AGENCIA MATERIA

En sus últimos días, el papa Juan Pablo II levantaba la hostia sagrada y ésta temblaba en el aire como la Luna reflejada en un estanque, el pintor Salvador Dalí intentaba pintar su último cuadro apoyando la mano derecha en un bastón que sujetaba a duras penas con la izquierda y el dictador Francisco Franco denunciaba el “contubernio con la subversión comunista-terrorista” alzando la mano como si tocara el piano en el balcón de la Plaza de Oriente de Madrid. A los tres les ocurría el mismo misterioso proceso en el tronco del encéfalo, la zona en la que se unen el cerebro y la médula espinal. Sus neuronas dopaminérgicas, encargadas de controlar los movimientos, habían comenzado a degenerarse y morir. Padecían la enfermedad de Parkinson.

Todavía no se entiende por qué hay unos cuatro millones de casos en el mundo. Los medicamentos actuales no curan ni frenan la enfermedad, sólo alivian sus síntomas. El tratamiento más activo, la levodopa, pierde efectividad con el paso de los años y los pacientes entran en los llamados periodos off, en los que la medicación no sirve para nada. Los médicos se ven obligados a aumentar las dosis y la propia levodopa causa entonces trastornos psíquicos y caídas de la presión arterial con desmayos.

CIENCIA FICCIÓN Hace seis meses, el ingeniero de telecomunicaciones Jordi Rovira levantó en Eindhoven (Países Bajos) el premio al proyecto más prometedor del programa europeo AAL, en el que 23 países buscan mejorar la calidad de vida de las personas mayores mediante la tecnología. Rovira ha coordinado el proyecto HELP, que implica a varias empresas e instituciones europeas. La iniciativa consiste en un sensor que detecta los síntomas del Parkinson y avisa a una bomba de fármaco subcutánea para que aumente o disminuya el tratamiento. El proyecto, además, ha probado una muela falsa capaz de liberar medicamento de manera constante, que podría sustituir a la incómoda bomba subcutánea.

Todavía es ciencia ficción, pero Rovira cree que sería “perfectamente realizable desde el punto de vista técnico” unir el sensor y el diente para desarrollar una muela inteligente capaz de detectar los síntomas del periodo off y suministrar la dosis exacta de medicamento para neutralizarlos. Ya ha habido “conversaciones informales” entre las empresas implicadas para estudiar la viabilidad de la idea. “El objetivo es que los pacientes se olviden de la enfermedad”, declara el ingeniero.

Para sortear los problemas de las pastillas contra los síntomas del Párkinson, los neurólogos ya cuentan con bombas que suministran una dosis constante de medicamento a los enfermos, ya sea debajo de la piel mediante un catéter o directamente en el duodeno, la porción del intestino delgado que se conecta al estómago. Unas 100.000 personas en el mundo llevan la bomba duodenal, frente a 50.000 que cuentan con la subcutánea, según las cifras de Rovira.

El proyecto coordinado por el ingeniero español ha probado un sensor, creado por el Centro de Atención a la Dependencia de la Universidad Politécnica de Cataluña, acoplado a un cinturón de neopreno, que se coloca en la cintura del enfermo de Párkinson. Cuando el sensor detecta el temblor en reposo, y a través de una aplicación del teléfono móvil del paciente, una bomba subcutánea suministra la dosis exacta de medicamento para paliar los síntomas. Los médicos han supervisado en todo momento el proceso en tiempo real, aunque el objetivo es que en un futuro sea automático. Los investigadores del proyecto HELP lo llaman “el primer marcapasos contra el Parkinson”.

UNA SOLUCIÓN INVASIVA El ensayo, con 12 pacientes de Madrid, Barcelona y Tel Aviv, lo ha dirigido el médico Alejandro Rodríguez Molinero, de la Fundación Privada Sant Antoni Abat. El sensor “ha conseguido mejorar los síntomas de algunos pacientes y reducir la cantidad de fármaco utilizado”, según Rovira, aunque los resultados son muy preliminares y están pendientes de publicación en una revista médica. En la actualidad, esta bomba inteligente costaría unos 3.500 euros (casi 4.500 dólares). Sin embargo, el propio Rovira admite que “las bombas, ya sean duodenales o subcutáneas, son una solución muy invasiva para el paciente”

Y ahí entra la otra pata del proyecto. Otra docena de enfermos de Parkinson, reclutados en Tel Aviv (Israel) y Palermo (Italia), han vivido en los últimos meses con la muela artificial. Sólo tenían que reponer cada mañana un minúsculo cartucho en el diente falso, de momento sin fármaco verdadero. “Hemos comprobado la usabilidad del dispositivo, que puede ser manejado por pacientes con Párkinson pese a su alteración motora, y la viabilidad del mecanismo de liberación de fármaco”, explica el ingeniero electrónico israelí Ben Beiski, uno de los padres de la muela. A finales de febrero concluyeron los estudios médicos con éxito. El siguiente paso será probar la muela cargada de un derivado de la levodopa.

La prótesis dental, concebida hace una década y patentada por la empresa alemana HSG-IMIT y la israelí Peh-Med, también se ha probado en el pasado en otros ensayos para suministrar tratamiento a heroinómanos contra su adicción. El proyecto, coordinado por Beiski y llamado IntelliDrug, contemplaba la creación una muela inteligente capaz de liberar tratamiento de manera programada, pero no se obtuvieron los resultados esperados por problemas con la microelectrónica. “Las tecnologías todavía no estaban maduras”, opina Rovira.

“No hay que crear falsas expectativas, no vamos a decir que el sistema, ni la bomba inteligente ni la muela, va a ser la panacea la semana que viene”, advierte Rovira, que sí cree que la bomba con sensor podría estar disponible en los hospitales “en menos de cinco años si hay voluntad”. El siguiente paso será llegar a un acuerdo con una compañía farmacéutica que sea capaz de llevar a cabo un ensayo clínico con un millar de pacientes, para demostrar científicamente los beneficios de este dispositivo.