En junio de 1963, una joven obrera soviética se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio. Valentina Tereshkova rara vez habla sobre su misión, así que para contar la historia de cómo se convirtió en heroína nacional e ícono de la igualdad de género en plena Guerra Fría, la BBC visitó su pueblo natal, comenzando por la fábrica textil donde laboraba.
Seguimos al gerente de la factoría por escaleras interminables y largos corredores. Con la luz filtrándose por ventanas sucias y reflejándose en la pintura verde, me siento atrapado en un inmenso acuario, o más bien un tanque de gelatina.
Éste es un pedazo impecablemente preservado de la Unión Soviética, con babushkas que barren los pisos y hoces y martillos que decoran las paredes.
Nos detenemos ante un telar metálico que acumula polvo. Pyotr Shelkoshwein, director de la planta textil Krasniy Perekop, acaricia la máquina con reverencia. Aquí es donde trabajaba Tereshkova, afirma.
Shelkoshwein llegó a la fábrica en Yaroslavl, 240 kilómetros al noreste de Moscú, al mismo tiempo que Tereshkova. La recuerda organizando picnics para miembros de la Juventud Comunista y saltando de aviones en su tiempo libre.
SECRETO BIEN GUARDADO Nada fuera de lo común; en la década de 1960, casi todos los pueblos soviéticos tenían su propio club de paracaidismo. Pero durante un almuerzo, se enteró de la noticia.
Pronounciaron mal su nombre en la radio, así que creímos que fue un error, recuerda. Tereshkova no sólo había le ocultado su próxima misión a sus amistades del trabajo, sino a su propia madre, durante más de un año.
La obrera textil pasó tres días en órbita alrededor de la Tierra y regresó a su fábrica en un auto descapotable, cargado de flores. Tratada como realeza, era la perfecta heroína proletaria.
Otras cuatro mujeres se entrenaron con ella tres eran graduadas con experiencia técnica pero el líder soviético, Nikita Kruschev, la escogió. Le gustaba el rostro fresco de Tereshkova y su potencial para propaganda. Era hija de un conductor de tractor que murió en la frontera con Finlandia en la Primera Guerra Mundial.
Tereshkova era celebrada en canciones y su cara impresa en estampillas de correo. Después de su vuelo, se casó con otro cosmonauta, Andriyan Nikolayev. Kruschev fue el padrino en una boda llena de fotógrafos soviéticos de celebridades. Cuando la pareja se separó, el divorcio requirió de la aprobación personal de Leonid Brézhnev.
El Partido Comunista se había apropiado de la vida de Tereshkova. A lo largo de los años, se ha preservado cuidadosamente su imagen.
En la entrada de un nuevo planetario construido en Yaroslavl, hay un enorme vitral, en el que se le ve con su casco, que le da una especie de halo de ciencia ficción.
PREGUNTAS SIN RESPUESTA Pero detrás de la propaganda siempre quedaban preguntas pendientes.
Desde entonces han circulado rumores sobre el éxito del vuelo. Los médicos del programa espacial soviético criticaron su desempeño, con una actitud más hostil hacia cosmonautas femeninas de lo que sugería la igualdad sexual. El hecho es que habrían de pasar dos décadas antes de que mandaran a otra rusa al espacio.
Tereshkova hizo poco por sofocar la especulación. Hoy, como miembro de la Duma el parlamento ruso y vicepresidenta de su Comisión de Relaciones Exteriores, sigue guardando silencio.
Así que la BBC habló con su hija Elena. ¿Es cierto que su madre se indispuso y vomitó en la cápsula?
No, no, no, no, responde.
¿Qué hay de las acusaciones registradas en el diario de Nikolai Kamanin, entrenador en jefe de Tereshkova, quien alega que se quedó dormida y no se comunicó con control en Tierra durante la fase de reingreso?
Leí sobre eso, responde Elena. Mamá dijo que algunas personas estaban muy celosas y fue una época complicada.
PARIENTES ORGULLOSOS La hermana del heroico padre de Tereshkova, Vladimir, quien se quemó dentro de su tanque, sigue viva.
Atravieso una cerca y un lodazal hacia la deteriorada casa de Lydia Aksyonova, quien tiene 89 años de edad. Hay frascos con pastillas por el piso alrededor de su cama y goteras en el techo rajado.
A Valentina le gustaba trepar cerezos; nunca lloraba cuando se raspaba las rodillas, me cuenta. Era dura, como yo. La voz de la anciana tiembla cuando habla de su experiencia en el frente de guerra cuando era adolescente.
Defendí Leningrado, tenía una ametralladora, pero todos lo han olvidado. Mi techo gotea y no puedo repararlo. Mi pensión entera se va en medicinas.
Quizás su famosa sobrina podría ayudarla. ¿Acaso no es una de las mujeres más influyentes de Rusia?
No quiero molestarla. Está ocupada y tiene su propia familia, contesta la tía. Somos orgullosos, interrumpe el hijo de Lydia, Alexei, veterano de la guerra de Chechenia. No pedimos favores.
Desde que se anunció el vuelo espacial el 16 de junio de 1963, Valentina Tereshkova fue ungida como deidad política. Esta niña de una pobre aldea fue al cielo y cayó en las más altas esferas de la aristocracia roja.