Luis Miranda

“No se permiten mascotas”, era uno de los gritos que más repetían los guardaparques frente a una cola interminable de autos y minivans. Quienes llevaron perros ese día estuvieron entre las (al menos) 800 personas que se quedaron sin ingresar a la Reserva Nacional de Lachay con el rabo entre las piernas. Y es que las lomas mejor protegidas de Lima no se daban abasto ante la multitud de niños, jóvenes y vacunados que habían llegado en masa a respirar neblina y verdor. Era como si dos años de pandemia hubieran sido suficientes para enloquecer a una población harta de engordar entre cuatro paredes.

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