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Redacción EC

Rubí es la planta solar más grande del Perú, un área capaz de generar tanta energía como la que consumen 350.000 hogares. Ubicada en la región Moquegua, es un ejemplo de cómo el país impulsa su transición hacia energías limpias, basadas en recursos naturales sostenibles –como el sol y el viento–, que en el Perú son de altísima calidad. Las llamadas ‘energías renovables no convencionales’ reducen los costos de la electricidad, la vulnerabilidad del sistema y sobre todo ayudan a ‘descarbonizar’ la economía. Rubí es un modelo a seguir porque evita la emisión a la atmósfera de 210 mil toneladas anuales de CO2.

Moquegua, a 1.115 kilómetros de Lima, es conocida popularmente como la Tierra del Sol. Siempre ha tenido gran potencial energético, pero los costos para desarrollar la tecnología solar han representado una barrera difícil de superar. Recién en 2012 se inauguró una primera planta de 20 MW, pero fue en 2016 cuando verdaderamente se produjo el boom. La empresa multinacional Enel Green Power Perú (EGPP), tras ganar una subasta energética organizada por Osinergmin, comenzó a construir Rubí, una central solar capaz de generar 440 GWh anuales, una potencia equivalente al consumo eléctrico de 350 mil hogares peruanos.

Ubicada en la provincia de Mariscal Nieto, Moquegua, tiene una extensión equivalente a 400 campos de fútbol.  (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente)
Ubicada en la provincia de Mariscal Nieto, Moquegua, tiene una extensión equivalente a 400 campos de fútbol. (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente)

El ejemplo de Rubí deja varios mensajes claros. El principal es que el Perú es capaz de desarrollar energías renovables no convencionales y que estas ayudan a mantener el crecimiento económico sostenido, minimizando el impacto en el ambiente. El desafío del Estado está en ver cómo incorpora las tecnologías renovables con rapidez para que Rubí no sea solo una anécdota.

-EXPERIENCIAS COMPARTIDAS-

En 2015 llegaron a Phinaya los primeros técnicos del Proyecto Glaciares. Su preocupación por el retroceso glaciar en la cordillera de Vilcanota los condujo por trochas sinuosas hasta la comunidad campesina más cercana al Quelqaya, considerado, con 17 kilómetros de longitud y 200 metros de espesor, el glaciar tropical más extenso del mundo. Los expertos tenían evidencias contundentes de que en una generación la cordillera había perdido el 49% de área glaciar y calculaban que para el 2100 apenas quedaría el 6%. Luz Marina Quisque y Donato Bermúdez no necesitaban cifras para calcular la magnitud del problema porque era evidente a la vista. “Los campesinos comenzaron a notar que sus apus estaban desapareciendo y era lógico que entre ellos aumentaran los miedos, las culpas y los conflictos vinculados al agua”, explica Karen Price, quien fuera coordinadora nacional del proyecto.

El incremento de las temperaturas, sobre todo por encima de los 4.000 metros de altitud, ha producido el retroceso acelerado de los glaciares y la evaporación de muchas lagunas. “El cambio climático afecta a las poblaciones altoandinas y a la conservación de los grandes ecosistemas que abastecen de recursos hídricos a la cuenca”, precisa el ingeniero Walter Choquevilca, quien se encargó de coordinar el proyecto en el Cusco.

Para garantizar la producción de agua, los técnicos impulsaron medidas de adaptación al cambio climático que las 130 familias campesinas de la pequeña comunidad adoptaron con confianza y rapidez. Muchas de ellas, como la siembra y la cosecha de agua, estaban basadas en conocimientos ancestrales, casi abandonados en la práctica, pero que con el tiempo han demostrado su eficiencia.

Donato Bermúdez y Luz Marina Quisque, alpaqueros y vecinos del glaciar Quelqaya, a 5.100 m.s.n.m. (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente)
Comunidad campesina de Phinaya, Distrito de Pitumarca, Cusco, Perú. 03 de septiembre del 2019.

