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Nueva familia

Un rombo. Si la sociedad peruana tuviese que adoptar hoy una forma geométrica, esa sería. No más pirámides con los ricos en una puntita arriba y los pobres en una base ancha abajo. La cintura ahora es la gorda, la maciza, la vigorosa. Es allí donde está bien enclavada la clase media. La alegoría es vital para dilucidar que el país y los tiempos son otros, y que las brechas –aún presentes– son ciertamente menos extensas. Además, claro, de ser clave en el análisis que hace el investigador Rolando Arellano en su afán por revelar qué hacemos los peruanos en la actualidad, qué nos importa, qué nos preocupa o qué nos gusta, entre otros intereses. El libro que sirve de plataforma para ello fue recientemente presentado y se titula Los estilos de vida latinoamericanos según actitudes, tendencias, intereses y recursos (LATIR). Aquí, empero, queremos ir un poco más allá. Si hemos cambiado como individuos en los últimos 10 años, ¿cómo lo ha hecho la familia, unidad primigenia y fundamental de esta colectividad rojiblanca casi mundialista?

Arellano responde a Somos. “Hay una transformación y es radical, sí. Antes uno decía que una familia era de clase o nivel socioeconómico A, B, C, D o E de acuerdo con lo que hacía el padre. A lo que había estudiado o a lo que se dedicaba. Pero eso ya no tiene cabida ahora. El crecimiento económico ha permitido que todas las personas que la conforman sean hoy muy independientes y distintas una de la otra”, explica el autor. Según agrega, esto también es consecuencia de los cambios y las adaptaciones por los que han tenido que atravesar los migrantes desde la segunda mitad del siglo XX. 

“El concepto de familia para el que venía de provincia estaba ‘ampliado’ . Es decir, integraba a los abuelos, los tíos, los primos. Todos se reunían seguido, festejaban. Pero ya en la ciudad uno se queda solo y eso varía. El núcleo familiar se reduce. La urbe hace que se piense más en uno mismo”, detalla.

Entonces, un escenario común hasta hace más de una década era el siguiente, a decir de Arellano: el papá tenía un negocio, la mamá cuidaba la casa y a los chicos. El hijo mayor laboraba en el negocio del progenitor. El segundo estudiaba, pero cuando acabase, se uniría a los primeros. La hija menor se casaba con un amigo de la familia. 

“Eso ya no es así. Las diferencias y las distancias entre lo que hacen los padres y los hijos son cada vez mayores. Hoy puedes ver a un papá que terminó el colegio, pero que se dedicó al comercio en un mercado mayorista y le fue muy bien; y a su hijo estudiando en uno de los colegios más ‘finos’. Este va a ir a una universidad privada y a hacer una maestría costosa. El papá sigue teniendo solo secundaria. Los hijos entre sí, además, siguen aspiraciones muy particulares. Uno puede ser músico; el otro, doctor; el otro, emprendedor de su propio negocio. Ya no tienen que ver tanto entre sí”, indica.

La nueva familia peruana, a su vez, se caracteriza por el rol de liderazgo que ha tomado la mujer en ella. Puntualiza el estudioso: “La migración ha permitido que esta tenga control de la natalidad, menos hijos. Y con ello, más posibilidades de salir a trabajar. Ya tiene su propio dinero. Entonces comienza a tomar decisiones independientes del papá, si es que lo hay”.

Lee la nota completa en la edición impresa de este sábado en la revista Somos.

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