"La suerte te toca la puerta", por Pedro Suárez Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
"La suerte te toca la puerta", por Pedro Suárez Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

Siempre hay esa persona que te cambia la vida. Aunque a muchos nunca se les aparece y por ello existe tanto buen artista o intelectual desconocido. Pero a mí sí se me apareció. Han pasado décadas y nunca he hablado de él. Fue la bisagra entre aquel Pedro quinceañero sanisidrino pelucón –con la máxima fama de ser igualito a Miguel, de Menudo, y tocar en la banda Paranoia de las kermeses– y el Pedro que hoy conocen. Hablo de Manuel Sanguinetti, el arriesgado creador de radio Doble Nueve, la cual pasaba solo música rock.

Su pequeña radio, con un minoritario número de oyentes, llegó a tener la tarifa publicitaria más alta del mercado. Era alucinante. Si querías llegar con productos caros a un público que los consumiera, tenías que anunciar en Doble Nueve. Eso fue exactamente lo que pensamos con mi cuarteto Arena Hash, un subgrupo de la banda Paranoia, cuando decidimos qué puerta tocar para difundir nuestra primera canción, Difamación. Queríamos sonar en las playas del sur, en las tiendas Ayllu, donde todos nuestros amigos compraban su ropa; que nos anuncie ‘El Chapu’, legendario DJ de Doble Nueve, o simplemente romper esa brecha que existía entre los rockeros famosos de la época y una banda sub 16 como la nuestra. Para eso teníamos que sonar no en la radio más masiva, sino en la más influyente, y esa era Doble Nueve.  

Manuel Sanguinetti tenía el oído más admirable que conozco para saber qué canción era buena. Y cuando escuchó nuestra canción en su propia radio, llamó a preguntar quiénes éramos. El DJ Pepe Fumarola le contó que eran unos colegiales que trajeron un casete de cromo Maxell con la canción Difamación. El tema fue número uno en esa radio, teniendo en el bajo a un niño de 13 años, mi hermano Patricio, y a un cantante de 15, que era yo.  

Sanguinetti –cantante de , exitosa banda de finales de los 60– enloqueció con la canción y quiso conocernos. No recuerdo bien cómo nos contactó. Seguro fue en una de mis ansiosas llamadas a la radio preguntando cómo le iba a la canción. Hasta que me lo pasaron. Me preguntó de qué colegio éramos y le emocionó escuchar el nombre María Reina, pues él había estudiado en las mismas instalaciones de cuando era el colegio Santa María. Me preguntó si teníamos más canciones. Le dije que sí y pactamos una cita en mi casa para que nos escuchara.  

Mi casa quedaba a media cuadra del parque El Olivar. Tenía una frondosa buganvilia que cubría la mitad de la fachada y que había que sortear cuidadosamente para llegar a la puerta, iluminada por un romántico farolito. Cuando Sanguinetti tocó el timbre, a eso de las 8 p.m., los cuatro integrantes, Alex, Arturo, Patricio y yo, le abrimos la puerta felices, mientras el pobre Manuel se sacaba las telarañas del pelo. Entró riéndose, saludó caballerosamente a mi mamá y fuimos al jardín del fondo, donde había un cuarto, antiguo taller de escultura de mi papá, acondicionado como sala de ensayo. Estaba la gigantesca batería de Arturo con mi perro Kusi durmiendo dentro del bombo. Sanguinetti se sentía en la casa de los Munsters, pero le encantaba el hippismo natural que nos rodeaba.  

Tocamos 15 canciones propias y él movió el pie en cada una. A veces, se tapaba un oído para imaginarse arreglos o armonías vocales. Terminado el recital, le preguntamos: “¿Del uno al diez cuánto nos pones?”. Él dijo: “Tres, pero un buen tres. Si quieren alcanzar un seis o siete, necesitan un productor y yo tengo uno perfecto para ustedes”. Quedamos sorprendidos con la palabra ‘productor’, pero felices de haberle caído bien a semejante personaje. Días después nos llamó el productor, llamado Manuel Garrido Lecca, y el resto es historia.  

Poco supimos de Sanguinetti después. Hoy está retirado, viviendo una paradisíaca estancia jubilar en una playa del norte. Siempre quisimos entender sus ganas de ayudarnos. Después de años concluí que él fue uno de los grandes rockeros de finales de los 60 a quienes la dictadura militar les frustró el crecimiento. Ya más viejo y convertido en empresario, se quitó el clavo con nosotros y nos ahorró años de experiencia enseñándonos la utilidad de un productor. Dicen que la buena suerte es simplemente cuando la preparación y la oportunidad se juntan. Manuel Sanguinetti fue entonces aquella gran oportunidad en mi vida.  

Esta columna fue publicada el 07 de abril del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

Contenido Sugerido

Contenido GEC