Las redes sociales son el principal foco de propagación de noticias falsas. En el contexto del coronavirus, sin embargo, algunas están tomando medidas más serias. Twitter empezará a colocar etiquetas que identifiquen posibles fake news en contenidos dudosos, desde este mes.
Las redes sociales son el principal foco de propagación de noticias falsas. En el contexto del coronavirus, sin embargo, algunas están tomando medidas más serias. Twitter empezará a colocar etiquetas que identifiquen posibles fake news en contenidos dudosos, desde este mes.
Nora Sugobono

Una vampira de nombre Sarah Ellen –ejecutada por bruja en su natal Inglaterra y sepultada cristianamente en Pisco, cuenta la leyenda– volvería a la vida 80 años después de su muerte, el 13 de junio de 1993, para buscar venganza. El tema acaparó portadas, reportajes, visitas guiadas a la zona; incluso inspiró una canción. Buena parte del país esperaba ese día con genuino temor, pero quienes fuimos niños en esos años estábamos convencidos de que el hecho ocurriría, en efecto, aquel junio. Sarah Ellen vendría por nosotros en la noche; si lo veíamos y escuchábamos en todos lados, debía ser cierto. Mejor poner ajos en la puerta, dormir con un crucifijo. Aquellos métodos podrían haber parecido eficaces en tiempos medievales, pero resultaban inconcebibles a finales del siglo XX. ¿No es así?

En abril del año 2020, casi tres décadas después del bulo de la vampira, una niña peruana entrevistada en una radio del departamento de San Martín afirmaba que había conversado con Dios. Él –la voz divina– le había dicho que el martes 21 de ese mismo mes tendría lugar el Juicio Final. “Que nadie salga a la calle, porque pueden morir”, insistía. El video se volvió viral. Los días previos a la mencionada fecha, millones de usuarios de WhatsApp reenviaron el dudoso pedido, solo por si acaso. Algunos le añadían ciertos detalles –“amarra un pañuelo blanco en la puerta”–; otros hacían el pedido a título personal. Quienes difunden consejos prácticos, como beber lejía y masticar kion para ser inmunes al contagio de coronavirus, no están muy lejos de caer en esa misma categoría. Antes los rumores se esparcían de vecino a vecino. Hoy solo necesitamos presionar una tecla en el celular.

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El uso masivo de celulares en la población ha hecho que la divulgación de fake news se convierta en un fenómeno casi democrático: llegan a todos. Uno de los bolos más comunes en tiempos de crisis tiene que ver con la economía y sus supuestos beneficios –como los bonos o ayudas– o desgracias, con advertencias fatalistas. Las curas milagrosas –como el consumo de kion o vitamina C– y los psicosociales terminan de redondear una coyuntura alimentada por rumores y falsas verdades.
El uso masivo de celulares en la población ha hecho que la divulgación de fake news se convierta en un fenómeno casi democrático: llegan a todos. Uno de los bolos más comunes en tiempos de crisis tiene que ver con la economía y sus supuestos beneficios –como los bonos o ayudas– o desgracias, con advertencias fatalistas. Las curas milagrosas –como el consumo de kion o vitamina C– y los psicosociales terminan de redondear una coyuntura alimentada por rumores y falsas verdades.

Déjame que te cuente

“No creo que el chisme sea un rasgo que nos distinga de forma especial sobre otros pueblos”, sostiene el escritor y filólogo peruano Fernando Iwasaki. “La pena es que la discreción tampoco”. Resulta especialmente contradictorio –morboso, acaso– que sea en los tiempos de mayor inestabilidad cuando surgen con más facilidad rumores y desinformación. Isawaki lo tiene claro: quien difunde una noticia falsa siempre tiene una intención; el problema es que no sabemos si es buena o mala. “Nunca olvidaré que en 1981 el sismólogo Brian Brady pronosticó que Lima sería destruida por dos terremotos devastadores, el primero en junio y el segundo en setiembre. Pasó la fecha de junio y todos pensamos: ‘va a ser en setiembre y el doble de fuerte’; pero por fortuna a nadie le pasó nada. Ni siquiera a Brady, cuya intención era tirando para buena. Con esto quiero decir que de rumores y malos agüeros siempre estaremos bien servidos”, indica. Las redes sociales, no obstante, han reconfigurado el panorama. “Ahí no hay nada que hacer, porque un solo chismoso digital tiene más peligro que cien discretos analógicos”, finaliza. Nada más cierto en tiempos de pandemia.

