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Kenji Ruiz (44) y su hijo Joaquín Ruiz, de solo 15, posan al lado de su Mustang de 1967, uno de los pocos que se ensamblaron en el Perú. Página opuesta: El Mustang Shelby del corredor peruano Bratzo Vicich. (Foto: Elías Alfageme)
Oscar García

La primera vez que Luis Contreras (62) vio un Mustang cruzando las calles de Lima, allá por 1964, pensó que se trataba de una nave espacial o algún otro vehículo extraño llegado del futuro. De una realidad en la que los autos no asemejaban pesados ataúdes, sino esbeltos proyectiles con ruedas. Al lado del señorial Pontiac 55 con el que su papá lo llevaba a él y a sus hermanos al colegio, el Mustang se veía como un carro inconformista y rebelde. En resumen: lo que cualquier joven de la época moriría por tener. Pasarían casi 50 años para que Contreras, presidente del Mustang Club Perú, se comprase su primer ponycar. Su Mustang pertenece a la llamada tercera generación, la de los 80, algo así como el patito feo de la línea entre los puristas de lo clásico, reconoce, pero eso no lo hace sentir menos orgulloso de su joya: “Un Mustang es un Mustang”, aclara.

Sea en su modelo descapotable, de techo hardtop o de tipo fastback –con la parte superior combada de forma aerodinámica hacia atrás–, los Mustang son bellezas que remiten a las épocas en que las compañías de autos contrataban a artistas para el diseño de vehículos. Para su creación también llamaban a corredores de pruebas, como el famoso Carroll Shelby, cuyo emblema de la cobra adornaría algunos modelos de Mustang de la edad de oro.

El Mustang Shelby GT350, por ejemplo, fue el vehículo que convirtió en leyenda a Bratzo Vicich, el piloto peruano nacido en Belgrado, famoso por su notable dominio de los ‘fierros’ como por su pinta de galán a lo James Dean. Bratzo fue campeón en 1973 de los Caminos del Inca con su Mustang, con el que recorrió un total de 18 horas, 47 minutos, 57 segundos y 3 décimas, según las crónicas.

En sus inicios, a mediados del año 1964, los Mustang eran vistos como alternativas económicas de transporte. Eran carros juveniles, finalmente. Aun con su poderoso motor V8, que hoy día tragaría el doble de gasolina que un vehículo actual, el precio de un Mustang oscilaba entre 2.500 y 3.000 dólares. Y alguna vez se llegaron a ensamblar en el Perú, en Santa Anita.

Uno de esos pocos purasangres peruanos que se llegaron a producir aquí antes del golpe de Estado de 1968 está en poder del ingeniero Kenji Ruiz (44), socio del Mustang Club Perú. Para confirmarlo, Ruiz abre la puerta de su Mustang 1967 color rojo con franja blanca, para que veamos la placa de fabricación: “Ensamblado por Ford en el Perú”. Se calcula que se hicieron menos de 200.

El Mustang de Ford se sigue fabricando hasta nuestros días y hoy va por la sexta generación. Son modelos tan emblemáticos que han sido protagonistas en películas como Bullitt, con Steve McQueen; Gone in 60 Seconds; y en alguna de James Bond. Algunos socios jóvenes del Mustang Club Perú, fundado en el 2013, conocieron estos autos no por las películas, sino por los carritos Hot Wheels con los que jugaban de niños. Así le pasó a Antonio Lobatón (38), dueño de un Mustang azul del 66, quien no descansó hasta materializar en tamaño real el juguete con el que solía jugar de niño, con un chasis que encontró en estado de chatarra en Cieneguilla. El carrito lo lleva en su bolsillo como el recordatorio de que con ganas, los sueños más locos pueden volverse realidad. Y con el dinero que los costee, mejor aún. //

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