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Phil Collins
Oscar García

Phil Collins ha bautizado a su gira de retorno con el nombre No he muerto aún. Aunque el responsable de Sussudio asegura que solo se trata de un nombre chistoso para alguien de su edad (67), hubo un tiempo en que su salud estuvo fatal. Sus fans temían lo peor, entre las noticias que llegaban sobre su creciente sordera y el anuncio de que, por problemas de espalda, ya no podría tocar la batería, el instrumento con que se dio a conocer en los 70, junto a la banda de rock Genesis. Y no se ha restablecido del todo. Hoy usa bastón para caminar y en el escenario solo puede estar sentado. 

Phil Collins no estaba muerto pero durante años se sintió así. Desde que cambió el siglo, desapareció del radar pop, con discos discretos que pocos compraban. Cifras preocupantes para alguien que había vendido más de 150 millones de álbumes. Su descenso a la irrelevancia rockera le trajo un sorpresiva nueva audiencia: los niños. En el 2000 ganó un Óscar por la canción de la película Tarzán, que conoció una versión en la lengua de Cervantes con una dicción dudosa, más cercana a la de Bon Jovi. “No aprendí el idioma, fui al estudio y un coach me dio las fonéticas”, reconoce con vergüenza, en brevísima charla con Somos al otro lado de la línea. 

El británico es una figura polarizante en el mundo musical, cuya valía ha sido sometida a revisión y ensalzada en los ultimos años por artistas como Neon Indian, Sleigh Bells o The Postal Service y la cantante Lorde, que lo han versionado. Es, sin duda, uno de los artistas más populares de la música inglesa, que en su momento de mayor gloria, en 1985, fue capaz de dar dos conciertos el mismo día a ambos lados del Atlántico, gracias al avión Concorde, para los shows benéficos Live Aid. Así de popular era.

Sus detractores son legión también, como los que aseguran que irán a verlo este 13 de marzo en Lima solo porque trae un telonero de lujo como The Pretenders. En 2015, cuando anunció sus planes de regresar al ruedo, hasta circularon peticiones en la plataforma Change para que desista de su propósito. No se puede negar que algunos lo consideran el nadir de una época, los 80, caracterizada por la superficialidad. No es gratuito que el escritor Bret Easton Ellis hiciera de su personaje más famoso, el trastornado yuppie Patrick Bateman, un predicador del evangelio Collins en la novela Psicópata americano (1991). El ex Genesis dice que ha visto la película y que le parece graciosa, aunque no cree que haya un lazo necesario entre la perturbación del personaje y sus canciones. 

EL SONIDO DE BATERÍA QUE CAMBIÓ EL CURSO de LOS 80

Al teléfono, Collins recuerda que empezó a tocar batería a los cinco años y que si no se hubiera dedicado a la música habría sido futbolista. Tiene en mente la vez que acudió de niño a la filmación de A Hard Day’s Night, la película de los Beatles, y que si se pone atención en una escena se puede ver su cara de emoción mientras los Fab Four tocan. En los 70 se unió a Genesis en plena era del rock progresivo, cuando las canciones largas y complejas estaban de moda. La partida de Peter Gabriel, el vocalista del grupo, famoso por sus performances casi teatrales, lo obligó a dejar la batería y tomar las riendas creativas. Era como reemplazar al más excéntrico del salón por el tipo más normal de la cuadra. Collins, sin embargo, convirtió a Genesis en una megabanda de pop en los años siguientes, a la par que iniciaba una carrera solista que regaba hits a su paso. Su mayor aporte a la música, no obstante, llegaría por accidente durante una sesión de grabación. Un micrófono ambiental que se usaba para hablar con los músicos en el estudio recogió frecuencias en su batería que derivó en un sonido ‘gordo’ y nuevo. Es el sonido de la que quizá sea su mejor canción, In the Air Tonight (1981), que se volvería el estándar en la época, imitado por todos. Cuando alguien piensa en el sonido de los 80, en esa batería que sonaba como látigo en canciones de Prince, Madonna o Bruce Springsteen, debería pensar en Phil Collins. Para bien o para mal.

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