CARMEN ESCOBAR Revista Somos
Tuve mi primer smartphone el año pasado. Hasta entonces, un Nokia 1110 me servía para eso que fueron creados los teléfonos celulares: hablar en cualquier lugar sin tener que depender de un cable telefónico. ¿Por qué necesitaría un aparato que me costaría buena parte de mi sueldo y que haría más o menos lo mismo? No lo necesitaba. Al menos no como aquellos amigos que usaban sus teléfonos como cámara de fotos y retrataban con compulsión comidas, reuniones y viajes que eran compartidos inmediatamente en las redes sociales. O como esos que desviaban su mirada de la mía cuando, en un café o reunidos en una sala cualquiera, les contaba algún drama sentimental y/o familiar mientras ellos actualizaban su ‘face’. Acéptalo. Te estaban haciendo ‘phubbing’, chochera.
Phubbing: Ignorar a la persona que tienes al frente por revisar tu smartphone. La palabra nació en mayo del 2012 en la Universidad de Sydney (Australia), cuando un grupo de gente muy capa en esto de las letras (un lexicólogo, una fonetista, una campeona de debate, un poeta, escritores y un profesional en hacer crucigramas) se juntó, debatió y sudó hasta dar con el famoso término que resultó de la fusión de otras dos: ‘phone’ (teléfono) y ‘snubbing’ (desairar). Había nacido el Phubbing (como palabra), pero también todo un movimiento (‘Stop Phubbing’).
CULPABLE SOY YO De ser una víctima del ‘phubbing’ pasé a ejercerlo. Una tarde estás tomándole fotos a un mensaje gracioso en la pared y recibiendo muchos ‘likes’ en el Facebook por tu ingenio (“ay sí, qué divertida puedo ser”) y a la semana siguiente la gente ve más tu coronilla (por andar siempre con la cabeza hacia abajo revisando el celular) que tu rostro. Estaba y no estaba. Era, como dice Kenneth J. Gergen, psicólogo estadounidense: “una presencia ausente”. ¿Por qué preferimos la tecnología que el contacto cara a cara? “Es que esta nos permiten editar lo que somos, desde la identidad hasta lo que decimos. Cuando estás en un chat, puedes evitar una respuesta, verla o pensarla. Cuando hablas, trastabillas, te equivocas, te desvías. Características propias de las relaciones interpersonales”, explica Julio Mateus, profesor de la Universidad de Lima y especialista en Educación y Comunicación. Y sí. Uno puede ser más ‘cool’ en el Facebook que en la vida real. Es más sencillo dar por terminada una discusión con un emoticón adorable que, digamos, con un portazo o una lágrima.
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