El propietario, Orlando Baldeón, atendió a Somos hace unos meses y le contó su increíble historia. Jefferson Farfán es un cliente de lujo en su negocio.
El propietario, Orlando Baldeón, atendió a Somos hace unos meses y le contó su increíble historia. Jefferson Farfán es un cliente de lujo en su negocio.
Miguel Villegas

Orlando Baldeón no estudió cocina pero tiene el restaurante que prefieren todos los peruanos en Rusia. Se llama Lima (es decir, Известь) y una tarde, lluvia agresiva de lunes de trabajo, abrió la puerta el último futbolista que se pareció a Teófilo Cubillas, el crack en quien se forjó el molde ideal del jugador peruano. "Yo ya sabía que estaba en Moscú pero la verdad, nunca pensé que iba a verlo en mi casa. Imagínate que ni siquiera lo he visto en el estadio", dice Orlando, nostálgico, mientras atiende una mesa de 3 parejas rusas que han pedido Leche de Tigre, Lomo Saltado y chicha morada. Un cuadro surrealista. 

Desde esa tarde, Jefferson Farfán es un cliente de lujo en su negocio, que los viernes se convierte en escuela de bachata: bailan rusos, noruegos, armenios, colombianos, peruanos. Que es un refugio para los 400 peruanos que viven en Moscú, estudiando, trabajando, emprendiendo –como los estudiantes de la Facultad de Economía en la Rudn University, la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos-, por ejemplo. En la sala contigua al bar -donde se preparan pisco sours que pelean podio con un shot de vodka Beluga-, hay un fulbito de mano. Farfán ha posado alguna vez ahí, ha jugado con sus amigos, ha firmado autógrafos. Dice que Carlos Zambrano, el defensor ex Rubin Kazan, también ha preguntado por Lima (es decir, Известь) y por los 100 platos de cebiche que se preparan todos los fines de semana. Y ahora mismo, en que la legión de 20 mil peruanos toman aviones y suben a trenes para llegar al país más grande del mundo, ya sabe que Pasión Peruana, Mujeres al Mundial, la hinchada de chicas de la Blanquirroja, ha decidido que Lima será su punto de encuentro, su búnker. 

Orlando Baldeón, un hombre pequeño de ojos chinos y cachetes redondos, que ya hasta parece una marca registrada de los cocineros peruanos, ha sentado las bases -quizá sin siquiera soñarlo- de lo que será una de los puntos de encuentro si Perú despierta del milagroso sueño de 36 años sin Mundial. “Esto va a ser una fiesta, por el negocio y porque el fútbol une a todos, vengan de donde vengan”, dice. Una versión de la Calle de las Pizzas a 15 minutos de la Plaza Roja de Moscú.

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