Oscar García

La historia de Mataindios inicia en un pequeño pueblo de la sierra de Lima. Vemos a una comunidad campesina que se prepara para celebrar las festividades de su santo patrón, Santiago Mataindios –adaptación local del mito de Santiago Matamoros–, con un fervor y un entusiasmo ciego, que evidencia la existencia de una historia oculta detrás. No tardamos en ver que cada casa en el pueblo es como un velorio, en donde distintos objetos (sombreros, pequeñas cajas, ropa) son velados a puerta cerrada, ante la ausencia de sus dueños. Hay una convivencia con el dolor por algunos desaparecidos y el consuelo más cercano es la religión. Hasta que ocurre un hecho que los hace analizar su experiencia desde una luz menos pasiva con el sistema y la estructura en que viven.

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Filmada en el año 2016, en Yauyos, en el pueblo de Huangáscar, Mataindios se estrena este 14 de julio luego de un recorrido por 50 festivales y ganar siete premios internacionales y dos locales, entre ellos uno en el Festival de Cine de Lima del 2018. La película tiene entre sus inusuales cartas de atracción el estar protagonizada por un colectivo de comuneros sin ninguna experiencia en la actuación. A ellos llegaron un día los directores Óscar Sánchez, que nació en Huangáscar, y Roberto Julca, para proponerles una aventura: ser protagonistas de una película de ficción.

El hecho, como es de esperar, fue una revolución en el pueblo. Los noveles actores se comprometieron tanto con sus papeles que hasta subcontrataron a personas para que se hicieran cargo de las chacras mientras ellos se fueron a perseguir a las musas del drama. Lo bonito, cuenta Óscar Sánchez, fue ver cómo ellos mismos empezaron a ordenarse y apoyarse para mejorar como elenco. Entre ellos se corregían: “oye, has dicho mal tu línea” o “no hagan bulla que están grabando” o “por tu culpa vamos a volver a tener que repetir toda la toma”, eran frases que se escuchaban, a veces en quechua, en ese mes y poco más que duró el rodaje.

En lugar de pagarles con productos o canjes, la producción optó por algo más justo: darles un sueldo fijo por día grabado, una satisfacción económica que los convenció, más en épocas de sequía y de vacas flacas, como es octubre en las sierras de Lima.

Mataindios es una película de sensaciones, en donde la narrativa tradicional de tres actos, con la que se cuentan la mayoría de ficciones, se sustituye por una estratégica economía informativa que va armando el rompecabezas por episodios o pedazos informativos. La cinta se estructura en cinco capítulos y un epílogo, y en menos de cien planos, todos hermosamente fotografiados, para extraer de ellos el mayor impacto narrativo y poético.

“(La película) surge de la necesidad de pensar en las estructuras que nos sostienen”, sostiene el director Sánchez. “Por nuestra condición humana, solemos aferrarnos a estructuras sobre las que depositamos fe y esperanza de que nos vaya mejor. Pueden ser estructuras religiosas, políticas, de diverso tipo, y a veces estas no funcionan. Las estructuras que nos sostienen no siempre están a nuestro favor. Y eso es lo que trata de reflexionar Mataindios. Es pensar “hasta dónde vamos a tolerar esto”. ¿No será momento de traérselo abajo y pensar en una forma más libre, menos maniatada”.

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Es también una cinta que habla del dolor por los desaparecidos del conflicto armado, sin ser para nada gráficos ni redundantes. En las cruces que levanta el pueblo, en una escena emblemática de la película, se ve una fecha, que el director Sánchez explica: “Ese año una patrulla de Sendero atacó una comisaría en Huangáscar. Yo tenía 12 años pero lo recuerdo bien porque fue muy impactante. Se llevaron a los policías y el pueblo salió a pedirles que no los maten. Cuando los soltaron, vimos a los policías bajar en short, descalzos”. Hay muchas lecturas que se pueden extraer de la historia. Desde la mirada anticolonial que se percibe en el cuestionamiento a ciertas tradiciones impuestas en épocas de la conquista, a la indolencia generalizada que se tiene en las ciudades por lo que sucede en el Ande, por cómo son llevados los duelos más allá de la capital.

Una historia ejemplar que se cuenta en un solo plano es la de la pareja que escucha un casete con la voz de su hija muerta, cada noche. Los noveles actores Leonor y Mario conectaron con la indicación directoral porque ambos habían sufrido pérdidas dolorosas. En la filmación, el casete estaba vacío. Ello no les impidió afrontar la escena con imaginación y reaccionar ante el silencio con verdad, como los más grandes. //

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