FOTO: OMAR LUCAS
Donato Bermúdez y Luz Marina Quisque, alpaqueros y vecinos del glaciar Quelqaya, a 5.100 m.s.n.m. (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente) Comunidad campesina de Phinaya, Distrito de Pitumarca, Cusco, Perú. 03 de septiembre del 2019. FOTO: OMAR LUCAS

Luz Marina y Donato buscaron una hondonada para construir un pequeño dique que retuviera el agua que llegaba como consecuencia del deshielo. Pero el verdadero milagro se produjo cuando la qocha infiltró el agua en el subsuelo, la almacenó y unos meses después comenzó a brotar por los manantiales situados en la zona baja de la cuenca. “Con esta ‘qochita’ facilitamos la ‘chamba’ a las montañas”, reconoce Donato Bermúdez con lucidez. “El agua almacenada nos sirve a nosotros, pero también beneficiará a otros campesinos que viven más abajo”.

La Plataforma de Glaciología y Ecosistemas de Montaña es un espacio de coordinación creado en 2013 por el Proyecto Glaciares. Desde el comienzo, su objetivo era lograr que el tema ‘glaciares y agua’ calara en la opinión pública y que los funcionarios del Estado fueran sensibles a él.

Comenzaron con siete instituciones –entre ellas el GORE Cusco y la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC)– y actualmente suman veinticuatro, entre públicas, privadas y de carácter técnico. Se reúnen para compartir sus experiencias, pero también para hacer incidencia política; quieren que su trabajo en conjunto se traduzca en proyectos de inversión pública con un enfoque de adaptación al cambio climático.

Hasta que la plataforma inició sus actividades, las imponentes masas de hielo habían permanecido tan bellas como invisibles. “Formaban parte del paisaje y nunca habíamos reparado en su importancia”, lamenta Edwin Mansilla, secretario técnico del Consejo Regional de Cambio Climático y miembro de la plataforma. “Con la plataforma hemos comprendido que son nuestra principal fuente de agua y que facilitan el desarrollo económico de la región”.

Gliserio Díaz y Margot Álvarez son productores orgánicos.  (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente)
FOTO: OMAR LUCAS
Gliserio Díaz y Margot Álvarez son productores orgánicos. (Foto: Omar Lucas / Ministerio del Ambiente) FOTO: OMAR LUCAS

“Antes no disponíamos de información de calidad para responder al retroceso glaciar”, reconoce Sandro Arias, representante del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp). “Pero eso ha cambiado”, continúa Víctor Bustinza, representante del Instituto Nacional de Investigación sobre Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), “ahora somos conscientes de nuestra realidad y tenemos información actualizada que nos permite tomar mejores decisiones”.

Víctor Bustinza se refiere, por ejemplo, a la incorporación de la problemática de los glaciares en el Plan de Desarrollo Regional Concertado de 2016, al lanzamiento de la primera maestría en el país sobre cambio climático y desarrollo sostenible, o a los convenios de investigación e intercambio de la UNSAAC con otras universidades públicas norteamericanas.

Este valioso entusiasmo, que involucra a funcionarios, investigadores, universitarios, técnicos, divulgadores y a la comunidad en general, ha consolidado un entorno crítico y maduro que es inédito en el país. Espacios como la plataforma de glaciología deberían servir de garantía para que todas las instituciones participen de manera activa y logren que las medidas de adaptación y mitigación que elijan se vinculen a políticas públicas y aseguren su sostenibilidad en el tiempo. //

SEPA MÁS:

Estas dos historias forman parte de la Acción Climática del Perú, iniciativas promovidas por el Ministerio del Ambiente, para fortalecer las acciones asumidas por el país en el Acuerdo de París.

Las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés) son compromisos voluntarios que han suscrito los países miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El Perú se ha comprometido a impulsar 153 medias: 91 de adaptación, que priorizan 5 áreas temáticas especialmente afectadas (agua, agricultura, bosques, salud, pesca y acuicultura) y 62 medidas de mitigación, que reducirán las emisiones de Gases de Efecto Invernado en un 20% para el 2030.

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