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Joan Alfaro

Podría sorprender que Joan Alfaro, uno de los artistas plásticos más celebrados de su generación, todavía no quiera vivir en Lima, para bien o para mal, el epicentro de la movida cultural del país. Que quiera quedarse pintando en su Cajamarca de nubes de algodón, picando de cuando en cuando rosquitas y queso de Porcón. Más aun cuando las galerías y el público capitalino solo demanden más de su obra desde hace dos años, cuando se los metió a todos en la mochila con su primera muestra individual, El mundo onírico. Aquella –entonces– única exposición gatilló un ascenso meteórico en la carrera del joven de 35 años, quien hoy, incluso, recibe en su taller compradores que viajan de todo el Perú para llevarse una de sus ambicionadas piezas (difícil olvidar su versión de Yma Súmac, la más colorida de todas las hechas alguna vez). “Tengo dos pequeñitos y deseo verlos vivir en un ambiente más natural, corriendo por el bosque. Es lo más importante para mí ahora”, explica. La fama, el vino, las inauguraciones y las fotos en sociales están bien así, en dosis pequeñas.

Vivir allá, cree Joan, lo ha protegido, además, del riesgo de que el ego se le infle chueco, dada la mediática acogida que tiene su trabajo, sostenido en el surrealismo andino, los ojos grandes de sus musas y el neón. Pero, sobre todo, le ha permitido concentrarse en culminar la segunda exhibición individual que montará en la Galería Índigo, a partir del 4 de octubre: Fantasía. “Esta vez he creado y recreado personajes de mitos y leyendas del Ande, especialmente de los de Cajamarca, que son los que conozco desde niño. Hay duendes, brujas, chamanes. Hombres y mujeres tanto en óleos como en acuarelas”.

El ensueño que envuelve la muestra se evidencia más luminoso aún cuando Alfaro detalla que un porcentaje de las ganacias obtenidas por la venta de las 17 obras se destinará a Magia y los chicos con cáncer. “Trato de ser agradecido. Es mi forma de retribuir el que tantas puertas se me hayan abierto en Lima”, acota.

TRAZO LARGO

Aunque su vida haya dado un giro completo desde el 2016, el camino previo no fue llano para Joan, quien pinta desde el 2002. Aquí y allá vendía piezas a amigos, mientras iniciaba y dejaba de estudiar carreras que no le llenaban el espíritu. Por tres años, de hecho, manejó ambulancias de paramédicos que trabajaban en proyectos mineros de Cajamarca. Hasta que decidió no ir más en contra de la vocación.

“Cuando quise dedicarme exclusivamente al arte, mamá estaba muy, muy enferma. No le podía decir que iba a renunciar porque era preocuparla. Pero lo cierto es que tampoco me sentía cómodo trabajando indirectamente para la mina. Finalmente me las ingenié para que me sacaran. Nunca estuve más emocionado con un despido. La experiencia fue hermosa porque significaba que ahora sí solo iba a pintar”, agrega Alfaro, esposo de Sofía y embajador Marca Perú.

Vaya que el aplomo dio frutos. Sus planes futuros: mover Fantasía hasta el 2019 y empezar en diciembre un libro de ilustraciones que tenga como protagonista a la pequeña Amelie, la hija adorada de hermosos ojos verdes que partió a los pocos días de nacer hace seis años. Joan quiere para ella un Alicia en el país de las maravillas, pero muy cajamarquino. Él no puede esperar más. Nosotros, tampoco. //

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