Las dudas, sueños y miedos de Sebastián, el padre de mi hija, por Adriana Garavito. FOTO: Archivo personal.
Las dudas, sueños y miedos de Sebastián, el padre de mi hija, por Adriana Garavito. FOTO: Archivo personal.

La que no quería tener un bebé era yo. Las razones rondaban entre las más insignificantes hasta las más profundas: miedo a perder mi libertad, tener que rechazar supuestas propuestas de trabajo en el futuro, no tener la suficiente plata en la cuenta, decirle adiós a mi identidad, a mi cuerpo, a la tranquilidad; terror a no poder controlar mis impulsos, no saber protegerlo o hacerlo demasiado.

Ser madre –siempre he creído- tiene que ver con enfrentarse a esas sombras que van tomando forma mientras crecemos. Y me lo preguntaba mil veces: ¿cómo es posible engañar a un ser que crece dentro ti? Es decir, de lejos, por más que sea dependiente y vulnerable, un bebito es quien sabrá mejor que nadie quien realmente soy. O al menos eso creo. Sentía pánico al pensar que traería al mundo a alguien que sabría de pies a cabeza, y de fuera hacia dentro, que es lo que me tumba.

Es curioso porque cambié de opinión a partir de la fragilidad. Cuando a mi papá le diagnosticaron cáncer en julio del año pasado pensé que todo era cuestión de llegar a las citas a tiempo, de acompañarlo a las quimios y decirle que estaría bien. Pero no fue así; fue duro ver cómo la enfermedad se lo iba a llevando de a pocos. A los tres meses murió tras pedirme perdón por no haber sido un padre presente y porque no había sido lo suficientemente fuerte para vencer el cáncer. Y así me tocó lo que nos toca a tantos: ver a mi padre desolado.

La realidad me golpeó y caí en cuenta que uno no pude controlar todo. Y pensé que armar una familia con hijos puede ser esa oportunidad para saldar errores propios y para recuperar la noción de lo que es el amor puro e incondicional, ese que a veces anhelamos demasiado tarde.

Sebastián, mi novio, en cambio, siempre supo que quería ser papá. Y no por una cuestión de “eso es lo que hace la gente”, sino porque la paternidad está en él. En algún momento le comenté sobre mis miedos, pero tengo la impresión que siempre confió en que las cosas cambiarían a su favor. Y cuando le conté que estaba embarazada noté en sus ojos todo junto: miedo, muchísima emoción y unas pequeñas ganas de decirme: Ya ves. Todo va a estar bien.

Como todos, es una persona con muchas cualidades, pero hablar no es una de ellas. Es un tipo más visual y sumamente práctico. Cuando dice que está feliz es porque realmente lo está, y si no, pues solo no está feliz. No necesita de más explicaciones ni darle vuelta al asunto. Las cosas son como son. Pedirle que me describa cómo se siente con la idea de esperar una bebita fue un reto, pero encontramos la manera (y menos mal, la que más me gusta): me lo escribió. Y de las tripas compartió algo más o menos así:

“Siento que siempre he tenido una conexión especial y siempre he tenido la ilusión de ser papá. Creo que amar y educar es algo que llevo dentro y me encanta la sensación de poder compartirlo. Sé que será difícil, pero lo tomo como un reto. Y sin duda es una oportunidad de educar sin repetir muchos errores. Lo que busco es ser la mejor versión de mí y darle a mi hija todo lo que esté a mi alcance y más. Me emociona verla y estar para ella… Creo que pensé que tendríamos un hombre porque yo fui el mayor de todos mis hermanos, pero ahora que sé que es mujer, y por más que no la conozco, ya se me cae la baba; cuando la vea no sé qué va a pasar. Estoy feliz con lo que nos ha tocado y sé que eso generará un cambio positivo en mí. Desde ahora le digo: bienvenida. Acá estamos para ti, para amarte y hacer todo lo que podamos para hacerte feliz”.

El correo lo escribió en base a unas preguntas que le mandé, pero siendo sincera no esperé algo tan lleno de amor. Evidentemente lloré. He llorado por tener que ir al banco así que obviamente lloré al leer que el padre de mi hija se siente tan feliz frente al hecho de que nuestras vidas están por cambiar radicalmente. Pero también lloré porque sentí que había ganado una carrera para la que no sabía me había estado preparando tanto tiempo.

Ese miedo que sentí por tantos años de traer a alguien al mundo, no fue más que una manera de hacer que me sienta más fuerte ahora. Sentí que ese cambió de opinión, que nació de una pérdida, realmente llegó en su mejor momento. Que solo así pude ver las cosas más claras; que como madre seré esa versión que necesito para seguir limpiando mis propias sombras.

“Ya te veo totalmente como una madre, linda”, me escribió en otra parte del correo. “Toda una madre y me gusta que me incluyas en todo. Te veo ahora con los mismos ojos de amor, pero pensando en que ahora somos muchos más. Somos familia”. Y sí, pues. La verdad que no hay nada como armar como quieres tu familia.

Contenido Sugerido

Contenido GEC