El jugador que tendremos en Rusia se llama Jefferson Farfán, no Paolo Guerrero. Y si nos atenemos a los números, la ausencia del hijo de doña Peta no necesariamente significará una merma. (Foto: Reuters)
El jugador que tendremos en Rusia se llama Jefferson Farfán, no Paolo Guerrero. Y si nos atenemos a los números, la ausencia del hijo de doña Peta no necesariamente significará una merma. (Foto: Reuters)
Pedro Ortiz Bisso

Antes de que los hinchas de hicieran de las redes sociales escaparates de sus adquisiciones y demás extravagancias de sus anabolizadas vidas, hacía ostentación de lo suyo. En Youtube se puede hallar una entrevista en un magazine televisivo en el que pasea sonriente por una de sus casas limeñas, una imponente residencia situada al pie de una laguna, entre puertas de casi tres metros de alto, salones del tamaño de un área de fútbol –esa donde tan cómodo se siente-, pinturas de autor y un cuarto de juegos. 

PALABRA DEL DÍA: LA 

Muestra también un garaje con un elegante Audi TTS, un Porsche cayenne y una camioneta Hammer, similar a las que usó el ejército estadounidense en la primera guerra del golfo. En el centro de una pequeña pileta, pueden verse sus iniciales fundidas en metal acompañadas por el 17, el número que recibió cuando llegó al PSV holandés, su primera escala en su recorrido europeo. 

Eran tiempos de gloria en el Schalke, ya salpicados por cuitas matrimoniales que se replicaban en las páginas de espectáculos, pero que no dañaban su condición de indiscutible. 

La siguiente imagen de Jeffry es de noviembre del 2015. Acaba de lanzar su latigazo de derecha contra Paraguay y ha corrido al banderín del córner en un Nacional en éxtasis. Allí, con el trasero oscilante, homenajea a su amada del momento simulando el baile del Totó. 

El penúltimo fotograma lo vimos con los ojos anegados de nostalgia. El pase de lo ha convertido en un misil que explosiona en el arco neozelandés, mientras el país grita con lo que le queda de garganta. Corre por la pista atlética y ofrece el tanto que abrió la clasificación con la camiseta del hermano que eligió cuando eran dos chiquillos que peloteaban entre sueños blanquiazules. Es para , es por el Perú. 

El próximo momento Kodak lo veremos este 16 de junio, cuando pise el verde de Saransk, con la chamba de hacer los goles que su compadre no podrá marcar. Será el punta de Perú en su hora más importante de los últimos 36 años. 

¿Es el 9, es el líder?
Desde fuera, no hay unanimidad sobre si debiera ser el dueño de la camiseta de Perico. Jorge Barraza considera que Paolo es irreemplazable. “Limpia, brilla y da esplendor a cada jugada”, dice el periodista desde Buenos Aires, parafraseando el lema de la Real Academia Española. 

Farfán está para jugar por fuera; de nueve veo a Ruidíaz, un goleador de área, astuto para esa posición, rebotero, de aparición fantasmal, gran aprovechador de pelotas sin dueño. Deberían jugar juntos”. 

Pero hay otras preguntas que despierta la ausencia de Guerrero y el titularato de la Foquita: ¿Quién asumirá el liderazgo, esa autoridad que se transmite mágicamente con un solo gesto?

Jefferson está más cómodo en otro rol, el del talentoso que define partidos, no como líder del grupo”, señala el periodista Juan Carlos Ortecho. Paolo, en cambio, “le da la bienvenida a ese rol. Le gusta ser protagonista, parar todas las balas con el pecho”. 

Estas distancias, recuerda, no son recientes. Vienen desde los años en Los Reyes Rojos. Uno era el extrovertido; el otro, el calladito. Donde ambos hablaban –y no había quién los callara– era en la cancha, su hábitat natural.

Del Farfán de la residencia molinera y sus apariciones en Amor, amor, amor queda poco desde que Gareca lo reconviniera a abandonar su vida de millonario retirado en los Emiratos Árabes. A los 33, encontró una nueva primavera en el Lokomotiv ruso: de 9, en el área –como repetía Peredo–, con la técnica intacta para responder una pared, driblear y crear.

El jugador que tendremos en Rusia se llama Jefferson Farfán, no Paolo Guerrero. Y si nos atenemos a los números, la ausencia del hijo de doña Peta no necesariamente significará una merma.

El economista Hugo Ñopo, autor con Jaime Cordero de ese libro imprescindible llamado La fórmula del gol, señala que el fútbol es un deporte de “eslabones débiles”.

“Tendemos a pensar que un Messi, un Ronaldo, un Guerrero son los grandes salvadores, que con una genialidad sacan un partido adelante, pero las regularidades estadísticas dicen otra cosa: si un genio hizo un jugadón, fue porque en ese momento un defensor o un sistema defensivo falló”. 

Esto que parece una obviedad encierra una razón más poderosa. “El fútbol es un deporte en donde, en promedio, se hacen tres goles por partido. Cada gol implica un acierto, pero al mismo tiempo un error. Es un deporte donde los errores se pagan muy caro, a diferencia de otros como el básquet, donde se disipan porque los equipos reciben decenas de puntos”, explica. 

Si bien Ñopo reconoce que los ‘caudillos’ tienen una alta influencia anímica y la ausencia de Guerrero va a causar un impacto, esta se puede suplir con el fortalecimiento del colectivo. “Gareca debe estar haciendo una labor de ajedrecista, simulando miles de jugadas con sus asesores de data analytics para prever cada escenario”.  

Sin embargo, todo lo que podamos decir en la previa, lo que señalen los antecedentes, las tendencias que marquen las estadísticas, se diluyen en un momento: cuando el árbitro dé el silbatazo inicial. Será la hora de Farfán, de Gareca, de todos. Solo en ese instante sabremos de qué estamos hechos. 

Contenido Sugerido

Contenido GEC