Nos topamos a cada paso con tantos venezolanos, que ya casi no los vemos. ¿Qué significa huir del hambre? Carlos Ramírez, ingeniero industrial caraqueño de 57 años, nos cuenta su historia.
Nos topamos a cada paso con tantos venezolanos, que ya casi no los vemos. ¿Qué significa huir del hambre? Carlos Ramírez, ingeniero industrial caraqueño de 57 años, nos cuenta su historia.
Rafaella León

Una cosa es enterarnos del drama de los venezolanos por televisión; otra es oírlo de boca de ellos mismos. El taxista que me lleva esta tarde –Carlos Ramírez, 57 años- salió de Caracas por tierra hace tres semanas. Atravesó varias ciudades de Colombia y Ecuador en un viaje de cinco días en el que casi no durmió: debía resguardar los dólares que pudo traer a escondidas. Gracias a ese dinero tiene trabajo aquí. 

Mientras saca la mano por la ventana para comprarle dos chocolates a un vendedor –venezolano-, comentamos sobre el supuesto atentado contra Nicolás Maduro (un dron que se estrelló contra un edificio durante una ceremonia militar en la que estaba presente el mandatario). “Ese ataque es una pantomima, ellos arman este tipo de cosas para llamar la atención internacional”. Carlos, ingeniero industrial, me cuenta que fue escolta del ex presidente Carlos Andrés Pérez y que por esa razón muchas puertas se le cerraron en su país. Ahora está juntando dinero para lograr que salga el pasaporte de su hija de 9 años (cuyo trámite se cobra en dólares en Venezuela), que espera con su madre en Caracas a que el documento esté listo para poder venir por avión. No quiere que ellas pasen por la experiencia traumática de salir en un bus, toparse con guardias que les quitarán todo, andar solas durante días, dejarlo todo atrás a escondidas… 

Carlos es también padre de Carlos Gonzalo, guarimbero (de la fuerza juvenil opositora en las protestas contra Maduro) amenazado de muerte que ha podido salir de Venezuela y hoy espera en Huston, EEUU, el asilo político. 

Conmovido y preocupado, Carlos se desahoga en pleno tráfico de Lima, una ciudad en la que a cada paso se encuentra con sus compatriotas, a los que da la mano aunque él no tenga nada. “Los militares están comprados, entran a los supermercados y se llevan cajas de leche sin pagar. Reciben bonos por ir bien vestidos, por asistir a las ceremonias. Los niños se están muriendo de hambre. Los niños nacen y si la madre no tiene leche, no dura vivo ni cinco días. Si es que hay leche maternizada, se vende en dólares. Y esa madre gana en bolívares… A mí no me alcanzaba para seguir llevando comida a mi casa… no hay nada”. Dejo que hable. Lo escucho. Intento imaginarlo todo. 

Después de su esposa e hija espera traer a sus padres. “Venezuela se está quedando solo con sus ancianos. Yo no puedo dejar que mis viejos mueran allá”.

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