Bruno Ortiz Bisso

Para la experta en Regina Moromizato, se debe promover el retorno gradual, seguro, flexible y voluntario a las clases presenciales, sobre todo con los más pequeños, que requieren interacción para su desenvolvimiento.

—¿Cómo fue la reacción de la educación peruana en el primer año de pandemia?

Es una situación muy compleja en la que nadie pudo vaticinar lo que vendría. La población más vulnerable y que más ha sufrido por esta situación es la primera infancia, los niños pequeños. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el cierre de las escuelas en Latinoamérica, en 12 meses, significó una pérdida de tres millones de años de aprendizaje acumulados y que eso significaba un rebote en el 7,6% del PBI en la región. Al ver esta cantidad de números te das cuenta el tamaño de la factura que nos va a tocar pagar en el mediano plazo. ¿Fueron medidas correctas o no? Muchos países decidieron que lo último que deberían cerrar fueran las escuelas, en una situación sanitaria desastrosa y, del mismo modo, lo primero que debería reabrirse ante una circunstancia más estable.

—¿Por qué deberían regresar a las clases presenciales los más pequeños?

Es que es el grupo más vulnerable. Eso tiene que ver con los fundamentos de desarrollo. No porque ha habido una pandemia los niños se han desarrollado de diferente manera. Hay un orden en nuestra naturaleza, hay un orden madurativo que se va siguiendo y que requiere ciertas condiciones y experiencias para que los aprendizajes sean sólidos. Ese es el principal motivo por el que no podemos volver a pensar que en los niños del nivel inicial tenga que normalizarse la educación virtual. En ese momento no quedaba de otra, pero, según varios reportes, hacia diciembre el 60% de los niños ya había desertado del sistema. Las razones son varias: el niño está en una edad muy vulnerable, es más dependiente y a eso hay que sumarle otras condiciones que rodean a este niño, porque muchos padres no dejaron de trabajar.

—Han perdido la interacción con el maestro y los otros niños…

Les hemos quitado a los niños su espacio natural de desarrollo. Un día en la vida de un niño equivale a tres años en la vida de un adulto. Entonces, cada día que no tomamos la decisión de volver a estos espacios naturales tienen mucho mayor efecto. Un niño que hoy tiene 2 años, la mitad de su vida ha estado en confinamiento.

“Según varios informes, hasta diciembre pasado el 60% de los niños ya había desertado del sistema”.


— Muchos padres señalan que sufren debido a que no pueden prestar atención debida a sus hijos, porque ellos también tienen que trabajar…

Totalmente cierto, pero hay algo más claro todavía: los niños están sufriendo el doble, porque cargan su propio estrés y el de los padres. Eso se observa en unas encuestas periódicas para medir el impacto que está teniendo el COVID-19 en el desarrollo emocional de los niños -que están haciendo la Universidad Católica, Coopera infancia y la Fundación Baltazar y Nicolás-, que encuentran que en nueve de 10 cuidadores tienen uno o dos indicadores de ansiedad.

—¿Cómo debería ser el proceso de retorno a clases de los más pequeños?

Lo primero es desbaratar mitos con evidencia. Después de casi un año se descubrió que los menores de 5 años se contagian y contagian menos. Según diversos estudios, las tasas de contagio pueden ser del 0,4%. Otros estudios dicen que, desde los 10 años, los niños contagian tan igual que un adulto. Pero, además de ello, no se ha reportado que sean un vector de contagio. Es a raíz de estas evidencias que muchos países empezaron a priorizar el regreso de los más pequeños a las clases.

— Por las características locales, el riesgo de una reapertura progresiva es la lejanía de estos centros y la necesidad de desplazarse, poniendo en riesgo de contagio también a los padres…

Es por eso que estoy de acuerdo con el Ministerio de Educación cuando dice que esta reapertura debe ser gradual, segura, flexible y voluntaria. Es decir, que se abra bajo una serie de condiciones, como que la localidad tenga una tasa de contagios menor. Tenemos el programa nacional “Cuna Más”, que tiene los servicios de cuidado y una plataforma social muy interesante y bien organizada, y son espacios en los que progresivamente se podría ir retornando, porque tienes comunidades organizadas en torno a ese programa y los niños beneficiados viven en la zona, por lo que no hay grandes desplazamientos. Otra condición tiene que ver con la infraestructura. Es importante lugares con ventilación cruzada, los espacios al aire libre. Si los centros de cuidados o jardines no cuentan con estos, o con espacios al aire libre, no estarían en condiciones de reabrir en esta etapa. Entonces, hay una serie de condiciones que hay que cruzar para decir quiénes sí o quienes no.


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