Biólogas de izquierda a derecha: Joanna Alfaro, Rocío López de la Lama, Ximena Vélez-Zuazo, Keny Kanagusuku y Shaleyla Kelez.(Foto: Fidel Carrillo)
Biólogas de izquierda a derecha: Joanna Alfaro, Rocío López de la Lama, Ximena Vélez-Zuazo, Keny Kanagusuku y Shaleyla Kelez.(Foto: Fidel Carrillo)

En el Perú no se registran ataques de tiburones a seres humanos desde 1900. Así es. Puede agradecerle a Steven Spielberg el temor que lo asalta cuando lee la palabra que define la especie o ve la fotografía de la izquierda. También a Hollywood y su maravillosa maquinaria para generar pánicos colectivos en aras del rentable copamiento de salas y consumo de canchita. La bióloga Rocío López de la Lama, de hecho, amplía la lista de responsables de esta asociación negativa para con el escualo a la prensa nacional. “En nuestras costas no sucede nada, pero en las noticias colocan incidentes ocurridos en Australia. A la gente eso se le queda en la cabeza”, comenta la experta, que entre sus estudios incluye uno que evidencia las percepciones que tienen los peruanos costeros sobre el dientudo pez. Y agrega: “En una encuesta nacional preguntamos qué palabras asociaban con el animal. Los resultados: muerte, sangre, miedo. Eso cuando en el Perú comemos tiburón siempre. De diez personas, siete consumen tollo. Y de estas siete, solo dos saben que el tollo es un tiburón. Está en el mercado, en nuestras mesas. Todos los días”. 

López de la Lama es una de las cinco personas que más sabe de tiburones en nuestro país. Las otras cuatro, para sorpresa de muchos, también son mujeres. Sus investigaciones en torno a la biología y la ecología de la especie en el contexto local son relevantes dado que no abundan. De ahí que todas hayan destacado en el I Simposio Peruano de Rayas, Tiburones y Especies Afines, llevado a cabo en octubre. 

La doctora en Biología Marina y Conservación Shaleyla Kelez integra a su vez el grupo. “Junto a un equipo estudio al tiburón ballena, que es el pez más grande del mundo y que también vive en la costa peruana. Es un animal hermoso. Sabemos, justamente, que hay una agregación de machos juveniles en el norte”, detalla Kelez. Aunque estos pueden llegar a medir 20 metros, explica, cerca de nuestras playas se han podido divisar hasta de ocho. “Recién en el 2016 el Gobierno sacó una norma para protegerlos porque estaban siendo depredados. Lo que pasa es que su carne es comestible en otros países. Ni qué decir de China, en donde son muy requeridas sus aletas para la preparación de una sopa tradicional. Cada una podría llegar a costar 800 euros”. 

Cifras y datos aparte, una complicidad emerge cuando hablan de su trabajo y ella tiene que ver con el afecto y la defensa que le profesan a su objeto de estudio. Le pasa esto también a la PhD Ximena Vélez-Zuazo, quien trabaja para el Instituto Smithsoniano para la conservación en el Perú. “Es cierto que hay especies más asociadas a los reportes de interacciones con humanos, como el tiburón blanco, toro, tigre o limón. Digo interacciones porque no me gusta usar la palabra ‘ataque’. No es el término adecuado cuando un tiburón confunde a una persona con otra especie de su cadena alimenticia”. 

Otras amenazas
¿Dulces animalitos de compañía, entonces? Tampoco, tampoco. No es que lo crean así. Sin embargo, coinciden en considerar que en su trabajo hay condiciones más desafiantes y extremas que deben superar, como por ejemplo el desenvolverse profesionalmente en un mundo dominado por hombres. 

“Nosotras nos movemos en un mundo dominado por ellos, eso es evidente. Tanto en los espacios donde realizamos trabajos de campo hasta en la academia. En estos una siente que tiene que hacer un esfuerzo extra por ser escuchada. A veces este trato es inconsciente, pero otras no. Estamos metidas en un mundo de tiburones, por donde se le mire”, puntualiza Vélez-Zuazo, especializada en ecología molecular. 

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