La Gringa, una de las gatas de la familia Cisneros León. FOTO: Archivo personal.
La Gringa, una de las gatas de la familia Cisneros León. FOTO: Archivo personal.
Luis Jaime Cisneros

Todos los días. Al inicio y al final de una jornada. “¿Me están escuchando?”, les digo con tono tierno. La respuesta de Chuska y Gringa no tarda. Esta no llega envuelta en un agudo maullido, sino como un dilatado silencio que yo imagino atonal. Un silencio acompañado de una mirada feroz mientras cierran los ojos en cámara lenta, despanzurradas sobre un sofá aterciopelado estilo francés.

Las entiendo. Les acabo de servir el desayuno. Ya maullaron lo suficiente. Que aparezca un humano –al que ellas vean como un gato grande- a darles la lata, les tiene sin cuidado. Me observan, casi con interés, cuando les recuerdo cada mañana que el plato azul es de la Gringa y el verde de la Chuska. Les pregunto si prefieren croquetas o paté de pescado para animales. Las comprendo. El calor las tiene agobiadas. Solo quieren una brisa de aire fresco. Y luego, dedicarse a su actividad preferida: dormir 16 horas.

Chuska se asoma desde el sofá.
Chuska se asoma desde el sofá.

El resto del tiempo lo ocupan en una tarea para la cual les dejo siempre instrucciones antes de ir a buscar noticias, que para eso me pagan. Cazar polillas e insectos. Vivimos en una casa de una sola planta, con techos de madera y rodeados de libros. Ellas han entendido su misión. Cada vez que regreso me reciben con los restos de enormes polillas muertas. No se las comen. Es un ritual que cumplen. No hay lonche gratis. Saben bien que a cambio tendrán sus croquetas de pescado.

En un diccionario bilingüe Larousse ) encontré expresiones que me ayudaron a reforzar nuestra comunicación. Vivo acompañado de gatos desde hace 25 años. Vengo de una familia gatuna. Una familia en la que algunos de sus integrantes tenían una sólida fama de practicar la magia negra, según el rumor que no encontrarán en ninguna biografía. Y ya saben ustedes lo que dice la iglesia católica sobre ciertos gatos. Quizá por ello tenemos un código secreto. A veces no es necesario hablarles para que sepan lo que les estoy diciendo.



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