Miguel Rocca

Si tuviéramos que describir a Christian Ramos en una palabra se me ocurre “madurez”. Ya no es el adolescente que en el 2005 defendía a Perú en el Mundial Sub 17 que organizó nuestro país. Tampoco el joven jugador e hincha de Alianza Lima que por allí podía decir cosas de las que luego tenía que arrepentirse.

Ramos creció.

Y se volvió el capitán sin cinta de la selección peruana de fútbol. Porque esperó su momento con paciencia, con un rendimiento en clubes sostenido. Yendo a jugar al extranjero, entrenándose y aprendiendo de cada experiencia.

Cuando uno pensaba en Zambrano, Ascues, Callens, o hasta en Néstor Duarte o Koichi Aparicio para acompañar al indiscutible Alberto Rodríguez en la defensa peruana, no se asomaba el nombre de Christian Ramos.

Pero Ramos trabajaba, en silencio, paciente, criterioso e inteligente (como diría Daniel Peredo) a la espera de una oportunidad. Y llegó.

El partido que cambia la historia de Perú fue el 4-1 logrado en Asunción. Perú no ganaba un partido de visita por Eliminatorias desde hace más de una década. Y ante una deslumbrante actuación de Cueva, la rapidez de Oreja Flores y el aguante de Paolo Guerrero, hacía falta un ingrediente para empezar a remontar un partido que comenzamos perdiendo. Ramos se erigió en las alturas y con un cabezazo marcó el 1-1 en el Defensores del Chaco. El resto es historia.

15 de noviembre del 2017

La fecha más importante de los últimos años en el fútbol peruano también tuvo a Ramos como protagonista. El zaguero, ya titular indiscutible en la zaga peruana junto al “Mudo” Rodriguez, aprovechó un balón que le quedó tras un saque de esquina. Con pierna derecha y seguramente cerrando los ojos, el remate de Christian se coló en el arco que defendía Marinovic, el buen portero neozelandés. 2-0. A hacer las maletas. Nos vamos a Rusia a ser felices.

Ramos recuerda el momento como si hubiera sido ayer, nos cuenta que en la previa los nervios o el temor de no conseguir el objetivo asomaban en algunos del plantel, incluido él. Pero siempre podía más el convencimiento. El creer que sí se podía. Y vaya que se pudo.

De su celebración, dos momentos quedaron grabados, el Spiderman lanzando telarañas que simuló ser (celebración para su hijo) y los golpes en su brazo que demostraban la rabia, la fuerza, el peso de una mochila que llevábamos durante 36 años, el mismo tiempo que estuvimos sin asistir a una Copa del Mundo.

Cuando acaba el partido, ¿qué pasaba por tu cabeza?

El pitazo final llega y yo estaba muy feliz. Como que no me la creía. No creía que habíamos clasificado al Mundial. Estaba contento, abrazando a mis compañeros pero dentro de mi cabeza decía si esto era una realidad. “¿De verdad hemos clasificado?”. Al día siguiente veo la prensa y recién “sí, esto es real. Estamos en el Mundial”.

Lograron algo que pocos han conseguido... Convertir a una generación que se acostumbró al casi en un país que conseguía los objetivos

Tú veías las calles y decías “qué locura es esto”. La calles eran un loquerío. Antes veías que cuando jugaba la selección era una camiseta de la “U”, otra de Alianza, del Barza. Nunca era camiseta de Perú. Pero después de todo esto, veías la camiseta de Perú en colegios, universidades, trabajos. Que el estadio se vea de rojo y blanco es hermoso.


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