Ilustración: Raúl Rodríguez / El Comercio
Ilustración: Raúl Rodríguez / El Comercio
Tomás Unger Golsztyn

Diversos factores se han juntado para precipitar una crisis en la industria automotriz mundial. A pesar de que cada año se vienen batiendo récords de producción, la industria está en crisis. La última estadística es del 2017, año en el que se fabricaron 97 millones de automóviles, entre de pasajeros y comerciales. Probablemente la cifra del 2018 sea similar. El mayor fabricante, con 29 millones de unidades, fue China.

En segundo lugar está EE.UU., con 11 millones, seguido de Japón, con casi 10 millones. Luego está Alemania, con 5,6 millones, India, Corea del Sur, México, España, Brasil y –en décimo lugar– Francia, con 2,2 millones. 

China ha producido casi el 30% de los automotores del mundo; sin embargo, piensa tomar un cambio drástico. Los chinos, como el resto del planeta, se han dado cuenta hace tiempo de que el automóvil con motor de combustión interna es ineficiente, caro y contaminante (ver la página del 28/8/18). Pero, a diferencia de otros países, China tiene un gobierno que puede imponer cambios independientemente de los intereses de sus fabricantes. 

—ASFIXIA URBANA—
Aquí también estamos sufriendo la congestión. Promedios de velocidad inferiores al de una bicicleta son comunes en casi toda la ciudad. Además, las emisiones de gases tóxicos están afectando nuestra salud. Pero el Perú es un mal ejemplo, ya que tiene uno de los parques automotores más reducidos de América en relación con su población. Aun así, la infraestructura ha quedado chica y estamos sufriendo las consecuencias. China está a otra escala. 

En los años 90, cuando el Gobierno Chino decidió motorizar el país –simultáneamente con la industria–, comenzó a construir la infraestructura. A partir de la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio, su industria automotriz comenzó a crecer a más de 21% al año. 

La explosión del parque automotor chino significó una enorme inversión en pistas, pasos a desnivel y estacionamientos públicos. Los autos pudieron circular consumiendo petróleo importado y contaminando la atmósfera. Pero el país asiático se dio cuenta de la falta de futuro del motor de combustión, por lo que era necesario un cambio drástico: el auto eléctrico. 

—INFRAESTRUCTURA EXISTENTE—
China no poseía el siglo de experiencia en la construcción de automóviles tradicionales que sí tenía Europa y Norteamérica. No obstante, el país asiático estaba a la cabeza en electrónica –es el productor más grande del mundo de computadoras y de celulares, con la infraestructura que eso requiere–.

El elemento clave para el auto eléctrico es la batería. Hoy, China produce el triple de baterías que el resto del mundo junto y el 56% de la producción mundial de baterías de litio. De esta manera, es el país mejor equipado para la fabricación de autos eléctricos. 

—AYUDA ESTATAL—
Las decisiones del Gobierno Chino se cumplen. Para comenzar, las ciudades congestionadas están dando con gotero las placas automovilísticas; comprar un auto es fácil, pero sacarlo a la calle en Shanghái o Beijing es otra cosa. Shanghái sortea todos los años un número de placas a los que compran un boleto, con una probabilidad de ganar de 0,2%. El afortunado ganador de la placa rara vez la usa porque el precio del mercado es 14.000 dólares, mucho más que un carro económico. 

En cambio, la placa para un auto eléctrico es gratis. El mayor fabricante de este tipo de vehículos sigue siendo la norteamericana Tesla, con 154.000 unidades. Pero lo sigue el chino BYD con 137.000 y otros fabricantes chinos que suman más de medio millón. La venta de autos eléctricos en China está limitada solo por la capacidad de producción, a lo que el Gobierno ha respondido con subsidios. 

Actualmente hay cerca de 500 nuevas empresas en China dedicadas a la fabricación de componentes o autos eléctricos. Las facilidades a fin de obtener la placa para un auto eléctrico explican por qué el 21% de todos los autos eléctricos del mundo se vende en solo seis ciudades chinas. 

—EL COSTO DEL CAMBIO—
No cabe duda de que si el parque automotor chino se convierte a la electricidad, las ganancias van a ser muchas. Además de una atmósfera limpia y ciudades silenciosas con aire limpio, se ahorrarán miles de millones en combustible importado. Sin embargo, la energía para cargar las baterías se tendrá que generar de alguna forma, y en China la primera alternativa es el carbón.

Es cierto que el carbón se quema lejos de las ciudades, pero es el combustible más sucio y contaminante, por lo que los chinos están buscando alternativas. Ya están a la cabeza del mundo en la fabricación de celdas fotoeléctricas para captar energía solar, y están avanzando en energía eólica. 

A pesar del gran apoyo del Gobierno, tomará tiempo librarse del carbón. Mientras tanto, otro costo adicional será el desfase de los automóviles de combustión interna, cuyo precio nadie ha estimado hasta ahora, pero que supone un alto costo que tendrá que ser absorbido en gran parte por los actuales usuarios.

—LOS DEMÁS—
Si tomamos en cuenta que China tiene 1.300 millones de habitantes y ha logrado prácticamente eliminar la pobreza, se trata de un mercado que se basta solo para imponer cambios. Este no es el caso de la mayor parte de los países del mundo. El eliminar el obsoleto, deficiente y tóxico motor de combustión interna tendrá que ser un esfuerzo conjunto de muchos países.

La Unión Europea ya está en camino, aunque algunos de sus miembros apoyan su economía en gran parte en la industria automotriz. Los países escandinavos, que no tienen industria automotriz, podrán hacer cambios sin traumas, pero no será así para los que fabrican varios millones de autos al año. Su esfuerzo será cambiar el producto sin parar la producción. 

El paso está dado y no hay marcha atrás. El mundo se ha convencido de que no puede seguir usando un motor que tiene más de 130 años y desperdicia más de 80% de la energía a costa del medio ambiente. Ahora hay que ver cómo hacer el cambio más rápido y menos traumático.

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