El artista huía de la vida social. La autora de esta entrevista –que dos años después de realizada ve la luz– era una estudiante de Comunicaciones de la Universidad de Lima.
El artista huía de la vida social. La autora de esta entrevista –que dos años después de realizada ve la luz– era una estudiante de Comunicaciones de la Universidad de Lima.

Era 2017 y acababa de inaugurar su muestra 'Obra reciente'. El reconocido y controversial artista peruano José Tola de Habich abrió las puertas de sí mismo y de su hogar para dejarse conocer, más doméstico que caótico; más real que imaginario. Faltaban dos años para su muerte.

POR ESTEFANÍA PENNY
Historias de periodistas nerviosos y pistolas bajo la mesa. Un video en Internet que lleva de nombre “Discurso de José Tola desencriptado, obra del diablo”. Algunos títulos de sus exposiciones: Los hombres que no bajaron al infierno; Dios, la muerte, el tiempo y yo. ¿Quién es Tola realmente?, pienso mientras camino por la cuadra 12 del malecón Cisneros. Aparece desde los árboles Entre el tiempo, una escultura suya del 2013 que un grupo de vecinos miraflorinos se obsesionó, sin éxito, en eliminar.

Continúo por el parque de los niños y frente a él una casa de tres pisos color amarillo cadmio oscuro. Toco el timbre; digo mi nombre; la puerta se abre por sí sola como cliché de película de terror. Subo hasta la sala por unas escalera en espiral. Me rodean artistas como Joel-Peter Witkin, Frank Stella, Dubuffet, Basquiat, Banksy, etc. Ni un espacio libre sobre las paredes. José Tola me acoge despacio; sus rodillas recientemente operadas no le permiten desplazarse con agilidad. Se muestra silencioso, pero amable. Me siento al lado de La enana de Picasso. “¿Algo de tomar?”, me pregunta. “Agua, por favor”, le respondo. Se va a la cocina y vuelve con una botella. “Tengo whisky sin hielo”.

¿Por qué aceptaste la entrevista? Siempre dices “once meses de monje y uno de putas”.
Estoy en ese mes de putas desde la exposición de Lucía de la Puente, pero ya está terminando. Ahora ya me retiro…

He notado que en esa muestra [Obra reciente] te presentas en una etapa muy cálida y hogareña. ¿Concuerda con tu contexto actual?
Sí. Es una etapa medio romanticona. Como de enamoramiento.

¿Qué te perturba y qué te halaga de tu relación con los demás desde tu posición como artista?
¡Me perturba que me halaguen, hombre! Eso de ir a un sitio y te tengan a la vista… En cambio, me halaga pasar desapercibido.

¿Encuentras muchos momentos en los que pasas desapercibido?
Sí, porque casi no salgo. Pinto de noche.

¿Y lo haces en silencio?
Desde hace 40 o 50 años casi todo lo que escucho es Bob Dylan. Se ha convertido en una especie de cortina musical. Quita los ruidos de afuera; no escucho sonar el teléfono; a él tampoco le presto atención porque no sé inglés.

¡Has viajado mucho! No me imaginé que dijeras que no sabes inglés. Por el contrario, pensé que me contarías que hablas varios idiomas.
Sé el inglés de good morning, how much, what and where... Mi padre, que era lingüista, sabía como 40 lenguas. Y de los tres hermanos que somos ninguno habla nada.

Sé que falleció hace algunos meses. ¿Cómo fue tu relación con él?
Muy corta, porque se separó de mi madre. Entablamos una efímera relación hace 20 años. No estuvo en mi niñez.

¿Tola de niño?
No entendía muchas cosas que luego fui comprendiendo. Creo que era medio autista. Estaba en otro mundo. En el colegio hacía unos símbolos que no sé si correspondían a la escritura normal.

¿Has conversado con Dios últimamente?
No tanto. Tuvimos una etapa en la que sí nos frecuentábamos mucho; le escribía poemas. Era una relación en la que yo iba perdiéndole el respeto. A veces tomaba desayuno los domingos con él en el Haití; también con María, José y Jesús, pero ellos se sentaban en otra mesa.

He escuchado que te gustaría pasar un fin de semana con María…
¡Y todavía no lo consigo! Lo que sucede es que Jesús es muy celoso.

¡Ni por la amistad con Dios de tantos años!
Nada. No me lo conceden [risas].

En tu texto autobiográfico está presente Útero, tu perro. ¿Cómo lo mataste?
Le puse una bolsa en la cabeza y le metí un balazo. En esa época estaba en España. No sé cómo era posible cargar con un revolver así no más. Lo hice porque no podía dárselo a nadie. No lo querían por ser chusco y no me lo podía traer a Lima. Esa fue la única forma de evitar dejarlo tirado en la calle.

¿Le tienes miedo a la muerte?
No. La muerte debe ser una experiencia interesante, pero de la cual no puedes sacar algún provecho. La tienes y no te sirve para nada. Solo sucede y ya.

