La imagen del astronauta tomando una píldora a modo de alimento ha quedado casi para las películas. Las investigaciones de la NASA se centran en conseguir comida apta para consumir en el espacio. Alimentos que conserven todos los nutrientes y prolonguen su vida útil alrededor de un año.

Verduras asadas, enchiladas, arroz con pollo, espaguetis, filete de ternera o coctel de mariscos. Platos corrientes que, sin embargo, se sitúan en la primera fila de la innovación culinaria al conformar el menú de los astronautas de la Estación Espacial Internacional.

Técnicas como la liofilización, la irradiación o la deconstrucción, puestas en práctica por los más reputados chefs, son viejas conocidas para el equipo de investigadores de la NASA que se encarga de diseñar comida apta para el consumo humano en el espacio.

El trabajo es arduo y exigente, ya que los alimentos “deben lograr una vida útil de alrededor de un año, para lo que se someten a un proceso de liofilización o deshidratación en frío, con lo que resultan alimentos higiénicos que mantienen todos sus nutrientes y no desarrollan microbios por la ausencia de agua”, ha explicado en una entrevista a Efe la doctora de la NASA Grace Douglas.

Una vez en el espacio, se conservan gracias a sistemas térmicos, de refrigeración o de irradiación, en embalajes que cumplen con las exigencias de salubridad y de escasez de espacio.

CON BUEN SABOR ¿Por qué no conseguir que la comida espacial sea rica y sabrosa? Los primeros astronautas que viajaron al espacio se quejaron de que la comida les resultaba más insípida que en tierra firme, por lo que, desde la NASA, se preocuparon por diseñar platos que, tras su liofilización, tuvieran buen sabor.

“La estancia mínima en la estación es de seis meses y no podíamos permitir que los astronautas se aburrieran de la comida al tercer día”, ha precisado Douglas quien participó en Madrid Fusión para impartir la conferencia “NASA, comida de astronautas”.

Para cocinar, la Estación Espacial Internacional dispone de un aparato que permite rehidratar los alimentos liofilizados y una especie de horno para calentarlos. “El problema es que en la estación hay un sistema de reciclaje de agua que se nutre de energía solar, pero no dispone de agua de forma ilimitada”, ha apuntado Douglas.

En las primeras misiones espaciales, en los años sesenta, el menú de los astronautas no era demasiado apetecible, ni muy cómodo: se alimentaban a partir de geles o polvos nutritivos deshidratados que recuperaban su forma y sabor al entrar en contacto con agua. El problema era que, debido a la falta de gravedad, la fusión de la comida con el agua debía producirse directamente en la boca del astronauta; una opción “aceptable en aquel entonces, pero que hubo que mejorar y adaptar a estancias más largas en el espacio”.

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