Billie Eilish fue la gran ganadora de la noche gracias a su hit, Bad Guy y a su disco "When we all fall asleep, where do we go?". (Photo by Rachel Luna/FilmMagic)
Billie Eilish fue la gran ganadora de la noche gracias a su hit, Bad Guy y a su disco "When we all fall asleep, where do we go?". (Photo by Rachel Luna/FilmMagic)
/ Rachel Luna
Oscar García

Cuando a fines del año pasado se anunció que Billie Eilish era nominada a seis Grammys 2020 por su disco When we all fall asleep, where do we go y su hit Bad Guy, la joven aún no alcanzaba la mayoría de edad. Esa era la noticia que destacaban los medios, sorprendidos, y que pudo haber quedado así, como importantes nominaciones en la carrera de una debutante, si no fuera por su impactante victoria de anoche.

La joven cantante y compositora, en dupla con su hermano, Finneas O´Connell, un productor de polendas y genio de la laptop a decir de algunos, rompieron un récord en los Grammys que no se batía desde 1981, la vez que Christopher Cross barrió gracias a la triunfante blandenguería de Sailing. Eilish y hermano igualaron la gesta anoche y se llevaron ayer los cuatro premios principales: Grabación del Año, Álbum del Año, Canción del Año y Mejor Nuevo Artista.

Billie Eilish y su hermano Finneas O'Connell se llevaron anoche once premios sumados, por seis categorías. (Photo by David Crotty/Patrick McMullan via Getty Images)
Billie Eilish y su hermano Finneas O'Connell se llevaron anoche once premios sumados, por seis categorías. (Photo by David Crotty/Patrick McMullan via Getty Images)
/ David Crotty

Por si fuera poco, todavía hubo espacio para llevarse dos premios más: el de mejor álbum pop vocal y uno extra, concedido solo a Finneas, como Productor del Año. Su hazaña cobra más importancia por la forma especial en que se gestó su música, grabada enteramente en su casa de Highland Park (Los Angeles), y más concretamente en el cuarto de su hermano, en donde tienen un pequeño estudio al lado de la cama.

“Esto es para todos los chicos y chicas que hacen música en su dormitorio. Ustedes pueden ganar uno de estos”, dijo Billie Eilish anoche con su trofeo en mano, como recordatorio de cuánto ha cambiado las cosas en la industria, ahora que los grandes sellos van tras "las banditas de bandcamp” y servicios similares de música autogestionada. Hoy pocos esperan un contrato de grabación para ponerse a componer y grabar: los chicos graban su música, se autoproducen con una mínima inversión y la publican al mundo sin saber si alguna vez harán un álbum, si se harán estrellas o volverán a su cotidiana normalidad.

Esa fue la historia de Eilish y Ocean Eyes, su primera canción, convertida en un sorprendente hit en redes sociales cuando la publicó el 2016 en su cuenta de Soundcloud. Tenía entonces 14 años.

Un fenómeno llamado Billie Eilish

Billie, de párpados perezosos y voz susurrada, tiene ya varios checks en su cartilla. Ha cantado en los principales festivales del mundo, acompañada de su mamá. Su logro más importante ha sido su debut, ‘When we all fall asleep, where do we go’, convertido desde marzo en un clásico que disfrutan tanto adolescentes, su target natural, como sus papás.

En ese último grupo etario están los cincuentones Dave Grohl (ex Nirvana) y Thom Yorke (Radiohead), que acompañaron a sus hijas a un concierto y salieron fascinados. Elton John también ha hablado bien de ella, y eso no es algo que haga muy a menudo.

LOS ANGELES, CALIFORNIA - JANUARY 26: Billie Eilish attends the 62nd annual GRAMMY Awards on January 26, 2020 in Los Angeles, California. (Photo by Emma McIntyre/Getty Images for The Recording Academy)
LOS ANGELES, CALIFORNIA - JANUARY 26: Billie Eilish attends the 62nd annual GRAMMY Awards on January 26, 2020 in Los Angeles, California. (Photo by Emma McIntyre/Getty Images for The Recording Academy)
/ Emma McIntyre

Eilish es la artista más joven llevarse cuatro Grammy en una noche y, además, tiene el record de ser la primera persona nacida en este siglo cuyo álbum llegó al puesto 1 del Billboard 200. Más asombroso es que lo haya conseguido bajo sus propios términos, sin un manager tiburón detrás diciéndole qué cantar, cómo comportarse en entrevistas o cómo vestir.

