómo 23 niños y niñas de la comunidad awajún de Urakusa, ubicada en la provincia de Condorcanqui, al norte de Amazonas, acabaron siendo reconocidos por el sistema nacional de derechos de autor comenzó en su colegio, el I. E. Bilingüe N.° 16705, institución dirigida por el apu del lugar, el profesor Hugo Wipio.

Maricielo Taki Santiak y Dady Orrego Weepiu son algunos de los niños awajún autores de Uchi UagmatU (cUentos infantiles), obra colectiva registrada en su lengua. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).
Maricielo Taki Santiak y Dady Orrego Weepiu son algunos de los niños awajún autores de Uchi UagmatU (cUentos infantiles), obra colectiva registrada en su lengua. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).

El lugar es tan remoto que no tiene electricidad las 24 horas del día y cuenta con Internet satelital solo en algunos puntos. A iniciativa del programa Ancestros, de la Oficina Regional de Indecopi, que busca recuperar saberes de las comunidades desde la propiedad intelectual, se incentivó a que los niños de los últimos grados de primaria del colegio mencionado escribieran historias en su lengua sobre sus tradiciones y formas de ver la vida. Lo demás, la parte creativa, se dejó a su vasta imaginación.

Hubo uno de ellos, Guilmer Orrego Weepiu, que escribió de forma vívida sobre cómo el coronavirus afectó a los awajún, acabando en poco tiempo con los sabios del lugar. El niño Danilo Orrego Ramos se imaginó la fantasía “Muun uchiji yujuamu”, que se puede traducir como “El hijo del hombre que fue comido por un tigre”; y la niña Rosibell Orrego Sejekam redactó un relato de misterio- so nombre, “La boa y el diablo”, de cuya trama no da muchos alcances.

La comunidad de Urakusa, en la provincia de Condorcanqui, al norte de Amazonas, alberga una importante cantidad de personas awajùn. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).
La comunidad de Urakusa, en la provincia de Condorcanqui, al norte de Amazonas, alberga una importante cantidad de personas awajùn. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).

Lo que siguió fue iniciar el proceso de registro de derechos de autor de su obra conjunta, que llamaron Uchi uagmatui, que significa ‘Cuentos infantiles’. Lo hicieron con ayuda del apu, de sus docentes y con la asistencia de Indecopi. Fue un proceso lento debido a la mala infraestructura de redes del lugar. Había que subir al sistema los manuscritos para su revisión, lo que tomó cierto tiempo. El proceso culminó el viernes 2 de julio, cuando la presidenta ejecutiva de Indecopi, Hania Pérez de Cuéllar, y una comitiva de diez personas de Lima viajaron hasta Urakusa para entregarles a los pequeños sus certificados que los reconocen como autores de una obra en colaboración.

LA RUTA A URAKUSA: UN VIAJE INOLVIDABLE

Aunque les dijeron que era un viaje de seis horas, fueron doce las que le tomó a Pérez de Cuéllar y a su equipo arribar hasta Urakusa desde la ciudad de Chachapoyas. Fueron por tierra, en una van cargada de libros como donativos y bordeando montañas. Y aunque el viaje fue extenuante, el cansancio se esfumó ni bien pudieron bajar del vehículo y encontrarse con los niños, que los esperaban vestidos con sus trajes de fiesta. Hubo un banquete especial en donde se sirvió gallina asada con yuca, caldo de armadillo y tilapias criadas en la piscigranja de la comunidad.

Los 23 niños y niñas awajún recibieron el certificado que los reconoce como autores inscritos de la mano de la presidenta ejecutiva de Indecopi, Hania Pérez de Cuellar. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).
Los 23 niños y niñas awajún recibieron el certificado que los reconoce como autores inscritos de la mano de la presidenta ejecutiva de Indecopi, Hania Pérez de Cuellar. (Foto: Joan Ríos Incio / Indecopi).

En lugares donde la presencia del Estado es poca, que llegase una delegación así es una sensación, tanto como el dron que la gente de Indecopi hizo volar y que volvió locos a los pequeños. “¡Un abejorro!”, decían. Más tarde, en círculo, cada uno le leyó su cuento a la presidenta ejecutiva, que asegura que lo vivido fue una experiencia indescriptible. “Este tipo de actividades son las que le dan sentido a lo que hacemos”, dice al tiempo que reconoce que el Estado tiene un pendiente en el tema de protección de saberes ancestrales. Pronto empezarán un nuevo proyecto para reconocer los derechos de las mujeres awajún sobre los cánticos anen.

Los niños hacen una rueda para contarle a la presidenta ejecutiva de Indecopi sus cuentos. (Fotos: Joan Ríos Incio).
Los niños hacen una rueda para contarle a la presidenta ejecutiva de Indecopi sus cuentos. (Fotos: Joan Ríos Incio).

Llegada la ceremonia de entrega de documentos, la cara de los niños era un poema. Con el reconocimiento de sus derechos, los pequeños podrían publicar estos cuentos bajo la forma de un libro ilustrado y obtener los beneficios que reporta ser parte del sistema de derechos de autor. Sus padres y profesores no podrían estar más orgullosos. //

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