Retrato de Carlos II, pintado hacia 1680 por Juan Carreño de Miranda. (Foto: Museo del Prado)
Retrato de Carlos II, pintado hacia 1680 por Juan Carreño de Miranda. (Foto: Museo del Prado)
Redacción EC

Gracias a los retratos de la de los siglos XVI y XVII, se descubrió que la deformidad que caracterizó a un gran número de sus integrantes se debió a las relaciones sexuales que sostenían miembros de la misma familia real.

Un grupo de 14 profesionales, entre genetistas y cirujanos, realizó estudios a 66 oleos para determinar los motivos de las mandíbulas sobresalientes o prognatismo mandibular entre las familias que reinaban en España.

Un claro ejemplo de ello fue Carlos II, último rey de los Austrias, la rama española de los Habsburgo, quien no solo nació con deformidad, sino también con graves problemas de salud.

Desde pequeño, a Carlos II le diagnosticaron raquitismo y epilepsia. Incluso, el secretario del nuncio apostólico realizó una dura descripción del monarca cuando tenía 25 años.

“El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austrias [...]. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia”.

Francisco Ceballos, genetista que estudió los retratos y descubrió la relación en la deformación facial típica en los Austrias con la endogamia (reproducción entre miembros de una misma familia), también tuvo una descripción propia de Carlos II.

“No es solo prognatismo mandibular. Carlos II tenía la nariz muy caída, los ojos muy caídos, los pómulos muy caídos. Tenía una deficiencia del maxilar y se le caía toda la cara”, señala Ceballos, de la Universidad de Witwatersrand, en Johanesburgo (Sudáfrica).

Felipe IV y Mariana de Austria fueron tío y sobrina y su unión matrimonial dio lugar al nacimiento de Carlos II. Sin embargo, por la profundidad de la endogamia en la familia real, prácticamente Felipe IV y Mariana era hermanos

“Eran tío y sobrina, pero con la consanguinidad acumulada a lo largo de las generaciones era como si fuesen hermanos, como un incesto”, explicó Ceballos.

En total, 10 médicos expertos en cirugía maxilofacial lograron diagnosticar el grado de deformidad facial de los Austrias luego de analizar 66 retratos de los monarcas, desde Felipe I (1478-1506) hasta Carlos II (1661-1700), que se conservan principalmente en el Museo del Prado y en el Museo de Historia del Arte de Viena.

La investigación confirmó lo que se sospechaba: existe “una asociación entre la deformidad facial y la endogamia”. A mayor parentesco entre los padres, mayor desfiguración. El estudio se publicó este lunes en la revista especializada .

Pero, ¿por qué los Austrias practicaron la endogamia? Era su estrategia para dominar buena parte de Europa. Miembros de la misma familia se casaban y se reproducían.

Florencio Monje, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Oral y Maxilofacial y de Cabeza y Cuello, dirigió los diagnósticos, basados en los retratos al óleo y también apoyándose en documentos históricos. Incluso, Monje recuerda la descripción del rey Carlos V que hizo su cosmógrafo Alonso de Santa Cruz: “Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba que los dientes no se encontraban nunca; de lo cual se seguían dos daños: el uno el tener el habla en gran manera dura, sus palabras eran como belfo, y lo otro, tener en el comer mucho trabajo; por no encontrarse los dientes no podía mascar bien”.

Ceballos y el genetista Gonzalo Álvarez, de la Universidad de Santiago de Compostela, estudian hace más de 10 años a los Austrias. En 2009, estos expertos indicaron dos deformaciones genéticas (la deficiencia combinada de hormonas hipofisiarias y la acidosis tubular renal distal) como los culpables de la deficiente salud de Carlos II, incluyendo su infertilidad, que provocó la extinción de su dinastía.

En total, los científicos estudiaron un árbol genealógico compuesto por 6.000 miembros de 20 generaciones de los Habsburgo. Esto determinó que si Felipe I tenía un coeficiente de consanguinidad de 0,025, el de Carlos II era de 0,25, es decir, el 25% de sus genes estaban repetidos, al haber recibido la misma copia de su madre y de su padre.

“Los reyes son un laboratorio para estudiar los efectos de la consanguinidad humana”, precisó Ceballos, quien ahora está en pleno estudio de los Borbones, con lo que espera ampliar su investigación.

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