La imagen muestra a dos personas escuchando música. (Pixabay)
La imagen muestra a dos personas escuchando música. (Pixabay)
Agencia EFE

Frente a la música clásica, el folclore y la electrónica, el reguetón provoca una mayor activación en las regiones del cerebro encargadas de procesar no solo los sonidos, sino también el movimiento. Así lo demuestra un estudio español que analiza la actividad cerebral que produce escuchar diferentes estilos musicales.

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El estudio forma parte de la tesis doctoral del neurocirujano del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria en Santa Cruz de Tenerife Jesús Martín-Fernández, quien ha trabajado en la investigación junto a los neurocientíficos Iballa Burunat, Cristián Modroño, José Luis González-Mora y Julio Plata-Bellod.

La neurociencia de la música ha generado recientemente una atención significativa pero el efecto del estilo de la música en la activación de las regiones cerebrales auditivas-motoras no ha sido aún explorado, explica Martín-Fernández en una entrevista con la agencia EFE.

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El estudio

El proyecto surgió cuando Julio Plata sugirió a Martínez-Fernández hacer su tesis sobre el cerebro y la música. Para la investigación se seleccionaron 28 personas sin formación musical previa, con gustos musicales variados y una media de 26 años.

El estudio se realizó en el centro de investigación IMETISA, anexo al Hospital Universitario de Canarias, donde en primer lugar se hicieron pruebas para analizar las capacidades musicales con un test de oído, por un lado de la capacidad de discriminación de melodías y por otro de frases rítmicas.

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Posteriormente se realizó una resonancia magnética funcional mientras los participantes escuchaban varios estilos musicales a los que se eliminó la letra.

Algunos de los clips musicales que se emplearon fueron en reguetón Shaky de Daddy Yankee y Ginza de J Balvin; en electrónica Passion de Alberto Feria y L’amour toujours de Dzeko; en clásica el concierto en mi menor de Vivaldi y el minué de los aires en re de Luis Cobiella; y en folclore folías y malagueñas canarias.

La letra de los clips se eliminó con la intención de “estudiar de la forma más pura posible el procesamiento de la música”, según explicó el neurocirujano.

Los investigadores analizaron por un lado anatómicamente el cerebro de cada participante y luego la señal BOLD, que consiste en ver qué áreas del cerebro reclutan oxígeno y a través de un software se representaron con diferentes colores según se activasen más o menos.

Resultados

Fue el reguetón el que mostró mayor activación en las regiones del cerebro encargadas de procesar los sonidos (áreas auditivas) y de procesar el movimiento (áreas motoras), unas diferencias que resultaron mayores cuando se comparaban con la música clásica. De hecho, este es el primer estudio en la literatura científica que compara al reguetón y la música clásica y por ello hay que esperar a continuar la investigación.

La electrónica también mostró una mayor activación de las regiones motoras, pero significativamente menor en comparación con el reguetón “y lo que más nos llamó la atención fue la activación de una región primitiva del cerebro: los ganglios basales”.

Son grupos de neuronas que se encargan de modular la postura, de comenzar y finalizar un movimiento... además de estar involucrados en el sistema de recompensa o placer, precisa el investigador.

La mayor activación provocada por el reguetón implica que hay más regiones cerebrales auditivas y motoras que se activan y por lo tanto hay una mayor maquinaria trabajando en procesar la música.

Según los investigadores, esta activación puede deberse “a la generación de un pulso interno dentro de nosotros al tratar de adivinar cuándo viene el siguiente pulso. Es como si el reguetón, con ese ritmo peculiar y repetitivo, nos preparara para el movimiento, para bailar solo con escucharlo”.

Además, el reguetón emplea acordes de una forma predecible y de tener un ritmo que no varía a lo largo de la canción. La música clásica, por otro lado, es mucho más compleja, con mucha mayor variedad tímbrica, melódica y con un ritmo mucho menos marcado y por lo tanto, menos predecible, según explica Martínez-Fernández.

Con estos resultados “se abre una puerta” a investigar más, tanto sobre la música y su procesamiento global en el cerebro como en ver cómo afecta este mismo experimento a pacientes con enfermedades neurodegenerativas como el Párkinson.

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