Ilustración: José Carlos Chihuán
Ilustración: José Carlos Chihuán
Carlos Galdós

Las dos noticias más fuertes que has recibido en tus cortos 10 años de vida te las he dado yo. Yo que soy el hombre que más te ama. Yo que, como la mayoría de hombres, no soporto ver a una mujer llorar, mucho menos a ti que eres mi hija. La primera fue cuando estábamos en el aeropuerto de México y le pidieron a Carla que ingresara a una de esas máquinas grandotas que permiten ver a través de la ropa y mi reacción inmediata frente a la policía de migraciones fue decirle: “Ella no puede porque esta embarazada”.

En el acto me soltaste la mano y, con los ojos aguados, me miraste a la cara y me dijiste: “¿Vas a tener un hijo?”. Mientras tanto, el policía nos pedía que avanzáramos. Me puse de cuclillas y sin importarme el griterío de la cola te di un abrazo muy fuerte. Luego hicimos una serie de pactos, acuerdos y promesas que más que consolarte tenían que ver con darte la seguridad de que entre nosotros nada iba a cambiar. Valientemente sobreviviste a ese huracán, venciste la duda y el miedo. Ya venías compartiéndome con Carla, aunque en otra dimensión de los afectos, pero eso tú aún no lo entiendes. Año y medio después el amor ha borrado toda duda y finalmente te diste cuenta de que tener un hermano no era tu final.

Quien lloró ese día no fuiste solamente tú. A mí también me duró unos cuántos meses quitarme la culpa de encima. Por eso, cuando asumí la decisión de tener otro hijo tomé todas las precauciones del caso. Hablé con los psicólogos, conversé con amigos que pasaron por lo mismo, le avisé uno a uno mis movimientos a tu mamá para que me dijera en qué momento actuar, te lo vine contando de a poquitos, compartí contigo mis ganas de hacer crecer la familia, pero en esta oportunidad mi torpeza radicó en no darme cuenta de que tú esperabas un hermanito y esta vez la noticia venía en versión femenina.

Sé que la estás pasando mal. Nuevamente el cuco de la inseguridad, el amor compartido, la incertidumbre te está invadiendo. No hay explicación que valga cuando sientes que el amor falla. Me han dicho que te regale la bicicleta que tanto quieres, que te compre la casa de la American Girl, que te haga el cuento del hermano que viene con regalo bajo el brazo y yo, la verdad, me niego a quitarte el dolor de esa manera mentirosa. No pienso darte calmantes de pena; todo lo contrario, avalo todos y cada uno de tus sentimientos. Tienes razón en sentirte así, no hay frase regalona ni promesa que en estos momentos valga. El mejor regalo que hoy te puedo dar es permitirte llorar, contener tu rabia, mantenerme en silencio frente a tu cara de molestia, llenarte de abrazos y, como padre, llevarte de la mano en este proceso y enseñarte que todo lo que sube baja, hasta la pena más grande.

En estos momentos no entiendes que te estoy dando el mejor regalo del mundo: una familia grande, hermanos. No voy a gastar saliva explicándote que yo no voy a durarte para siempre; simplemente lo que ahora me toca es estar a tu lado.

Ya pasaste una vez por la tormenta y hoy disfrutas de Luca tanto como yo. La lección que te está tocando aprender es la más difícil de la vida. Estás aprendiendo a soltar, estás formándote en el duelo y la pena, estás enterándote de que la exclusividad no existe y de que compartir es el ejercicio que más nos cuesta. Eso seguro es algo que yo también tendré que aprender, porque la vida me dará mi vuelto cuando comiences a educarte en el amor hacia alguien más que no sea yo. Ese, aunque muy duro, es el mejor camino a ser feliz.

Llora, mi Valentina hermosa, todo lo que puedas, que yo estoy a tu lado, contigo, mirándote, vigilante, conteniéndote, siempre listo para verte crecer.

Esta columna fue publicada el 17 de junio del 2017 en la revista Somos.

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