Nadie imagina que dentro del Poder Judicial existe un pasadizo de helechos, suculentas y cactáceas, además de un protector San Pedro y hasta flores de amancaes. El doctor Rodríguez lo hizo posible. (Foto: Víctor Idrogo)
Nadie imagina que dentro del Poder Judicial existe un pasadizo de helechos, suculentas y cactáceas, además de un protector San Pedro y hasta flores de amancaes. El doctor Rodríguez lo hizo posible. (Foto: Víctor Idrogo)
Teresina Muñoz-Najar

Como los niños de los cuentos, tiene su lugar secreto. Está en el cuarto piso de Palacio de Justicia y se accede a él por un pasadizo de helechos, suculentas, cactáceas y orejas de elefante. No hay un perro guardián cuidando la entrada; sí un San Pedro de siete lomos de poderes infinitos e infalibles. Para un hombre como el magistrado, capaz de conversar con los apus y homenajear a los árboles, ese San Pedro es mucho más eficaz que cualquier mastín. “Me cuida y mantiene alejado de las malas vibras”, dice. En su particular jardín también crecen felices dos plantas peruanas que afuera, en sus hábitats, están en serios problemas: la flor de Amancaes y el pallar mochica. 

Cada dos días el presidente del Poder Judicial sube del segundo piso (su despacho) al cuarto para mirar, regar y podar sus plantas. (Foto: Víctor Idrogo)
Cada dos días el presidente del Poder Judicial sube del segundo piso (su despacho) al cuarto para mirar, regar y podar sus plantas. (Foto: Víctor Idrogo)

Cada dos días, que es más o menos el tiempo que necesita para recargarse de energía y sortear el estrés propio de su importante cargo, el doctor Duberlí Rodríguez sale de su elegante despacho ubicado en el segundo piso de Palacio –a horas que nadie lo requiere (muy temprano o entrada la noche)–, se pierde entre pasillos y juzgados, toma el ascensor y se dirige a su refugio, al lugar donde ha trasladado gran parte de su mundo personal. Allí, además de darle una mirada a sus plantas, podarlas o regarlas, escucha música de su tierra y acaricia sus recuerdos. Dos pañuelos en los que su mamá, Margarita, bordó sus iniciales –“ella murió cuando yo tenía 16 años”–, las fotos de ella y de su papá, Victorino, de sus hermanos (es el mayor de siete), de los chicos de su colegio, de tíos y primos, de la profesora que lo alentó a que siguiera estudiando, su árbol genealógico.  

A Duberlí Rodríguez, toda la onda ecológica le viene desde la infancia. No por nada impulsa los juzgados ambientales y enciende las luces de su oficina con la energía que brindan los cuatro paneles solares que ha instalado en el techo de Palacio. “Nací en la jalca piurana, en el caserío de Rodeopampa, distrito de Huarmaca, provincia de Huancambamba y desde que abrí los ojos estuve vinculado a la agricultura”. Cuenta que cuando tendría siete u ocho años salía detrás de su papá para ayudarlo con la siembra. Entonces, con su bolsico (pequeña alforja) al hombro provisto de maíz unas veces y de alverjas otras, iba caminando por el surco ya preparado arrojando tres o cuatro granos cada metro. Pero ahí no terminaba todo. A diferencia de su padre o de los peones que lo asistían, que esperaban tranquilos a que las semillas dieran sus frutos, él regresaba a los surcos a cada rato; hasta que por fin veía aparecer las primeras hojitas. Semanas más adelante, participaba del deshierbe de la maleza que crecía alrededor de las plantas y también ayudaba a aporcarlas. Era el primero, además, en ver cómo floreaban y cómo salían los choclos verdes o las vainas de la alverja. Luego esperaba pacientemente a que se secaran para almacenarlos en la era: “No me perdía ni un segundo del proceso”. Como ahora, que anda chequeando cuántas vainas le salen a su pallar mochica. “El año pasado coseché 25 con unas semillas grandotas, ¡mire!”.  

El doctor Duberlí Rodríguez está convencido de que la subsistencia de la Tierra está en serio peligro y que hay que cuidarla. (Foto: Víctor Idrogo)
El doctor Duberlí Rodríguez está convencido de que la subsistencia de la Tierra está en serio peligro y que hay que cuidarla. (Foto: Víctor Idrogo)

Mientras tanto, el futuro magistrado iba a la escuela unidocente más cercana, donde solo había de transición a segundo de primaria. “Caminaba media hora de ida y otro tanto de vuelta. Recuerdo que salía de casa con el fiambre que mi mamá me preparaba, cuando recién el sol aparecía entre los cerros”. Afortunadamente, su profesora Rosa Ojeda convenció a su padre de enviarlo a Chiclayo a terminar la primaria. “Ella fue mi invitada especial cuando asumí el cargo de presidente del Poder Judicial”, cuenta el doctor Rodríguez. La secundaria la comenzó en Piura y la concluyó también en Chiclayo, lugar de su residencia oficial. Acá, en Lima, él y su esposa viven en un departamento pequeño en Surco, donde no faltan las orquídeas ni tampoco las dalias, sus flores predilectas. Y aunque Duberlí Rodríguez estudió lejos de Rodeopampa, siempre regresó al hogar paterno tanto para la siembra como para la cosecha. “Actualmente unos parientes arriendan nuestras tierras, pero mi sueño dorado es volver”. Hoy en día Rodeopampa, gracias a las gestiones de su ilustre hijo, presume de un colegio que ha costado seis millones de soles y mira con esperanza cómo se construye su primera gran biblioteca. 

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