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Wilcamayo Huaraz
Álvaro Rocha

Poco o nada ha cambiado en Huaraz. La ciudad posee una calma chicha, salvo la avenida Luzuriaga y Raimondi, con tráfico y comercios; las tiendas que alquilan equipos de andinismo; los gringos con chullo y aire naif; las cafeterías que venden el inigualable jamón serrano; los emolienteros que sirven un potente caliche a los trasnochados; los puestos de chocho, plato insignia de los huaracinos; y la catedral que sigue en rehabilitación hace más de dos decenios.

Felizmente, no todo es inamovible. Antes, el mejor mirador de la Cordillera Blanca se encontraba en la parte alta de Huaraz: Rataquenua. Su perspectiva alcanzaba hasta el Huascarán y muchos otros nevados como el Churup, ahora despejado de nieve por el cambio climático a pesar de lo que diga Trump (“son cuentos chinos”).

Recientemente, Wilcacocha –no figura en las guías– desplazó a Rataquenua. Sus particularidades son superlativas. A diferencia del primero, en este se puede apreciar casi toda la Cordillera Blanca. Hay nevados que se estiran casi al alcance de la mano, como el Shaqsha, el Huantsán, el Ranrapalca y el Vallunaraju, todos ellos bordeando los 6 mil m.s.n.m. o más. Huaraz también es parte de la escena.

Wilcacocha (‘laguna sagrada’ en quechua) es refugio de patos y gallaretas. El campo es más bien plano y predomina el sembrío de trigales. Durante el crepúsculo, el sol se esconde tras la Cordillera Negra y pinta de bermejo los picos de la Cordillera Blanca. Si eso no es lo más cerca que se puede estar de la eternidad, no sé qué otra cosa podría ser.

Cómo llegar: desde Huaraz son 11 km asfaltados hasta el pueblo de Chihuipampa. Luego 15 km de trocha hasta Wilcacocha.

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