(Ilustración: Tomada de “Mancha Brava / Las Heroínas de la Pandemia”)
(Ilustración: Tomada de “Mancha Brava / Las Heroínas de la Pandemia”)
Antonio Orjeda

Su mamá tiene 11 hermanos. Cuando llegaba el verano, mandaban a sus hijos a la chacra de los abuelos. Estaba al pie de un cerro, en medio de la nada, y como allí no había luz ni aparatos electrónicos, y sus primos pasaban esos días en el río, a caballo, trepando cerros. Estaban tan pero tan alejados de todo, que si les provocaba comer golosinas debían organizar una excursión para ir por ellas a El Alto; un lugar que no se parecía en nada al paraíso donde ellos disfrutaban.

“Desde chica me di cuenta de las diferentes realidades”.

Como ingeniero, su papá ha estudiado todos los suelos del Perú. Adora su oficio, y como ninguno de los hermanos de Toni quiso seguir sus pasos, los fines de semana la subía a su carro y se iban a recorrer e inspeccionar los caminos y carreteras de distintas zonas del país. Quería que se enamorara de la Ingeniería. Ella era su última esperanza.

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Si por sus notas salía primera del salón, él la felicitaba. Qué, ¿nada más? ¡A su amiga le compraron el potro de la Barbie por esa misma distinción! Pues a ella le enseñaron que su misión es estudiar. Eso sí, los juguetes de los niños que fue conociendo en los alejados pueblos a los que llegaba con su papá, no eran como los suyos. Sus casas y escuelas, tampoco.

En lugar de engancharla a la Ingeniería, esos viajes más bien le recordaban lo que veía en El Alto: diferencias entre su mundo y el de otros niños. ¿Qué podía hacer? Indagó, creyó que la mejor alternativa era estudiar Economía. Se lo contó al ingeniero que quería que fuese ingeniera… Papá entendió.

“La Universidad del Pacífico fue fundamental para armarme la cabeza”.

Allí supo que hay un tipo de economistas que chambea para que haya menos diferencias en los países. Trabajan para el Estado. Servidores públicos, así se les llama.

Conoció a más chicos como ella. Querían ser servidores públicos y juntos hacer un Perú mejor. La mancha brava debía crecer, por eso fundaron una organización que reunió a alumnos de universidades públicas y privadas. Duró hasta que las diferencias entre ellos mismos fueron más fuertes que sus ganas de lograr un cambio. Sí, las diferencias. ¡No se iba a dar por vencida!

Toni partió a Harvard, una de las mejores universidades del mundo. Allá se especializó, aprendió a enfrentar grandes desafíos. Con esas herramientas regresó y -como servidora pública- no tenía ningún problema en trabajar 14 horas continuas -varios días a la semana- con tal de contribuir a que las diferencias sean aquí cada vez más chiquitas. Todo iba bien, hasta que el año pasado aceptó ser ministra de Economía.

Toni tenía 34 años. Hubo críticas, parecían ser por su edad, pero no, ya otro economista había ocupado ese cargo a los 34 y entonces hubo aplausos. Mujer y desconocida para el mundo empresarial, esa era la palta. Siguió adelante, tenía temas importantes que atender; como la pandemia que se avecinaba.

Con su equipo analizó lo que se venía: si el Perú fuese un equipo de fútbol, el enemigo nos encontraría con una defensa débil. En lugar de goles anotaría muertes; y como vivimos en un país con enormes diferencias, los más afectados -una vez más- serían los que menos tienen.

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Cuando el presidente Vizcarra declaró la cuarentena, Toni sabía que eso afectaría la economía. Pero en ese momento había que salvar la mayor cantidad de vidas. ¡Había que reforzar la defensa del equipo! O sea: el sistema de salud. No había suficientes camas para tanto enfermo que se avecinaba, por eso mismo respaldó la propuesta de un joven servidor público: convertir los edificios de la Villa Panamericana en hospitales. Ese fue un golazo.

Algo que le alegra, es que en el MEF, el ministerio que lidera, son muchos los servidores públicos que -como ella- tienen la mejor formación del mundo; y siguen adelante así lluevan críticas. A Toni le han dicho que es “la ministra de los ricos”. Ay, no la conocen. Así como su padre, ella ama su oficio: el servicio público.

“Estamos enfrentando una reconstrucción del país”.

Durante los más de cien días de cuarentena, solo dejó de ir al MEF dos veces: por los días de la Madre y del Padre (aunque igual trabajó en casa). Cuando la jornada le resulta realmente demoledora, tiene amigos del alma que le devuelven la energía. A varios los conoció en Harvard, también son servidores públicos en sus respectivos países, todos enfrentan a los mismos enemigos: la pandemia y las diferencias sociales.

Llegada la noche, en mancha comparten disgustos y alegrías; se dan consejos, ideas, afecto. Así quedan listos para volver a la carga. //

EL DATO

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