"Parar en seco", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
"Parar en seco", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Estoy parando en seco porque todo este tiempo me he perdido de muchas cosas y no hay que tener miedo a parar, frenar, cambiar. Paro en seco de levantarme todos los días a las cinco de la mañana (luego de 20 años) y me he encontrado esta primera semana con el desayuno en la mesa, mis hijos chillando, mi hija mayor armando mochila apurada porque la movilidad la deja, el panadero en su triciclo, ir a comprar el diario a la vuelta de mi casa. No reniego de lo anterior, pero estoy más feliz con lo de hoy: quedarme en pantuflas, sacar a mis perros a pasear, comer pan con palta chancada y sus dos gotitas de limón. He pasado al otro extremo del tráfico de la ciudad, el de las cinco de la tarde hasta las ocho de la noche. Mi hábitat, la cabina de radio y los oyentes con sus llamadas, siguen siendo cálidos conmigo: “Carlitos, ya no me acompañas en las mañanas a la hora que voy a trabajar. ¡Pero regreso a mi casa contigo!”. Gracias por tanto cariño. 

Hace más de un año mis amigos de la televisión sabían que ya no era muy feliz haciendo el programa, que quería hacer otra cosa. El reto era que no se notara en cámaras. La plata no es mala, pero ya no me importaba eso, tampoco la hipoteca. Consultando con algunos compañeritos televisivos, la respuesta siempre fue unánime: “¿Estás seguro de que vas a poder vivir sin hacer televisión?”. Y es que la gente que sale en la tele se vuelve adicta a esa fantasía. He disfrutado cada noche como un chancho, he tenido el privilegio de ganar un dinero literalmente jugando y siempre intenté que la tele no se me subiera a la cabeza. No polarizé las lunas de mi auto, no dejé de ir a lugares públicos cuando era necesario, nunca me vestí especialmente para la televisión (iba con lo que tenía puesto durante el día), cada vez que pude preferí ir en bicicleta y ver las caras de sorpresa en la ciclovía. Me perdí todas las invitaciones VIP a discotecas, estrenos, eventos y a cuanto ágape fui invitado. Gracias a todos los que me acompañaron en esa ilusión. 

Cuando le dije a mi representante que cambiaría de horario en la radio, me dijo que le parecía bueno el reto; que si yo creía necesario hacerlo, estaba bien. Hice una pausa de tres minutos y a eso le agregué que también quería bajarme del programa de televisión. Ahí comenzó a cambiar su actitud, me miró preocupada, pero lo entendía: “Creo que puedes hacer mejores cosas en la tele”. Vinieron tres minutos más de silencio y le dije que también quería dejar de hacer shows, lo que más me apasiona, lo que me ha dado sentido en la vida, lo único que siempre dije en mi círculo más cercano que jamás podría dejar de hacer. “¿Estás bien, ‘Charly’?”, Sí, estoy bien. Ya no quiero hacer más shows por un buen tiempo. Quiero hacer otra cosa que todavía no sé qué es. El show desde hace un buen tiempo ya no era un reto. Hacer reír a la platea se convirtió en algo demasiado fácil. Ya no me basta con eso: ahora quiero transformarlos, movilizarlos emocionalmente, si es posible hipnotizarlos. “Pero haremos alguna despedida”, dijo mi representante. No, así no más, sin dramas, nos vamos y punto. 

Ya no tengo radio al amanecer, ya no tengo televisión en la noche, ya no tengo aplausos ni risas en el escenario. Ahora me tengo nuevamente a mí mismo buscando qué hacer, encontrándome con la incertidumbre que siempre genera cosas buenas, ajustando el cinturón porque la plata obviamente va a disminuir, comprando el pan por las mañanas, recogiendo a mis hijos del colegio por las tardes, conversando con Carla por las noches ( y ella siendo feliz porque odiaba el programa de televisión), durmiendo en mi cama los fines de semana. Siempre será más cómoda que todas las camas juntas de los hoteles cinco estrellas donde me alojan los empresarios que me contratan para un show. Ya no más conversaciones hasta las cuatro de la madrugada esperando que me baje la adrenalina del aplauso, pero lleno, llenísimo de expectativa por lo que vendrá. ¿Qué será? No sé. Pero algo será y para eso tengo que parar. 

Esta columna fue publicada el 10 de marzo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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