En este punto ha conseguido imponer entre sus seguidoras una moda de ropas holgadas que es antítesis de lo que hizo Britney Spears a su edad. Se viste así, dice, para que nadie sepa cómo es su cuerpo, decisión que tiene algo de dismorfia corporal como de crítica a la forma en que la industria musical presenta al cuerpo femenino.

En lo musical también se ha impuesto con precoz autoridad, arrojando al tacho el manual de cómo se hace una estrella pop en este siglo. Para empezar, ha prescindido de los campamentos de composición, la forma como se crean los hits hoy. En ellos, las estrellas se van de retiro con un ejército de productores que elaboran intensos brainstormings musicales. Una frase, un beat, una melodía, todo es arrojado a una moledora de la que con suerte emerge una canción. Si te preguntaste por qué canciones de Drake, Beyoncé o Madonna vienen firmadas por quince personas, pues ese es el motivo.

En cambio, Billie compone y graba sus canciones en su casa, con su hermano, quien coescribe y produce con sobriedad minimalista. Uno de sus mayores hits, ‘Bad Guy’, debe tener apenas cinco timbres diferenciables: bajo sintetizado, batería programada, un teclado que lanza el hook, chasquidos y susurros. En ‘Bury a Friend’, una canción de cuna de pesadilla, samples tétricos erigen un esqueleto rítmico inclasificable, con una estructura que recuerda los momentos más quemados de Yeezus, el disco “Death Grips” de Kanye West.

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La opción del esbozo musical como estética es otro punto de divorcio con el pop de la corriente principal, marcado por lo opuesto: la sobreproducción a lo Katy Perry o la intensidad vocal tipo Taylor Swift. En entrevistas, Billie Eilish se siente más a gusto hablando de la influencia que han tenido en ella artistas de hip hop preciosista como Tyler, The Creator que de alguna eventual compañera de ruta.

La une con el ex Odd Future, además de la admiración mutua, un sentido impresionista a la hora de abordar la creación: en la ensoñadora Xanny, por ejemplo, la estrofa es prístina y económica pero el coro está desfigurado a propósito, con los niveles casi rebotando en rojo, para representar, dice, la sensación de cuando alguien enciende un cigarrillo en un lugar cerrado.

Sus letras merecen un párrafo aparte. Es de notar el fortísimo sentido tanático de sus canciones, algo que ciertamente asusta a muchos padres. Digamos que por letras como las de ‘Bury a friend’ y su gancho “I wanna end me” (“quiero matarme”) la administración Reagan inventó hace años los stickers de “advertencia paterna: letras explícitas” que acompañaban a los CD, ese formato muerto.

No menos problemática resulta, bajo esa mirada conservadora, una canción como ‘Listen before I go’, que es hermosa, triste y con una letra suicida que espantaría a la directiva de cualquier APAFA. Para redondear (¿redundar?) en la idea, se oye al final el sonido de un cuerpo que cae y ruido de ambulancias.

Los profesionales de la preocupación discuten acerca de cómo una persona con tan breve bagaje de vida, que “casi nació ayer”, puede cantar sobre temas así de graves y/o reclamar autoridad sobre ellos. Desconocen las nuevas sensibilidades adolescentes de las que series de televisión como The Society o 13 reasons why dan cuenta.

Eilish, que fue educada en casa por padres progresistas, podría haber basado toda su retórica adolescente en cantar sobre decepciones amorosas (como lo hace en Wish you were gay o I love you) pero nuevamente fue más allá del manual. A sus críticos, podría contestarles parafraseando al personaje de Cecilia Lisbon en Vírgenes Suicidas: “Obviamente, señores, ustedes nunca han sido una chica de 17 años”. //

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