Vanessa Cruzado Alvarez

Hilda y sus hermanos menores, Jordy, Gianella y Leonel, tuvieron un año escolar diferente. Complicado. Injusto. Tenían que caminar –si había ánimo, corrían– entre 20 y 30 minutos para llegar al cerro Pikutayuq muqu (casi 4.000 m. s. n. m.), la única zona en la comunidad de Quisinsaya, en el distrito de Ccatcca –a tres horas en auto desde la ciudad de Cusco–, donde hay señal y pueden escuchar sus clases por llamada telefónica. Era lo único que no se entrecortaba tanto. Muchas veces salían de casa sin desayunar para llegar a tiempo (las clases eran de 8 a.m. a 1 p.m.). Al estar a la intemperie, los cuatro hermanos y los otros 36 alumnos –10 en inicial y 30 en primaria– de la I. E. 50537 estaban expuestos al sol, que los cegaba frente a la pantalla; a las lluvias, que los empapaba con celulares y libros en mano; a que algo les pase en el trayecto. Padres y madres dejaban de trabajar para acompañar a sus pequeños y cerciorarse de que estuviesen libres de peligro, situación que constatamos en junio pasado, cuando visitamos la comunidad por primera vez (lea la primera parte de esta historia en este enlace).

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