Historia de la corrupción. (Foto: Sajinka2 en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
Historia de la corrupción. (Foto: Sajinka2 en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
Elmer Huerta

Las que estudian los efectos negativos del poder sobre la salud mental del ser humano son cada vez más numerosas y reveladoras. Se considera que el poder actúa como una poderosa droga, la que es capaz de cambiar para siempre la estructura y funcionamiento del cerebro humano. Las recientes componendas reveladas en los audios dados a conocer por la organización IDL Reporteros, en que algunos jueces y sus amigos intercambian favores y conspiran para mantener su plataforma de poder, son una muestra de la influencia que tiene el poder sobre el cerebro humano. Hoy haremos un breve resumen de las últimas investigaciones sobre esta importante rama del comportamiento humano. 

—Ruta a la corrupción—

El famoso historiador Henry Adams definió el poder como “un tumor que termina matando las simpatías de la víctima”. Al respecto, el psicólogo Dacher Keltner, investigador de la Universidad de California en Berkeley, ha descubierto que la persona que tiene poder sufre síntomas muy parecidos a los de un estrés postraumático: mayor impulsividad, menor conciencia de los riesgos que toma y, especialmente, una gran incapacidad para tomar en cuenta otros puntos de vista, lo que la convierte en una persona inflexible y dogmática.

Dando una base orgánica a esos hallazgos, investigadores canadienses usaron estimulación magnética transcraneana para demostrar que el cerebro de una persona poderosa pierde el ‘mirroring’, un sistema cerebral que permite que un ser humano desarrolle empatía por las experiencias y sentimientos de otras personas. Esos hallazgos concluyen que una persona poderosa pierde las cualidades positivas que la llevaron a esa posición, cayendo en la llamada paradoja del poder, en la que crea su propio mundo y pierde la capacidad de mantener relaciones sociales saludables con las personas comunes y corrientes que la encumbraron.

De allí a la corrupción hay un solo paso. Tal como describimos en un artículo anterior –y dependiendo de factores personales y sociales–, una persona poderosa puede cometer actos de corrupción, los cuales son facilitados por el adormecimiento progresivo de una estructura cerebral llamada amígdala. Al principio, lo hace con cierto reparo y temor. Luego, facilitado por la situación de poder que mantiene y el adormecimiento de la amígdala cerebral, el corrupto va cometiendo delitos progresivamente mayores. El poder no solo daña entonces el cerebro del individuo, sino que –dependiendo de su formación moral– le facilita el camino a la corrupción. 

—El síndrome de hubris—

Tratando de englobar y estudiar sistemáticamente las alteraciones orgánicas y funcionales causadas por el poder en el cerebro humano, los investigadores han adoptado el término ‘hubris’, el cual fue acuñado por el médico neurólogo y político británico Lord David Owen en su libro “In Sickness and in Power”, publicado en el 2008.

El hubris es un desorden de la posesión de poder, particularmente del poder asociado a un éxito abrumador, que es mantenido durante muchos años y cuyo líder tiene mínimas restricciones. De acuerdo con la Fundación Dédalo, sus víctimas presentan tres o cuatro de las siguientes 14 características: buscan autoglorificación; actúan para mejorar su situación personal; son excesivamente conscientes de su propia imagen; muestran tendencias mesiánicas; creen que “ellos son la organización”; forman la argolla del “nosotros”; tienen una confianza excesiva en sus propios juicios y desprecian las opiniones de los demás; muestran una autoestima exagerada; sienten que solo la historia los juzgará; creen firmemente que serán vindicados; están fuera de contacto y aislados; son inquietos, imprudentes e impulsivos; no son cuidadosos, pasan por alto los detalles y dejan pruebas de sus delitos; implementan mal sus proyectos y no cuidan los detalles por tener una excesiva confianza en sí mismos.
Individualmente, esos síntomas pueden ser interpretados como comportamientos narcisistas o arrogantes, pero que, al ser considerados en conjunto, permiten hacer el diagnóstico del síndrome de hubris.

—El proyecto Dédalo—

En la mitología griega, Dédalo fue un inventor ateniense que, al ser encerrado con su hijo Ícaro en su propio laberinto, inventó unas alas hechas de plumas y cera de abeja. Al escapar volando, Dédalo le advirtió a Ícaro que no vuele muy alto porque el calor de la luz del sol podría derretir sus alas. Ícaro no hizo caso y emocionado al poder volar, se elevó tanto que sus alas se derritieron y cayó al mar.

Inspirado en esa historia, Lord David Owen creó la Fundación Dédalo, que tiene la misión de estudiar y prevenir el hubris en personas que ostentan poder, tanto en el mundo de la política como en el de los negocios.

—Corolario—

Cuenta Indra Nooyi que, al ser elegida CEO y presidenta del directorio de PepsiCo (la segunda compañía más grande del mundo), llegó a su casa “caminando sobre las nubes” diciéndole a su madre que tenía una gran noticia. Antes de contármelo, le dijo su madre, deja tu corona en la puerta y anda a la tienda a comprar la leche. En ese sentido, se sabe que la única persona capaz de bajar a tierra al poderoso Winston Churchill era su esposa Clementine, quien actuaba como un ancla que lo ponía en la realidad.

Esas anécdotas revelan lo que en opinión de la Fundación Dédalo constituye el principal elemento en la prevención del hubris: que la persona en posición de poder sea consciente del peligro de sufrirlo, y que sea ayudada por alguien que le sirva de ancla.

Una vez logrado ese momento, una tutoría y consejería personalizadas pueden ser muy útiles. Poner límite al tiempo de ejercicio del poder es otra opción, teniendo en cuenta que si el líder no responde a esas medidas, debe ser removido del poder porque sus acciones frenan el avance o destruyen a la institución que representa.

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