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Recreación
Oscar García

Como arrojados por una máquina del tiempo, los miembros de la Asociación de Recreación Histórica de Lima desfilan por las calles vacías del Centro de Lima, con sus uniformes réplicas, accesorios y armas vintage que remiten a un pasado militar que no todos aprendimos bien en el colegio. Es domingo en la mañana, la gente tiene sueño y el que menos se puede confundir al verlos pasar, como la digna señora que avanza con prisa rumbo a la Plaza de Armas. “¿Cómo? ¿Ya terminó el cambio de guardia?”, le dice al pelotón de recreacionistas, cuando se los topa ahí, doblando la esquina. Su decepción es genuina. Ellos sonríen, en parte por la obvia confusión –la guardia de palacio es otro periodo, faltaba más–, y porque que los tomen por una compañía militar real dice mucho del grado de precisión que han conseguido con sus trajes hechos a mano. Es el mejor de los elogios, en verdad.  

Hay veces, también, que lo que escuchan no es tan agradable. Como cuando se acercan algunos curiosos que les sueltan mensajes de revancha que no comparten. “!Vamos hasta Santiago!” o “Hay que acabar con los chilenos”, les gritan, aplaudiendo. Eso los pone tristes. “En todas partes del mundo, las asociaciones de recreacionismo histórico buscan hacer pedagogía sobre los hechos bélicos, sin ningún afán revanchista. Nosotros no somos antichilenos ni antiecuatorianos ni nada. Si hacemos esto, es para comprender nuestra historia, muchas veces enfocándonos en nuestros propios errores”, cuenta Victor Soto, un investigador de la Guerra del Pacífico, que es quien preside la asociación.  

Aunque esta tenga menos de un año de formada, ellos se conocen de hace buen tiempo, cuando coincidían en conversatorios y estrenos de cortometrajes dedicados a la Guerra con Chile, como los que realiza el cineasta Hamilton Segura. La sensación que algunos aseguran haber sentido, de no encajar en ningún lado, se terminaba cuando conocían a personas con intereses similares. Ahí podían hablar, por ejemplo, de las ventajas en combate de un fusil Peabody sobre un Chassepot, sobre el alcance de municiones, sobre banderas y colores de uniformes. Algunos se conocieron también en foros de Internet de conversación sobre historia. Dar el salto, de pandilla de aficionados a grupo organizado, con presidente, tesorero y cuotas mensuales, les tomó tres años.  

Una afición con mucha historia
El recreacionismo histórico es un pasatiempo tan antiguo como la civilización. En épocas en que no había libros ni películas, las batallas más importantes y las leyendas de sus héroes eran representadas en vivo, para satisfacción de emperadores y del público de a pie. En las filas de la asociación, ninguno es militar, salvo uno que es de la FAP. El resto son civiles: un odontólogo, un psicólogo, un administrador, un profesor de Literatura, un mecánico automotriz, un profesor de violín, un costurero que vende ropa en Gamarra y varios más. Quizá por ello su fascinación con la batalla de Miraflores del 15 de enero de 1881. “Esa vez peleó la reserva, es decir, civiles, ciudadanos en armas. Gente de Lima, que no eran soldados ni tenían instrucción en combate, pero acudieron al llamado de defensa de la ciudad y murieron peleando en los reductos que se establecieron en Miraflores”, anota Soto.  

Justo el mes pasado, la asociación llevó a cabo la recreación de la proclamación que declaraba a Lima en “pie de defensa militar”. Se empadronó a los curiosos y se les entregó la impresión de un billete de la época, firmado por Nicolás de Piérola, como pago simbólico. Ahí estuvieron ellos, con sus uniformes que son réplicas de los que usó la tropa de infantería de la reserva de Lima.  

Fabricarlos les demandó meses de estudio, pues no existen vestigios textiles que den cuenta de cómo eran. Se basaron en una copia del reglamento, publicada en El Peruano, que ordenaba que el uniforme de reserva tenga la chaqueta azul oscuro y el “pantalón gris azul”. Mucho les sirvieron algunas pocas fotos de la época y un famoso cuadro de Juan Lepiani, que se halla en el parque Reducto, de Miraflores.  

Todo lo que un recreacionista usa, desde la camisa hasta los calzoncillos, debe haber sido hecho a mano, basado en un modelo documentado. Desde los zapatos sin clavos, con estacas de madera, hasta los zurcidos, bastas y ojales. De esa forma el que lo lleva no se siente disfrazado, sino un personaje encarnado.  

El diseñador Julio Maldonado, otro apasionado de la historia, es quien les hace los uniformes, junto a doña Julia, ayudante en su taller en el Rímac. “Yo he tenido que aprender a coser a mano, aquí pinchándome los dedos, porque lo que te dicen en otras asociaciones de recreacionismo que hay afuera es que todo debe hacerse como los originales. Hacer un quepí a mano me demora un día; si lo hiciera a máquina, sería una hora u hora y media”, cuenta el diseñador.  

Este ha llegado a ver los restos del uniforme del Soldado Desconocido de Tacna y el de Lima, para ver la técnica de cosido del siglo XIX y la forma cómo teñían las telas. Al final, el recreacionismo es un pasatiempo oneroso, reconoce. Cada miembro se costea su propio traje, que, ya completo, con las cartucheras y quepís y polainas con botones de madera, puede sobrepasar los mil doscientos soles.  

El próximo proyecto que tienen como grupo es traer a la vida la campaña libertadora del general San Martín en el Perú. La tarea es complicada, pues no hay mayores indicios que las memorias del general Miller, que no son muy precisas. “Sabemos que el bonete que se usaba en esa época estaba hecho con piel de oso o de perro negro. Eso es un problema para nosotros, porque no vamos a estar yendo a cazar perros. Pensamos quizá ir a veterinarias”, dice Soto, con una sonrisa. De momento, quien quiera participar de la asociación, solo tiene que presentar un traje réplica de algún periodo de la historia del Perú y sustentarlo históricamente con documentos. Pasada esa etapa es recibido en esta peculiar legión como un hermano más. 

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