PARAÍSO EN CAÑETE. La ganadora de dos Grammy Latino está por cumplir 50 años de carrera artística. Aquí, en su bellísima biblioteca de dos niveles, muestra una de sus joyas virreinales: una acuarela del obispo de Trujillo Baltasar Jaime Martínez Compañón.
PARAÍSO EN CAÑETE. La ganadora de dos Grammy Latino está por cumplir 50 años de carrera artística. Aquí, en su bellísima biblioteca de dos niveles, muestra una de sus joyas virreinales: una acuarela del obispo de Trujillo Baltasar Jaime Martínez Compañón.
Luis Miranda

Hace pocos días, en su departamento de Chorrillos, la dos veces ganadora del Latin Grammy recordaba tres episodios de discriminación. El primero, cuando una profesora llegó a su colegio para formar un grupo de danza. Ella se sabía una gran bailarina y no podía con su ilusión, pero la maestra solo eligió niñas blancas para conformar el ballet. Descartó a las de origen andino. Y a ella, la negra del salón. Susana fue a su casa llorando a pedirle una explicación a su madre. Y solo escuchó frases de consuelo. “Tú eres muy talentosa y eso debes saberlo siempre”.

El segundo episodio ocurrió cuando ganó un concurso de canto, pero nunca le dieron la beca ni explicaciones. Solo supo que otra niña que no era negra terminó llevándose el premio. “Esa niña no tuvo la culpa. En ese entonces muchas personas creían que ser negro era una desgracia. Y aún existe gente así, y son un grupo cada vez más reducido”, dice Susana.

Tiempo después, ¿te sientes vengada o recompensada? —le pregunto a la artista exitosa de 75 años que no olvida su niñez de pobreza junto a su madre cocinera.

—Recompensada, sí —recalca—. Ya no me pueden discriminar más. Soy una persona, soy una artista, soy una mujer afrolatinoamericana, descendiente de una cultura fuerte que dio muchos frutos en el mundo. El hecho de conocer a otros grandes artistas, gente negra, como Youssou N’Dour, Angelique Kidjo, Manu Dibango o Abdullah Ibrahim Dollar Brown, verlo en el Festival de Reading, Londres, donde después debía subir al escenario a cantar, y verlo dejar a la gente congelada con su manera de tocar el piano, me hace decir: a esta comunidad pertenezco. Y defiendo mi cultura con toda mi fuerza.

El tercer episodio ocurrió hace algunos años en una combi que recorría la avenida Arequipa. Una dama blanca se refirió a unas personas migrantes como indios ociosos que han venido a ensuciar la ciudad.

DISCÍPULO. Jonathan Mendoza (28) fue parte de un proyecto de Susana con la orquesta creativa de jóvenes de Noruega. Desde entonces, es parte integrante y fundamental de la escuela de experimentación de la artista en Cañete.
DISCÍPULO. Jonathan Mendoza (28) fue parte de un proyecto de Susana con la orquesta creativa de jóvenes de Noruega. Desde entonces, es parte integrante y fundamental de la escuela de experimentación de la artista en Cañete.

—Yo acababa de llegar de una comunidad en las alturas de Tarma, donde la mamá de uno de mis alumnos (que me daba el desayuno muy tempranito) me explicaba que todos los días debía subir y bajar grandes montañas para traer los alimentos. ¡Cómo alguien iba a decir que esas personas son ociosas! Qué atrevimiento. Mi indignación fue tal, que le dije a la señora vela verde. La gente en el colectivo reaccionó a favor mío y aquella mujer se quedó callada.

Hoy hemos venido a Santa Bárbara, Cañete, para conocer mejor a la artista peruana que más conciertos ofrece fuera del país y que se codea con grandes celebridades del planeta musical. Pasamos por los arcos y torres en ruinas de un viejo molino y, a través de una pista afirmada muy cerca del mar, llegamos al hogar de Susana y su pareja Ricardo Pereira, el boliviano que creyó siempre en el talento de la intérprete, cuando ningún sello discográfico peruano quería recibirla. Cansado de tocar puertas, Ricardo creó el sello Pregón solo para que ella pudiera cantar sus poemas. Uno de esos discos llegó a oídos de David Byrne. Y el resto es la historia del éxito mundial de la intérprete de esa joya musical que es María Landó.

En la finca de la pareja todo parece en construcción. El futuro museo aún está a medio montar; cuando se inaugure, mostrará retratos del mestizaje y la historia de la diva afroperuana en fotos.

Al fondo relucen los muros de lo que será un acogedor hotel de doce habitaciones y plaza central con el que la pareja piensa sustentar el instituto de música Negrocontinuo. “Es una escuela no tradicional que permite que los jóvenes del lugar conozcan su raíz y a partir de ahí puedan hacer experimentos musicales. También damos talleres con artistas invitados. El próximo en venir será Fernando Urquiaga”, dice Susana.

A veces, en sus presentaciones usa un anillo de ámbar que le regaló Lila Downs, gran artista y gran admiradora de nuestra Susana, durante un gira por Inglaterra, y que la libra de las malas vibras.

