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Mercado Central
Oscar García

Para los empeñosos comerciantes de Mesa Redonda y el Mercado Central, la clasificación de la selección ha sido vivida como un acontecimiento extraño, extravagante, incomprensible para sus bolsillos. Nada que quejarse, dicen, pues ha sido como si en un mismo año les hubiese tocado dos Navidades y una campaña extendida de ventas colegiales. “Tengo 25 años aquí y nunca, nunca he visto algo parecido”, anota Jenny Córdoba, la encargada de la tienda Disfraces Julita (Andahuaylas 892), ubicada en el mismo corazón de Mesa Redonda. En esos cinco lustros, su local solía estar lleno de piñatas con los motivos infantiles de moda. Lo habitual. Hoy día, donde uno ponga la vista solo aparecen figuras relativas al Mundial, como unas máscaras acrílicas de los principales seleccionados (hasta S/ 120), ideales para “la hora loca”, estampas, pósters, camisetas y todo un calambre visual adicional para mayor interés del hincha.

Córdoba, claro está, se alegra mucho por las generosas ventas que ha tenido este año, pero también se apena porque sabe que todo eso está cambiando rápidamente. El día lunes, dos días después de la derrota de Perú ante Dinamarca, la encontramos triste y haciendo un puchero en la entrada de su negocio. “Todo se ha caído, no estamos vendiendo ni la mitad que la semana pasada”, se lamenta. Y para que no quede duda de quién es el culpable de todas sus angustias y todos sus quebrantos, ha colocado en la puerta una piñata de Christian Cueva. “Es lo que más está saliendo ahorita”.

La adversidad es un buen momento para ser pesimista, pero no todas las personas parecen ver la vida con la misma sombría claridad. Lucho Videla, por ejemplo, es un creyente. Casi nos manda a callar cuando le preguntamos si Perú ya está eliminado de Rusia 2018. “No seas malo. Cómo me vas a preguntar eso, pues”, protesta él, que no veía a Perú tan contento desde 1982.

Videla, estibador en un mercado que el año pasado cumplió 50 años, no es solo un esperanzado de la selección: es un patriota. El día en que los dirigidos de Gareca consiguieron el retorno a la élite del fútbol mundial, él, junto a sus amigos Francisco Soto y Hugo Lagos, otros estibadores que rozan las seis décadas, cogieron sus carretillas de trabajo y las pintaron con los colores de la selección. Ahora es todo un espectáculo verlos pasar raudamente, siempre con camisetas, llevando la mercadería de un cliente. “Hemos llamado la atención de la gente con esto, pero no es que nos den más trabajo”, dice, y aclara que al día pueden sacar 30 o 40 soles.

El principio de realidad indica que toda esta alegría, esta euforia y todo su bicromatismo distintivo se irán en algún momento, independientemente de que el Perú gane la Copa del Mundo o que regrese a casa la próxima semana. Los perritos algún día dejarán de llevar las camisetas con los nombres de Cueva o Flores, como las que vende la señora Carolina Luna en el jirón Ayacucho; los ‘jaladores’ dejarán de usar las máscaras de Jefferson Farfán para dinamizar las ventas; las camisetas ‘réplica’ se venderán a 3 x 1 o quizá 4. Mesa Redonda y el Mercado Central volverán a su calendario habitual e inamovible: ventas de Navidad, ventas de 28 de julio y temporada escolar, porque así es la vida. Continúa, en los éxitos y también en los eventuales fracasos que se puedan presentar. En el mercado nadie se puede dar el lujo de ponerse reflexivo o echarse a descansar sobre los laureles porque no hay Mundial que dure 100 años ni campaña de ventas que lo resista. 

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