DAVID CUEN
Son las 8 a.m. y estoy en el tren rumbo a la oficina. El vagón va lleno, como siempre, con gente camino al trabajo. Ocho de cada diez van mirando una pantalla. Algunas son tabletas, pero la gran mayoría mira a sus teléfonos inteligentes.
Desde que su uso se masificara a principios de esta década, los celulares listos y sus Apps se han convertido en aliados indispensables de la humanidad.
Es fácil argumentar que estos dispositivos nos mantienen mejor informados y más comunicados. Se puede acceder a correos electrónicos, mensajes privados, video llamadas, noticias y redes sociales en un instante.
Se puede trabajar en forma remota, colaborar con otros en lugares distantes y tener al mundo en la palma de la mano.
Pero recientemente una serie de estudios y columnas de opinión (algunas de ellas escritas en el mundo tecnológico) están llamando la atención sobre los riesgos de estar conectados 24 7.
Me refiero a preocupaciones sobre las repercusiones en nuestras interacciones sociales y nuestra productividad, no a la llamada adicción, que es otro tema y nada tiene que ver con la tecnología.
En lo que a nuestro papel como animales sociales se refiere, nadie puede negar que cada vez que estamos en una reunión, cena con amigos o comida en familia, suele ser común que más de uno de los participantes esté mirando constantemente la pantalla de su teléfono.
Esa aprehensión por no abandonar el teléfono parece venir de la idea de que podemos quedar fuera de la conversación la virtual, no la que está ocurriendo en ese momento o perder un mensaje importante. Ocurre cada vez con más frecuencia porque estos dispositivos se han convertido en una extensión aceptable de nuestra persona. Es una convención social el que la gente cargue computadoras en la palma de su mano.
Y dicha aceptación se refleja en nuestras vidas. Un estudio de la Universidad de Stanford encontró que para casi el 70% de los entrevistados era más fácil olvidar su cartera en casa que su teléfono inteligente. Otro estudio, esta vez efectuado por Google, encontró que 89% de su muestra usaba su teléfono inteligente para mantenerse conectado a través de redes sociales y correos electrónicos.
Otros estudios han apuntado al hecho de que el mirar una pantalla de un dispositivo móvil afecta la calidad del sueño. ¿La respuesta? Apps como ScrenFilter que reducen la luminosidad de las pantallas para que ello no ocurra.
Pero más allá de las respuestas tecnológicas hay quienes creen que los riesgos sociales de usar teléfonos inteligentes en forma permanente son altos. Para algunos, estos crean un déficit de atención que implica que el mirar constantemente un teléfono celular, nos impida concentrarnos en otras labores.
Quienes apuntan a estos desafíos dicen que tener tanta información y tantos mensajes a la mano provoca que las personas se concentren menos y traten de hacer múltiples tareas al mismo tiempo, reduciendo así la calidad y la concentración en cada una.
En la revista Wired, Sendhil Mullainathan, profesor de la Universidad de Harvard, asegura que ser multitareas y tratar de pasar de una actividad a otra completamente diferente en un instante, no tiene sentido. Cree que debemos tener un periodo de transición entre una y otra que nos permita asimilar lo que acabamos de hacer antes de pasar a una nueva tarea. Por ello, para él, no tienen sentido todos los ejecutivos que llenan su agenda con reuniones tras reuniones. Nada más lejos de la productividad, dice.
Y con los teléfonos inteligentes ocurre algo similar, afirma Mullainathan. El estar recibiendo correos electrónicos y tuits camino a una cena social, por ejemplo, hará que estamos pensando en esa información en lugar de concentrarnos en el mundo real.
Es claro que la aceptación oficial de los dispositivos móviles como extensión de nuestra humanidad trae consigo enormes desafíos. Algunos son sociales, otros de productividad y algunos más de recuerdos y memorias. Ahora la gente no vive el momento, lo captura en una fotografía que revive después.
Pero quizá todo esto sea parte de la evolución humana. Quizá es temprano para saber cómo nos afectan estos cambios en nuestras normas sociales. La humanidad ya ha pasado por grandes cambios como éste y ha sobrevivido. Quizá volvamos a hacerlo.
Por ahora me voy porque acabo de recibir un mensaje en mi teléfono. Hasta la próxima.