Dorothy Santiago es una de las fundadoras del colectivo Buscando Esperanza, que agrupa 250 familias al cuidado de un paciente que necesita mejorar su calidad de vida. El aceite de cannabis es el vehículo con que lo están consiguiendo.
Dorothy Santiago es una de las fundadoras del colectivo Buscando Esperanza, que agrupa 250 familias al cuidado de un paciente que necesita mejorar su calidad de vida. El aceite de cannabis es el vehículo con que lo están consiguiendo.

La primera vez que Dorothy Santiago habló con Somos fue en noviembre del 2016. Entonces, todavía lo hacía con miedo. Ella le daba a su pequeño Rodrigo, de cinco años, aceite de marihuana para menguar las 20 crisis de epilepsia que tenía al día debido a la esclerosis tuberosa que padece casi desde que nació. Ella le daba aceite de marihuana, violando la ley. Junto con un grupo de madres que atravesaban situaciones similares, Dorothy había fundado meses antes Buscando Esperanza, un colectivo que exigía la legalización del uso medicinal del cannabis; y salir a confesar esto de forma pública la ponía en riesgo. Podía perder el trabajo. La libertad. Pero era lo que tenía que hacer.

Ese temor, hoy, no existe más. 

Santiago es una de las fundadoras del colectivo Buscando Esperanza, que agrupa 250 familias al cuidado de un paciente que necesita mejorar su calidad de vida. El aceite de cannabis es el vehículo con que lo están consiguiendo.
Santiago es una de las fundadoras del colectivo Buscando Esperanza, que agrupa 250 familias al cuidado de un paciente que necesita mejorar su calidad de vida. El aceite de cannabis es el vehículo con que lo están consiguiendo.

Tras un año intenso de batallas libradas contra la policía, las autoridades, la opinión pública y la intolerancia, estas madres reunidas con otras mujeres de distintas agrupaciones, consiguieron que el Congreso aprobara el 19 de octubre pasado la medida por la que tanto habían trabajado. Desde aquella fecha, pues, no es más ilegal usar marihuana con fines medicinales en el Perú.

“A título personal, siento que ha sido un año productivo, de gran avance para los familiares que lidiamos con pacientes de diversas patologías”, cuenta ella todavía un poco sorprendida por la rapidez con que se terminaron dando los hechos.

Aclara, empero, que su misión aún no ha culminado. “La ley se dio, pero está incompleta. No se ha incluido en ella la autorización para el autocultivo –sí la importación– y eso es perjudicial para muchas familias que no pueden cubrir los costos, entre otros motivos. Nos han dicho que es porque el Estado no está preparado para controlar esto, pero nosotras tampoco lo estamos para, sin hacer nada, ver a nuestros familiares sufrir. Por eso seguiremos impartiendo talleres de cómo preparar el aceite. En la vida una madre va a dejar de darle a su hijo algo que le hace bien solo porque es ilegal”. 

Dorothy es consciente de que el cerebro de su chiquito está lleno de tumores, que él no se va a curar con el cannabis. Sin embargo, este año el dulce Rodrigo dejó de convulsionar por tres meses. Tres maravillosos meses. Aunque no habla y tiene crisis por temporadas, ya es capaz de comerse casi un plato de comida –la primera fruta entera que terminó fue a los cinco años–, de irse a caminar con ella a la playa y hasta de ser conducido en una clase de saya, tira de pompones en mano. Hace un año Rodrigo no podía levantarse de una silla de ruedas. Hace un año los tiempos eran otros. 

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