La idea de tratar una enfermedad psiquiátrica con un choque eléctrico (electroshock) en el cerebro fue una de las más polémicas de la medicina del siglo XX. ¿Por qué, entonces, se sigue utilizando un procedimiento descrito por sus detractores como barbárico e inefectivo?
John Wattie, de 64 años, asegura que el fracaso de su matrimonio y el estrés de su trabajo le generaron la crisis nerviosa que sufrió a fines de los años 90.
Teníamos una casa linda y un buen estilo de vida, pero todo se estaba desmoronando. Mi depresión empezó a sobrepasarme, perdí el control y me volví violento, recuerda.
Wattie explica que la sensación era muy similar a la de estar dentro de un hoyo, un hoyo del que no podía salir pese a tomar la medicación que se le prescribía y asistir a sesiones de psicoterapia.
Pero ahora, dice, todo cambió gracias a uno de los tratamientos psiquiátricos más difíciles de entender, la terapia electroconvulsiva (TEC).
Antes de ser sometido a este tratamiento, era un muerto en vida, no me interesaba nada, solo quería desaparecer. Después de la TEC, sentí que tenía opciones y empecé a sentirme mucho mejor.
ALGO DE HISTORIA El uso de electricidad para tratar enfermedades mentales comenzó como un experimento. A fines de los años 30, los psiquiatras empezaron a notar que pacientes con angustia severa mostraban una mejoría repentina después de sufrir una convulsión.
La descarga de corriente en el cerebro podía ocasionar una reacción similar en los distintos pacientes y, por ende, una respuesta parecida. O al menos, era lo que esperaban.
Pero para la década de los años 60 ya se utilizaba en una gran variedad de enfermedades mentales, en particular para la depresión severa.
Sin embargo, cuando los viejos manicomios fueron clausurados y las intervenciones quirúrgicas agresivas como la lobotomía empezaron a ser cuestionadas, lo mismo ocurrió con la terapia de electrochoque, como se conocía a la TEC en ese entonces.
La tristemente célebre escena de una sesión de este tratamiento en la película One Flew Over the Cuckoos Nest (traducida como Atrapados sin salida en América Latina y Alguien voló sobre el nido del cuco en España), protagonizada por Jack Nicholson en 1975, afianzó la idea en la sociedad de que se trataba de un recurso brutal.
La película transcurría en un centro psiquiátrico y, para el momento en que se estrenó, rara vez se aplicaba ese tratamiento sin anestesia general.
La introducción de nuevos fármacos antidepresivos entre 1970 y 1980 también les dio a los médicos alternativas para tratar enfermedades mentales de largo plazo.
Pero para pacientes diagnosticados con depresión severa, la TEC continúa siendo una de las últimas opciones cuando otras terapias han fallado.
¿BENEFICIOS? En Reino Unido hay 4.000 personas que anualmente reciben terapia electroconvulsiva. Wattie es uno de ellos.
El beneficio de las convulsiones en un paciente que sufre de depresión ha sido demostrado; no se trata de una intuición, es un tratamiento efectivo, afirma el profesor Ian Reid, de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, quien está a cargo del equipo que trata a Wattie.
Durante los 75 años en los que la TEC ha sido utilizada, los científicos han discrepado con respecto a por qué y cómo podría funcionar.
Las teorías más recientes se basan en la idea de la hiperconectividad. Este nuevo concepto psiquiátrico sugiere que algunas partes del cerebro pueden empezar a enviar señales de manera disfuncional, sobrecargando el sistema nervioso y ocasionando afecciones como la depresión o el autismo.
Reid y su equipo utilizaron imágenes obtenidas por resonancia magnética para ver el cerebro de nueve pacientes antes y después del tratamiento.
En una investigación académica que realizaron en 2012, afirman que la TEC puede desconectar las conexiones hiperactivas cuando están en una etapa inicial, lo que le permitiría al cerebro reiniciarse adecuadamente.
El cambio que vemos en el funcionamiento del cerebro después de someter a la persona a la terapia refleja las modificaciones que vemos en los síntomas de pacientes que experimentan una mejoría, explica Reid.
PROCEDIMIENTOS PELIGROSOS Realizar una descarga de electricidad en el órgano más complejo del cuerpo, el cerebro, tiene riesgos. Muchos médicos consideran que los efectos secundarios de la TEC son tan negativos que opacan los posibles beneficios que podría generar.
Helen Crane recibió dos sesiones de terapia electroconvulsiva a fines de los 90 y está convencida de que la segunda ronda borró de su memoria eventos familiares muy importantes y viajes al exterior.
Tenía la sensación de que a mi mamá le había pasado algo malo, así que le pregunté a mi esposo que pudo haber ocurrido. Me dijo que había muerto dos años antes, relata Crane.
Y prosigue: Fue terrible hacer el luto de nuevo. ¿Cómo pude haber olvidado algo tan importante? No encontrar las palabras adecuadas al hablar es frustrante, pero perder cosas tan fundamentales, como el recuerdo de un evento como ése, es terrible.
Los detractores de este tratamiento aseguran que un tercio de los pacientes que lo reciben notan algún cambio permanente, que va desde pérdida de memoria hasta problemas del habla, pasando por destrezas básicas como sumar.
Lo que ocurre se parece a la acción de cargar la batería de un auto. No es difícil lograr un cambio artificial en el cerebro, lo puede hacer la cocaína, pero no es a largo plazo, tres o cuatro semanas después la depresión de la persona, podría ser incluso peor, afirma el psicólogo John Read, de la Universidad de Liverpool, en Inglaterra, uno de los más férreos opositores de esta terapia.
CONDICIÓN LETAL Quienes están en contra de este procedimiento médico afirman que los pacientes pueden volverse adictos a las sesiones y que cualquier mejoría más allá del corto plazo está relacionada con el efecto placebo. El beneficio que reciben las personas está mas bien asociado al aspecto psicológico, lo que deriva de la atención médica que reciben.
De ninguna manera está combatiendo la causa de la depresión, está borrando la memoria de la persona y actúa en detrimento de su función cognitiva, dice Read.
El especialista está seguro de que en diez o 15 años este tratamiento dejará de utilizarse, al igual que pasó con la lobotomía.
Pero Ian Reid, el profesor de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, comenta que al sopesar los riesgos y beneficios de la técnica, hay que considerar que los individuos que son tratados con TEC sufren de una enfermedad que podría matarlos.
Es una condición letal, así que los pacientes que no se tratan podrían morir, afirma Reid.
El equipo dirigido por este especialista espera que, a partir de su investigación, las compañías farmacéuticas desarrollen alguna medicación que imite algunos de los efectos de la terapia electroconvulsiva.
Una de las cosas más emocionantes sobre el descubrimiento de un cambio en el cerebro, relacionado con una afección psiquiátrica, es que podría ser más fácil diagnosticar la enfermedad. Nadie sería más feliz que yo si los efectos de la TEC en el cerebro pudieran obtenerse de una manera menos invasiva y más segura.