MDN
María Emma Mannarelli
Nora Sugobono

Su abuela le narraba historias de un Perú que no se sentía –no se siente– tan lejano. Le contaba cómo su padre (su bisabuelo) había cruzado los Andes acompañando a Andrés Avelino Cáceres durante la Campaña de La Breña. También de cómo había ascendido a teniente coronel en plena batalla o de los aretes que le había robado a un soldado chileno durante la ocupación de Lima (y que ella lucía con orgullo). María Emma Mannarelli supo desde muy chica que las mujeres teníamos cosas que decir. Supo también que nuestro país habría sido otro si nos lo hubiesen permitido. Su voz –a través de libros, artículos y clases– ha sido su mejor herramienta para contar su historia y la de las que vinieron antes que ella.

Durante siglos, ha tenido su origen (lo sigue teniendo) en el patriarcado.
Las mujeres siempre han querido decir ‘no’ cuando así lo han sentido. Pero me parece que desde una cuestión más de estructura de las sociedades, hay algunas donde las mujeres están más sujetas al parentesco. En la época prehispánica, el ayllu era la organización fundamental. Tú participas en esta actividad (sea la evocación a la Pachamama, a la luna, al sol) pero en función de que eres pariente de alguien. En esos casos tu ‘voz’ no era la de una mujer, sino la de una esposa o hija. Las mujeres podían poner en cuestión algunas cosas, oponerse incluso, pero identificar su deseo (que está ligado a esa voz) o escoger era más difícil. ¿Mi deseo de ser madre es por mí misma o es una decisión de continuidad de linaje?

La maternidad, la reproducción y el cuerpo femenino no son competencia de las propias mujeres.
Es uno de los aspectos más incomprendidos, incluso para nosotras mismas. La decisión –de tener o no hijos– está llena de culpas, idas y venidas, porque las enfrenta a mucho: a la sociedad de mandato, a la casa.

¿En qué otros temas nos cuesta expresar nuestros deseos?
La maternidad es uno enorme, vinculado a otros igual de importantes como la sexualidad. Lo que ocurre hoy nos obliga a mirar muy atentamente. ¿Qué está pasando? La ciudadanía ha dejado atrás el parentesco: las normas ya no emanan de la sangre, del grupo familiar (las mujeres se intercambiaban con el más poderoso o se metían al convento o dependían de alguien). Suena bien para las mujeres no depender de nadie, pero la autonomía tiene un precio altísimo.

Como la libertad.
Todo eso cuesta porque tienes que transformar tu percepción de ti misma y del entorno. Los patrones definidos para el disfrute, tanto de los recursos o del sexo, como de tu propio cuerpo. Una mujer puede decir que no, puede identificar mejor el deseo propio (esto también es histórico: la expresión del deseo va cambiando a lo largo de la historia), pero sigue siendo muy difícil la denuncia, la exposición pública. En algunos países más que en otros, el espacio público es un lugar que expone y que puede contaminar. Los jueces piensan como padres; los policías piensan como parientes. Tienen una lógica doméstica que aún domina este espacio y hace que las mujeres no sean vistas realmente como ciudadanas.

No vendría a ser del todo adecuado que alguien se exprese ante una situación de abuso con frases como ‘¿qué pasaría si fuese tu hermana?’, entonces.
Son comentarios que todos soltamos de manera natural, es nuestra primera salida. Pero si una mujer no tiene un hermano o un padre, ¿qué es? La ciudadanía es prescindir de todo el parentesco y valer por ti misma.

A veces olvidamos que las mujeres no hemos sido consideradas oficialmente ciudadanas hasta el voto femenino, en 1956.
Es muy reciente y, por eso mismo, es más fácil retroceder.

Olvidamos también que el Perú tuvo, desde finales del siglo XIX e inicios del XX, una generación importantísima de escritoras e investigadoras pioneras en el feminismo: Clorinda Matto de Turner, Teresa González de Fanning o María Jesús Alvarado, por ejemplo.
Olvidarlas es un mecanismo de defensa del patriarcado. No reconocerlas significa postergar o soslayar el reto, el desafío que estas mujeres planteaban a la sociedad de su época, a las mujeres, y también a los hombres. A través de sus voces, y de la palabra escrita, dejaban un registro. Y al publicar sus opiniones, una voz se instala en la escena pública y empuja al sistema, a los padres. Las callan porque de ocurrir lo que ellas proponían, los hombres habrían tenido que renunciar a muchos privilegios.

¿Cómo habría sido, o sería, la historia del Perú contada por las mujeres?
Debemos contarla desde la experiencia femenina, desde las mujeres. Tendríamos otra historia y seremos otro país cuando la contemos. //

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