Declaraste en una entrevista en el 2006 lo siguiente: “La muerte me encontró pobre y enriquecido por un misterio incomprensible para ella. Se siguió de frente y desde entonces no hemos vuelto a hablar”. ¿Once años después ha regresado a ti?
Ahora me sigue desnuda y sin zapatos; peor que en esa época. Lo que sucede es que he tenido dos cánceres y una especie de infarto. La cosa se ha puesto mucho más real que imaginaria.

Hace un par de días discutí con un cobrador de bus. Lo reproché porque estaba tocando la bocina desesperadamente. Él me preguntó: “¿qué te falta?”. Ya que hablamos de la muerte, yo te hago la misma pregunta.
He tenido todas las experiencias; todo lo que he querido hacer ya lo he realizado. Entonces es como que ya no vivo en el presente, sino en un futuro. Quería tener una casita, ya la tengo; quería tener una mujer, ya las tuve; quería pintar, ya pinté. Estoy creando un sueño de hacer algo y por eso surgió este último libro que me entregaron anteayer, Cuaderno de amor.

¿De qué trata?
Fue un cuaderno que hice junto con Maricé Castañeda en el 2002. Este libro es amor que yo tenía con una niña de 16 años que iba cambiando constantemente. Al principio romántico, luego se vuelve un amor maestro y paternal.

¿Y hoy, a tus 74 años, qué piensas del amor?
He tenido pocas relaciones: una 20 años; otra de 20 más; luego una que duró cinco; y otra 15 años. Por más cortas o largas que hayan sido ninguna permanece.

Lo cierto es que el amor que queda es el que le has entregado a la pintura.
Es una amante que te exige, que es dominante, absorbente, celosa. Tú le fallas y se cierra. Por más que quieras seguir pintando, no se abre ni a patadas.

¿Tu relación con ella estos días?
Mala. Estoy dibujando porque no puedo pintar, por las rodillas.

Sueles llevar la agenda del día dibujada en las manos y hoy están limpias.
Hoy no tengo nada que hacer.

¿Qué pasa con Lima que no te gusta salir? ¿Ha dejado de sorprenderte?
Siento que no hay algo afuera interesante o lo que existe ya lo conozco. Fui a ver una exposición de Nazca que estuvo muy buena y valió la pena, pero creo que la ciudad de Lima es muy agresiva. El problema es que más agresivo soy yo, por eso no me conviene salir.

¿Por qué te quedaste?
Tengo mi taller aquí. A pesar de que pudiese trasladar todo, Lima es cómoda porque mis raíces están acá. No me es ajena y ya estoy establecido. Los cuatro amigos que tenía estaban en Lima: Tilsa y Cisneros, que se han muerto; César Calvo, muerto también; y Ampuero, que sigue vivo. Nadie más.

“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse también en un monstruo. Cuando miras largo tiempo un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Más allá del bien y el mal, Nietzsche. Tú representas a tus propios monstruos… ¿Cómo te identificas con este texto?
Nietzsche era uno de mis ídolos. Yo pensaba que él era como el atardecer; Lao Tse, el mediodía; y Whitman, como el amanecer. Creo que llega un momento en el que estás parado en el abismo y ya no tienes a dónde mirar. Ni a un lado ni al otro; ni adelante ni atrás. Ese abismo eres tú. No tienes ningún tipo de referencia. Ya no puedes decir “me copio de fulano” o “me influyo de mengano”. El arte es robar, robar, robar, como dice Ampuero. Pero sucede que ya no puedes tomar de nadie porque ya robaste lo suficiente y tampoco tienes a quién. Después surge tu vocabulario y se acabó.

¿Y los monstruos?
Son ustedes y todos los demás. En el entorno están los monstruos y lo que hago son los seres humanos.

En “La noche de arte” del BBVA, una de tus obras que estuvo a la venta lleva de nombre 'Después de la locura'. ¿Qué otros paraísos quedan? ¿Crees que ya sobrepasaste la locura?
Estoy yendo al psiquiatra [risas]. Después de la locura, ¿a qué puedes aspirar? Si tú puedes definir qué es una persona normal, lo otro que te queda es la locura.

¿Qué es lo normal para ti?
No, para mí no. ¿Para ti qué es lo normal? No hay normalidad; solo locura.

Entonces todos estamos locos.
Sí. Estar loco es estar cada vez más loco. Eso es lo normal. A mí la vida me parece algo así como una payasada. De Leonardo da Vinci en adelante, la cantidad de gente que ha existido es guano; realmente espantosa. No artistas, que son cuatro o cinco; el resto es fertilizante y se acabó, carajo. Todos esos que se rompen las narices como los abogados, contadores o economistas no contribuyen en nada. ¿Quién da la arquitectura, la moda, los cambios estéticos? El arte. ¿Quién hace la tecnología, la medicina? La ciencia. Los únicos que valen y hacen algo para la humanidad son artistas y científicos.

Mientras preparaba la entrevista entré a la página que aparece en varios medios como tuya: www.josetola.com, y resultó ser una web japonesa de maquillaje. ¿Lo sabías?
¡No tenía idea! Y es la página con la que me gano la vida… ¿No quieres que te maquille? [risas]. //

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