Christian Cueva (Volante) tendrá el dorsal número 8. Nació el 23 de noviembre de 1991. Mide 1.69 cm y pesa 69 kilos. (Foto: USI)
Christian Cueva (Volante) tendrá el dorsal número 8. Nació el 23 de noviembre de 1991. Mide 1.69 cm y pesa 69 kilos. (Foto: USI)
Miguel Villegas

Lejos de sus vacaciones o sus excesos, y de todos los ociosos que quieren decidir por su vida, está a punto de concretar su fichaje por Independiente El Rojo, que no es cualquier club: es el más ganador de la historia de la Copa Libertadores (7), el más ganador de los clásicos de Avellaneda (+24) y el equipo de un hombre que, siendo el más diablo de los Diablos Rojos, también es una estampita: Ricardo Bochini. Esa camiseta -o esa función-, la número 10, será muy probablemente la que use Cueva, el peruano Cueva, en uno de esos guiños extraños que la vida le da a los 27: pasar del invierno ruso al infierno rojo.

Luego del Mundial que jugó y el penal que falló. Después de que cada storie que sube a Instagram con sus patas es analizado como si revelara traición a la patria. Jugados 23 partidos y un gol en el Krasnodar ruso. Expuesto porque la selección peruana es tribuna y también tribunal.

También pressing: ya fue el mejor futbolista peruano en una Eliminatoria -otro día discutimos si fue Paolo o él- a partir de esa cara mezcla que tanto bien y tanto mal nos hace: el futbolista que nació futbolista. Es bueno y se sabe bueno. Mis amigos mayores de 50 dicen que tiene el freno de Sotil (entre otras cosas) e incluso la mochila histórica de la reivindicación de la provincia. Hoy, Cueva es el Cholo. Los menores lo ponen en un espejo con cierta viveza del Chorri y la patada elegante de Ñol. Nació en Huamachuco, provincia de La Libertad, se educó en uno de los clubes mejor diseñados para eso como la San Martín y llega a Argentina en la edad ideal para ser, de una vez y sin fisuras, ídolo. Ya fue figura, incluso crack; le falta póster y allá tendrá todo. Ariel Holan, su nuevo técnico, lo sabe y por eso lo suplicó: Cueva hace goles, hace jugar y lidera un vestuario de selección con Rodríguez, Paolos o Farfanes que cualquier entrenador aplaudiría. Si alguien hubiera grabado la charla en el entretiempo de ese histórico 4-1 en Asunción, tendríamos la prueba.

Con ejemplos de sobra sobre lo bueno y lo malo de ser un futbolista millonario en el Perú, y por la vara que él mismo elevó, la única buena noticia posible para él era este pase -retroceso para los puristas que solo ven en Europa la nobleza-, una casa donde se sienta protegido y donde pueda recuperar ese lugar por el que lo aplaudimos en la inolvidable Eliminatoria para Rusia: protagonista en un equipo de fútbol, no de su mancha de compadritos.

Es jodido ser la cara de un país, pero alguien tiene que serlo. La cara de Perú cuando no tenga Copa también será él. Esa es la única carga pesada por la que vale elegir jugar al fútbol de este nivel.

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