(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
(Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)

Rafo León

Hace 30 años, un fatídico 2017 en el que murieron más de tres mil personas en accidentes de tránsito causados la mayoría por consumo de alcohol, se tomó la decisión de encarar in pectore tan álgido tema.

Mientras las licencias para operar líneas y combis se daban en Huarochirí seguidas de fiestas costumbristas, Lima se seguía llenando de unidades conocidas como ‘asesinas’, por sus prontuarios y papeletas. El lenguaje promedio del limeño había incorporado términos surgidos en el apachurrante espacio de una combi en acción: “¡Plancha, plancha!”, para indicar que el vehículo estaba lleno. “Sopa, sopa”, que había aún unos asientos libres o quizás que viajaba gente de pie, no es seguro, treinta años son mucho tiempo como para recordarlo todo.

(Foto: Elías Alfageme)
(Foto: Elías Alfageme)

Tanto minimalismo en una lengua rica como la de Cervantes asustaba a ciertos académicos de la Cato mientras que en el Congreso un médico devenido padre de la patria aconsejaba no leer mucho como una manera de prevenir el Alzheimer.

Se inició entonces una serie de mesas de trabajo entre Lima Metropolitana, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y los principales municipios de la ciudad. San Juan de Lurigancho se negó a participar y explicó sus razones en un comunicado que circuló copiosamente en las redes: “Soy un distrito con un millón y medio de habitantes, me zurro en sus mesas de concertación, yo voy solo”.

La iniciativa surgió con el rostro bueno del diálogo y el consenso, y da esperanzas que hasta hoy, en 2047, ese alentador espíritu deportivo se mantenga.

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