El enorme aparato de inteligencia y vigilancia que Estados Unidos construyó en los últimos 50 años cuesta cerca de US$50.000 millones anuales. Y el 70% de su presupuesto se canaliza mediante contratistas privados, protagonistas de una industria de alto crecimiento.

Edward Snowden era parte de este complejo público-privado de espionaje.

El hombre que reveló documentos secretos del espionaje estadounidense y solicitó asilo a Ecuador, inició su carrera en inteligencia trabajando para el gobierno pero en 2009 pasó al sector privado, donde fue eventualmente contratado por una consultora llamada Booz Allen Hamilton (BAH) que opera como contratista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas in inglés).

Según un informe de la revista estadounidense Businessweek, 99% de los ingresos de presta BAH, una empresa con 25.000 empleados que tuvo US$5.760 millones en ventas en 2012, provienen de contratos con el gobierno estadounidense.

Y no es la única firma con grandes contratos. Compañías como General Dynamics, Lockheed Martin y Science Applications International, entre muchas otras, son también importantes beneficiarios del gasto en inteligencia de EE.UU..

La filtración de Snowden de documentos de la NSA en los que se detalla una polémica campaña de ciberespionaje por parte de EE.UU. revitaliza un viejo debate en ese país: el papel de estas empresas privadas en el campo de la seguridad.

Mientras unos las ven como una necesidad para que el sector de la seguridad funcione, otros creen que su poder es desmedido y que por eso, en parte, fue que Snowden, como empleado de BAH, tuvo acceso a documentos de la NSA.

Pero, ¿cuál es la historia de estas empresas? ¿Cuál es su lógica? ¿Cómo se mantienen a flote?

DE DÓNDE SALIERON El estrecho vínculo del gobierno con BAH se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi desarrolló una poderosa flota de submarinos y la consultora, contratada por la Armada estadounidense, desarrolló un sistema de sensores capaz de detectar las comunicaciones de radio que entablaban los barcos alemanes.

Con la ayuda de BAH, los aliados hundieron o destruyeron la mayor parte de la flota submarina alemana, recordó esta semana la revista Businessweek.

No obstante, fue tras los ataques del 11 de setiembre del 2001 que la inteligencia estadounidense aumentó de manera exponencial su uso de firmas privadas.

El entonces director del Comité de Inteligencia del Senado, Bob Graham, pidió una relación simbiótica entre la comunidad de la inteligencia y el sector privado.

Y así ocurrió. Según una investigación del 2011 del diario The Washington Post, un total de 265.000 de los 854.000 empleados del gobierno con autorización de tener acceso a información secreta trabajan para el sector privado.

En esa investigación del Post se demuestra que, para ese momento, unas 2.000 empresas privadas eran contratadas por el departamento de Defensa.

POR QUÉ EXISTEN Para muchos, la existencia de estos contratistas privados es una necesidad.

En todas las áreas de cualquier gobierno hay contratistas que prestan servicios que el gobierno no tiene dinero ni tiempo de desarrollar, sobre todo en campos como la tecnología de información y la administración de sistemas, le dice a BBC Mundo el experto en seguridad de la computación de la Universidad de Surrey Alan Woodward.

El también exasesor del gobierno de Reino Unido en seguridad cibernética apunta que tras el final de la Guerra Fría la inteligencia estadounidense se redujo mucho, en parte porque ya no había quien le compitiera; y después del 11 de setiembre vio en el sector privado una forma de crecer con mayor rapidez y eficiencia.

Por otro lado, se dice que los contratistas privados son necesarios porque no todas las tareas implican un empleado de tiempo completo y, en teoría, es más barato.

Pero si bien hay una lógica en la contratación de estas compañías, algunos creen que su poder es excesivo. Es inusual, dice Woodward, que una empresa como BAH tenga un 99% de dependencia de los contratos que tiene con el gobierno.

¿PUERTA GIRATORIA? Muchos hablan de un estilo de puerta giratoria que le ha permitido a compañías como BAH tener privilegios en la contratación del gobierno.

Bussinessweek anota que aunque BAH tiene un perfil bajo y hace poco lobby, su habilidad en mantener esos contratos está asegurada por la lista de pesos pesados de la inteligencia que trabajan allí.

El actual director nacional de inteligencia, James Clapper, fue un alto ejecutivo de BAH; y el vicepresidente de la empresa, Mike McConnell, fue director de la NSA y asesor del presidente George W. Bush.

Por la naturaleza de lo que hace el sector de la inteligencia, donde la confianza es fundamental, es inevitable que el círculo de personas contratables sea pequeño, dice Woodward.

Parte de lo que demuestra el caso de Snowden, explica, es que la inteligencia debe llevar a cabo dispendiosos y costosos procesos de selección para poder confiar en las personas que contrata y de ahí que sea un círculo pequeño.

Pero Mike Rispoli, quien habló con BBC Mundo en representación de Privacy International, una organización no gubernamental que lucha contra la intromisión estatal y corporativa en la vida privada, disiente: Entre sus conocimientos y conexiones, estas firmas se valorizan y crean círculos viciosos donde el gobierno se vuelve dependiente del sector privado en su campaña de espiar a la gente.

El caso Snowden puede ser un punto decisivo en lo que se refiere al papel de las empresas privadas en la inteligencia estadounidense. La pregunta es si las volverá más secretas y cerradas o más abiertas y sujetas al escrutinio público.