Convivir, o más bien sobrevivir a merced de un virus del cual se conocía y conoce muy poco, da lugar a un contexto que se convierte en terreno fértil para la proliferación de bulos, chismes o –usando el ya popular anglicismo– fake news. Para el psicoanalista Jorge Bruce, la educación es el punto de partida. “Esta es una de las carencias más serias de nuestra sociedad: la ausencia de una masa crítica dotada de las herramientas analíticas indispensables”, explica. La nuestra se ha convertido así en una cultura que se sostiene en un ejercicio bastante cómodo: ¿para qué cuestionar, si se puede reenviar? “La pandemia ha dado lugar a otro contagio a nivel global, que es la búsqueda ansiosa de teorías que generen la ilusión de no estar inermes. Esta ‘demanda’ es satisfecha por quienes, por los motivos más diversos, son proclives a crear corrientes de opinión basadas en sus fantasmas y agendas. Como no requieren ninguna comprobación empírica, lanzan sus bulos y muchas personas los ‘compran’, impulsados por el desamparo y la impotencia”, continúa. Debería ser a la inversa, insiste Bruce, pero la necesidad de aferrarse a cualquier tipo de certeza obstruye la capacidad de pensar de muchos. Parece obvio, pero detenerse a reflexionar antes de compartir un dato se convierte aquí en un hábito esencial. Uno que puede salvar vidas.

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Realidad virtual

Alejandra Puente lo ve y lo confirma a diario: los aparatos tecnológicos, aunque imprescindibles, también se han convertido en el semillero de las fake news. “El celular en específico, y las redes sociales a través de este, nos invitan a la poca reflexión porque están constantemente interrumpiéndonos”, sostiene la periodista y conductora. Difundir sin debatir se convierte así es una respuesta instintiva de nuestro cerebro, una reacción más bien primitiva que nos motiva a compartir determinada información –que llega antes como un estímulo, a manera de notificación– para ‘liberarnos’ de eso. “Nos envían, por ejemplo, algo que dice que si consumimos A o B medicina, prevenimos el contagio de coronavirus. Lo compartimos para deshacernos de la sensación de que hemos recibido información importante y no hemos hecho nada al respecto, y porque creemos que le estamos haciendo un bien al otro”, añade. Posiblemente no sea así. Tal y como advierte Puente, las fake news o noticias falsas han aumentado porque los aparatos tecnológicos facilitan que sea cada vez más rápido, y cada vez más dañino, propagarlas.

El rol de los medios en este contexto se resume en un principio fundamental: no caer en el juego. “Perder la credibilidad es abrir la puerta para que otros puedan suplir esa necesidad de contenido”, continúa Alejandra Puente. Algunos de los indicadores que Puente sugiere, a manera de guía tanto para medios como para usuarios, incluyen la publicación de estadísticas y cifras certeras, con una interpretación correcta; noticias con múltiples fuentes; buscar la voz de expertos –no opiniones– en materia de salud; ser muy claros y muy simples a la hora de explicar los hechos; y tratar de no alarmar. No son tiempos fáciles, pero podemos aprender de la historia. Casi un siglo atrás, Luis Miró Quesada de la Guerra dijo una frase que resuena hoy con fuerza: “El periodismo, según como se ejerza, puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”. La verdad sigue siendo la única noticia que importa.

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