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Chacalón
Oscar García

La tarde en que lo enterraron, más de 30 mil almas desamparadas acudieron al cementerio El Ángel para despedirse de la voz que mejor los había entendido. El video del sepelio de Lorenzo Palacios, Chacalón, es impresionante, con un camposanto colapsado por unos fans en llanto que no permitían que su cajón fuese dispuesto para el adiós final. Hasta un accidente hubo ese día, al caerse una tarima que dejó contusos, quienes añadieron más dolor a su lamento.

La masa chacalonera que lo seguía –esa misma descrita como “achorada” por la sorprendida prensa que cubría el acontecimiento– lo despidió hace 25 años con mucho drama y tristeza, dos ingredientes sobre los que Palacios había dado cátedra y cimentado su leyenda.

Chacalón, por ejemplo, cantó mucho sobre su muerte. Se ponía melancólico, casi bíblico, cuando cantaba eso de “el día que yo me muera, otros nuevos cantadores bajarán del cielo y así Chacalón y la Nueva Crema nunca morirán”. De hecho, doce días antes de morir, cantó en vivo Muñeco de cartón, un tema que nunca llegó a grabar, cuya letra decía: “Como un muñeco de cartón, un día me enterrarán en un viejo cementerio: mi familia sufrirá, mis amigos llorarán”.

Nadie sabía que tenía diabetes. Su amigo Ursus Huapaya había jugado fulbito con él una semana antes de su partida y no recordaba haber visto ningún síntoma de debilidad en su físico. Se fue ese 24 de junio. El reloj marcaba las 5 horas con 30 minutos de la tarde. Momentos después, al locutor Aníbal Alanya, de Radio Inca, le tocaría la responsabilidad de comunicar su muerte. El hombre que acuñó la frase “Este domingo, domingo, domingo...” recuerda ese día como aciago. Nadie quería dar a conocer una noticia así.

EL HOMBRE Y EL MITO
El guitarrista José Luis Carballo, fundador de La Nueva Crema, la banda con la que Chacalón alcanzó la fama definitiva en los años setenta, lo recuerda como un gran hermano. Y como pasa con los hermanos, recuerda las risas y también los pleitos. Esas peleas se daban siempre en el estudio, debido a la nula preparación musical del cantante. “Sudaba la gota gorda porque él no tenía formación. En Ven mi amor había una parte final, tras una parada, que no la pudo cantar. Batallábamos. El fuerte de Chacalón era su manera de transmitir. Lo que hizo con canciones mías como Ven mi amor, Lágrima de amor o Amor ideal, que fueron las primeras canciones con La Nueva Crema, fue magnífico”.

Carballo, que se desempeñaba como productor musical en el sello Horóscopo, recuerda con agrado las tardes de descanso en casa de Chacalón, en el jirón Bondy, en la falda del cerro San Cosme. El barrio era tan picante que si no se conocía a alguien, lo mejor era no entrar. Los muchachos estaban en sus primeros veintes. Un día podían ir a La Parada a buscar discos tropicales. Otro, se ponían a jugar fulbito con chiquillos del lugar que no tenían zapatos. Descalzos, jugaban hasta que se iba la luz y ya no veían nada.

Chacalón debía su apodo a su hermano Alfonso Escalante Quispe, al que llamaban el Chacal por su parecido de niño con un luchador mexicano. Escalante era cantante en el grupo de cumbia Celeste, y en su momento le cedió el puesto a su hermano. Aunque es consenso que Chacal tenía mejor voz, había algo especial en la de Lorenzo, en su crudeza y desgarro, que calaba hondo en quien lo escuchara. Con Celeste interpretó el éxito Viento, un superventas en su año. Su popularidad crecería mucho más cuando llegó a La Nueva Crema.

Este grupo se hizo conocido gracias a su sonido que conjugaba distorsión rockera con melodías lastimeras, de ecos andinos. Esas primeras canciones de Carballo, escritas desde el desamparo, hacían eco en los sectores más pobres y desposeídos, como si hubieran sido escritas a la medida de su dolor. No extraña nada que esa fuese su base incondicional de fans.

Un éxito atípico en la discografía de Lorenzo Palacios, como dicen los entendidos, es Soy muchacho provinciano, del compositor peruano Juan Rebaza, por su tono luminoso y esperanzador. “Con la ayuda de Dios sé que triunfaré y junto a ti, mi amor, feliz seré”, canta Lorenzo en ese himno de los migrantes. “Conocí a Chacalón cuando era jovencito y trabajaba alquilando equipos de sonido. Era un chico muy trabajador. Un día llegó con unos amigos a mi casa, cerca de la una de la mañana, y me dijo que quería grabar temas míos y lo que le enseñé fue Soy provinciano. Y lo que me acuerdo es que a Chacalón no le gustó. Decía que no era su estilo. Su banda lo convenció. Tan poca fe le tenían que la pusieron como un lado B y fue un éxito”, dice Rebaza.

LA HUMANIDAD DEL ARTISTA
La personalidad poliédrica de Chacalón, llena de facetas y aristas, no deja de sorprender. El hombre que alguna vez estuvo en prisión por atacar a un policía en un baile y que coqueteó con el lumpen, había estudiado cosmetología y costura. Le cortaba el pelo a su papá, a sus hijos y se hacía él mismo su ropa. Otros lo recuerdan como un chico conflictivo y peleandero, pero al mismo tiempo sobran testimonios de su bonhomía y nobleza para con los más humildes. Su amigo Alanya recuerda cómo en una ocasión, durante una chocolatada, Chacalón mandó a vender su reloj para poder costear más raciones de alimento para los niños. Rebaza asegura que era un tipo extraordinario, muy sencillo y simple en sus inicios, aunque otros recuerden su posterior tendencia a la ostentación. Chacalón se vestía de un modo que ha sido descrito como estrafalario porque, en su visión, un artista debía distinguirse del resto.

A 25 años de su muerte, su estilo de canto fue continuado por otros que quisieron emularlo. Su obra discográfica ha empezado a editarse en Europa. También ha inspirado a artistas locales como William Patiño, que ha convertido a Papá Chacalón en una constante en su trabajo. También tiene un proyecto llamado Sonido Chacadélico, que busca rescatar el sonido de la chicha tradicional en Lima a través de fiestas animadas con discos de vinilo, como antaño. “El tenía una influencia andina porque de niño cantaba huainos. Lo llamaban el Chinito de los Andes, aunque él nació en Lima. Ese sentimiento y esa tristeza vienen de ahí”. La obra de Chacalón es grande, anota Patiño, y será un desafío para estas generaciones que se tomen el trabajo de conocerla como se merece. //

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