Todo lo que te dicen sobre tu cuerpo cuando estás embarazada, por Adriana Garavito. FOTO: Sebastian Vereau Alvarez-Calderon.
Todo lo que te dicen sobre tu cuerpo cuando estás embarazada, por Adriana Garavito. FOTO: Sebastian Vereau Alvarez-Calderon.

Tomé una ducha larga y calientita imaginando que salía de un spa. Y al mirarme al espejo me vi distinta. Con un poco más de siete meses de embarazo, la panza se lleva toda la atención, pero ese día en particular no me sentía como un barril. Con la mirada recorrí mi propio cuerpo y descubrí en él una forma que pensé había perdido hacía ya varias semanas. Noté curvas, un volumen atractivo y hasta un poco de sensualidad. Hasta me maquillé un poco, como para resaltar esa idea de femineidad.

Elegir ropa no es sencillo cuando el bebé que llevas dentro alcanza el tamaño de un melón, pero ese día fue atípico. Ese día todo encajó. De verdad que mirarme al espejo era casi un placer, tanto así que me tomé un selfie y se lo mandé a mi chico con la intención de recibir uno de dos emoticones: o el de la carita con ojos de corazones, o esa carita que se le cae la baba. Me mandó los dos. Qué puedo decir… estaba on fire.

Desayuné frutas para mantener la frescura y metí en la mochila no una, sino dos botellas de agua para sentirme saludable. Caminaba orgullosa y dejé que cada paso lo demostrara. Supongo que la sensación fue un producto de las hormonas, pero no me interesa saber si eso es cierto o no. Lo que importa es que andaba plena: la panza no pesaba, el dolor en la cadera era casi nulo, y había dormido excelente. ¿Qué más podía pedir? Supongo que no demasiado porque llegué a trabajar, me crucé con un amigo, me miró de arriba a abajo, sonrió y dijo:

—Asu. Cada vez estás más gigante. ¿Cuántos kilos ya vas?
—Casi nueve, imbécil.

No. No le dije imbécil, pero estuve a punto.

Cuando estás embarazada escuchas muchas cosas sobre tu cuerpo. Que lo cuides, que lo ejercites. Que no hagas mucho esfuerzo con él, que es mejor no cargar. Que te puedes estirar, pero no agachar. Que pongas las piernas hacia arriba, que mejor practiques hartas sentadillas. También te dicen que lo escuches, que no lo fuerces, que descanses, pero que no pases mucho tiempo en cama. Y, por supuesto, que comas. Que no estás gorda, sino embarazada; que entre estas dos cosas hay mucha diferencia (sin importar cómo te sientas tú), pero que igual pienses dos veces antes de cenar pasta.

Además, cuando cargas un bebé dentro algo sucede con muchísima gente: se especializan en definir si el tamaño de tu panza es el correcto o no. Primero, te preguntan cuánto tiempo vas. Luego, te miran sin disimulo, hacen sus cálculos (supongo) y lanzan el veredicto. Normalmente son dos: o estás grandota, o no se nota. Sucede tan a menudo que a veces me imagino un mundo en el que las embarazadas caminan por la calle y son juzgadas por gente desconocida que levantan esos carteles que usan los jurados de los programas de talentos. Unos dicen: “Bien. No se te nota”. Y otros: “Se te pasó la mano, ¿no?”.

No es que me moleste, pero sí me sorprende que tantas personas te hagan creer que una panza chica es una buena panza y que una más grande es una mala panza. La frase: “Qué lindo, no se te nota nada” se suelta con orgullo. Y no exagero cuando escribo que parece que te premian por mantener oculta la evidencia de que una persona está creciendo en tu vientre. Por más que eso no es cualquier cosa.

Sé que la gente no suelta estos comentarios con mala intención. Y lamento que en un futuro no muy lejano quizás yo me vea haciendo algunos parecidos (aunque prometo pensarlo dos veces). Pero vale preguntarse de dónde viene esta obsesión por las panzas chiquitas, por las balanzas que no exageran y olvidar las emociones de las madres. ¿Tan presionadas andamos las mujeres? ¿Acaso estamos obligadas a mantenernos delgadas antes, durante y después de un embarazo? No es por nada, pero suena a demasiada chamba.

Y lo digo yo, que ya se me volvió una chamba hasta levantarme del sillón. Es en serio: tengo que pedirle a mi chico que me dé un empujoncito para pararme o que me dé una manito para rodar fuera de la cama al despertarme. Tuve que preguntar. Hablé con otras mujeres y más de una confesó que durante su embarazo lloraban, que se sentían –y estas son las palabras que eligieron- gordas y horribles. Más de una me ha dicho que esperando al primer hijo fue así, pero para el segundo ya no les importaba. También hay mujeres que no fueron golpeadas por estas emociones. Cómo saber.

¿Cómo saber si a la mujer que le estás diciendo que está inmensa no está en guerra con el espejo? Si vas a felicitar a una embarazada, felicítala por estar creando un ser, por estar encontrándose a sí misma, por soportar cambio tras cambio, por crecer como mujer. No la felicites por no parecer embarazada. “Yo odiaba estar tan flaca cuando estaba embarazada”, me dijo una mamá hace poco. “Todo el mundo me decía que siga así, controlando mi peso… pero mi cuerpo estaba pasando por problemas, y mi bebito no andaba muy saludable. No era que yo quería estar así, pero seguían y seguían. Era horrible”.

Y está el otro lado de la moneda. “No sabes cómo me jodía que todos los días, gente no cercana me dijera que todo el peso lo tenía en la cara”, me dijo otra. “Con mi familia, todo bien. Si mis amigas me lo decían era chistoso, pero cuando me lo decían en la chamba me parecía desatinado. Y lo peor es que si pedía que no me le digan me respondían que estaba hormonal. Los quería matar”, agregó.

Sé que hay mujeres que no se identifican con estas historias. Pero sí existen. Ver cómo te cambia el cuerpo es complejo para más mujeres de lo que uno cree. No todas están acostumbradas a no verse los pies, las rodillas, los muslos (y calcula que más te dejas de ver). No a todas les gusta tomarse un tiempo extra por la mañana para verse mejor frente al espejo, para que venga alguien con el que habla tres veces al día y le diga que, mierda, está bien demacrada. En fin. Es parte del proceso, asumo. Pienso que no queda otra más que tomarlo con humor. Y así hasta que la gente se controle. Al menos, a las panzonas, nos queda la atención preferencial.

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