MDN
Edison Flores.
Miguel Villegas

Todos tuvimos un amigo así en el colegio: un enano que la rompía. Un bajito que pasa desapercibido al lado del más querido, el más estudioso y -claramente- de ese ejército bullero de palomillas. No sale en la foto pero está en la memoria. Cada grupo tiene detractores, envidiosos que luego resuelven sus diferencias con un ron de campamento. El que no tiene contra, sin embargo, es él. El más chiquito, el más flaquito, el más niño. El que todos defienden porque juega como nadie al fútbol, porque ahí siempre te salva y porque es de los tuyos. 

Cuando un pichón de crack crece no solo le cambia la voz: debe modificar su dieta, sus horas de sueño, su rutina de gimnasio. Es el tránsito de pistero a atleta. Quienes conocen la historia de Edison desde que tomaba tres carros para ir de Collique hasta Lurín, su sueño de jugar alguna vez en la ‘U’, responden siempre lo mismo. Flores quería. Le faltaban monedas, chimpunes, un buen postre pero le sobraban ganas de aprender, de entrenar, de crecer. Y algo más importante, acaso la única medicina contra la pobreza: su eterna sonrisa de bebe. 

En un fútbol geopolíticamente destrozado –Cienciano desaparece, el Callao resiste, la ‘U’ y Alianza mueren-, su historia es una rareza y un ejemplo. Y debe ser contada millones de veces en colegios y gerencias no por aplaudirlo, pedirle prestado su nombre para una loza o darle portada: para espejo. ¿Cuántos Orejas hay allá afuera, pateando una pelota vieja frente a un kiosko donde salen sus héroes? ¿Cuántos creen que jugar un Mundial, es decir, ser el mejor en lo que uno hace, es un imposible? Miles. Cientos de miles. 

No basta con ser bueno. Hay que probarlo: Edison Flores juega como si la pelota fuera de él y el único objetivo fuera hacer un gol. Tiene energía y pie para controlar la pelota una semana pero descarga y lo más importante, patea al arco. Si Paolo Guerrero está en un altar es básicamente por eso: hizo 5 goles y nos puso en zona de repechaje. Flores, sin ser ‘9’ ni tener ese físico, también anotó 5 y la sensación de insustituible tenía relación directa con sus números, no con su peinado o su automóvil. Además, puede jugar donde quiere: izquierda, derecha, el medio. Cabecea. Y si lo patean, ríe. Y si debe ir al banco -como en esta Copa América de Brasil-, motiva al titular. Insustituible por unanimidad, milagro en el país dividido por hinchas de equipos que todavía se insultan por saber cuál es el menos perdedor. 

Un equipo de fútbol se parece mucho a un salón de clases. Sentado en su carpeta de siempre, con su mochila al pie y mirando el reloj para salir a jugar fútbol en el recreo, está siempre el más chiquito, el más flaquito, el más niño. Siempre hay un Edison Flores. Solo hay que dejarlo hacer, nada más. 

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