en uno de los más de mil asentamientos humanos en Lima no ha sido fácil para Paulina, Vicente, Justiniano y Lucila. Ellos sobreviven en Nueva Esperanza, un conjunto de casas de madera y calamina en los cerros de , al sur de Lima. Aquí no hay red de alcantarillado ni veredas, el agua llega en camiones cisterna y los hogares más pobres todavía se alumbran con la luz de las velas. Paulina, una partera de Huancavelica, se crio sin acceso a un establecimiento de salud en la sierra, y ahora confía en que el aislamiento y el poder de sus plantas medicinales la cuidarán del virus. Vicente tiene 75 años y trabaja desde los 7. En la pandemia ha seguido ganando algún sencillo, ante la falta de una pensión. Justiniano aún arrastra una deuda tras un accidente y ahora recibe una fracción de sus ingresos como chofer de un microbús, tras limitar sus rutas para evitar el contagio. Lucila se quedó coja tras sufrir polio a los 9 años y ahora vive sin una pensión para discapacitados.

El 30 por ciento de los adultos mayores en Villa María del Triunfo no tenía un seguro médico antes de la pandemia, y a una semana de iniciada la campaña de vacunación para los ancianos, este sector de peruanos con mayor vulnerabilidad sigue sin saber cuándo recibirá su primera dosis.

Este reportaje gráfico de Marco Garro recopila algunas de sus vivencias durante este año de encierro, cercados por la incertidumbre y el miedo al contagio. //

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