EN FAMILIA. Mambo, Tico, Luna y Nini acompañan a Susana y Ricardo en su casa-estudio-escuela de Cañete.
EN FAMILIA. Mambo, Tico, Luna y Nini acompañan a Susana y Ricardo en su casa-estudio-escuela de Cañete.

La biblioteca de dos niveles y escalera luce impresionante por las joyas que alberga. Conecta con una habitación repleta hasta el techo de colecciones de música. Y el estudio de grabación es amplio y luminoso. Aquí ella ha grabado junto al tres veces ganador del Grammy Snarky Puppy y el saxofonista Jeff Coffin.

Años atrás, Susana era tan pobre que no tenía dinero para comprarse un libro. Pero Chabuca Granda, que fue su mentora, entendió su interés. La artista, que está a punto de cumplir 50 años de carrera y que los escenarios del mundo se disputan, recuerda cuando la gran Chabuca dejó la orden en su casa para que esa chiquilla delgada y asustada ingresara las veces que quisiera a su biblioteca y escuchara sus discos. “Entre lágrimas, no podía creer lo que estaba escuchando”, me dice.

Cuando se enteró de su muerte, Susana salió a caminar y en las ventanas de las casas empezaban a sonar sus canciones; las radios le dedicaban homenajes a Chabuca Granda. “Qué bonito habría sido que esos homenajes se los hubieran dado en vida”, reflexiona. “Decirle que la amamos y que no podemos vivir sin su música. Ella habría sido tan feliz”.

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Susana camina hacia la playa. Sus perros la siguen. Las olas han devuelto a la orilla bolsas de plástico y botellas como ocurre en toda la costa contaminada. Pero hay una franja entre las olas y la arena seca que reluce limpia. Es un espacio de armonía y belleza donde Susana encaja perfectamente con su chal turquesa y sus ademanes elegantes. Es como ese espacio de reflexión que ella siempre ha reclamado. Como los poemas que desde joven buscó para cantar con su voz llena de texturas humanas, cuando las canciones de siempre ya le sonaban vacías.

“Me habría gustado que me tomaran en cuenta en la inauguración de los Panamericanos”, me dice. “Tan bonita que fue esa fiesta. Creo que yo podría haber aportado belleza”.

La finca en Santa Bárbara es justamente un espacio para apreciar la belleza y, por qué no decirlo, ese rico y sedoso pisco que elabora Ricardo. Y que suele escoltar la sabrosa carapulcra que Susana cocina de acuerdo con los secretos aprendidos de su madre. Porque ella es una gran artista de la cocina y de eso todavía no se ha escrito.

Una noche, en un auditorio en San Diego, luego de una gira de 40 conciertos por Estados Unidos, Susana sufre una afonía total. Los músicos tocaron un tema instrumental mientras ella tomaba agua caliente, pero regresó e irremediablemente no tenía voz. Intentó hablar y el público se puso de pie y empezó a aplaudir.

A pocos metros de la casa de Susana Baca, entre el mar y las chacras, sobreviven algunos muros de lo que un día fue la casa hacienda Santa Bárbara.
A pocos metros de la casa de Susana Baca, entre el mar y las chacras, sobreviven algunos muros de lo que un día fue la casa hacienda Santa Bárbara.

“Perdonaron a Susana. Y no reclamaron por su dinero”, recuerda Ricardo. Otro día, en un escenario en Canadá, sufrió un ataque de tos a tal punto que debió ovillarse hasta que pasara. “La gente entiende que pueden pasar esas cosas, aplaude y se ríe. Hay un cariño también”, dice Susana. En Berkeley acudió tanta gente a su show que le pidieron que hiciera dos presentaciones en una sola noche.

—Siento mucho lo que canto, escojo las letras. Yo quiero dejar algo en el alma de la gente y por eso escojo esas letras.

—Me comentabas que aprecias de Eva Ayllón que sus discos estén en todos los hogares del Perú. ¿Crees que aún te falta llegar a todos los públicos?

—Es una tarea difícil llegar a la gente a través de los discos. Quizá falta cantar más en el Perú. René Pérez [de Calle 13] me decía: “Yo he crecido oyéndote, porque mis padres tenían un casete en casa”. Muchos jóvenes me dicen eso. Mi público siempre ha estado ligado al arte, un público reducido. Pero yo quisiera llegar a todos, porque lo que canto es mi verdad más pura.

Ya pasaron 50 años desde que Susana empezó a cantar porque no se imaginaba la vida sin la música. Medio siglo en el que no buscó fama, sino arte y verdad. Recorrió el Perú aprendiendo de las comunidades afroperuanas y les dio su lugar a compositores y poetas casi olvidados. Una vida en la que encontró a un compañero que creyó en su talento y que la ayudó a realizar sus sueños: llevar el genio musical de los pueblos afroperuanos por todo el mundo.

—¿Cómo te gustaría que la gente te demuestre su cariño?
Que escuche mi música. No importa si no compra mis discos, pero que la escuche. Y que vaya a mi concierto. //

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